Leril ya había ido ya otras veces al
bosque del sur. Lo tenía por un lugar conocido y manejable, y era por esto que
se sentía francamente idiota permitiendo que la acompañaran, sobre todo
tratándose de los, cuanto menos, curiosos personajes que vivían en la capilla
destinada al estudio del bosque. Tanto quien le abrió como el compañero que le
presentó después ofrecían un aire francamente descuidado, greñudos, ropajes
lacios y holgados, y una sempiterna expresión de ensimismamiento dibujada en
sus caras. Hablaban con un acento extraño, evidenciando que su lengua materna
no era la misma que la de Leril. Marchaban por delante de ella, caminando por el frondoso lecho del bosque con total
desgarbo, como si aún no hubieran salido de su propio hábitat en la capilla. Y
sin embargo, le daban una extraña sensación a la hechicera, como de tener una
certeza absoluta sobre adónde se dirigían.
Decididamente incómoda, se dispuso a
pasar por encima del silencio de sus guías una vez más desde que hubieron
penetrado en la espesura.
-Oíd, sé que queréis ser amables y todo
eso, pero os aseguro por decimonovena vez que sé cuidar de mí misma. No es la
primera vez que vengo, ¿sabéis? -les comentó resoplando.
-No es amabilidad, -le replicó el
individuo que le había abierto la puerta- sino ganas de que no mueras. No es
que nos importe -añadió volviéndose para mirarla- pero si dejamos que entre la
gente con alegría y salga muerta, o no salga, no nos dejarán seguir estudiando
el bosque. Y eso sí nos importa.
Mientras le hablaba, sin dejar de
mirarla, movió la mano, como para apartar algo de su camino, y un segundo
después Leril recibió un guantazo en la cara.
-Y cuidado con las ramas invisibles -le
dijo el compañero en tono de burla.
Leril se estaba cansando de tanta
condescendencia. No había dejado de poner los ojos en blanco desde que hubieron
entrado.
-No soy tan ignorante como pensáis. Sé
que el bosque va cambiando de aspecto de forma aleatoria para despistar a
quienes se adentran. Y sé también que tiene varias zonas diferenciables, y que
ahora mismo estamos en la Zona de Paso...
El que le había abierto se dio la vuelta
de pronto y la cortó en seco.
-Uno, no cambia de forma aleatoria.
Existen patrones en el flujo según la zona en la que te encuentres. Dos, hace
tiempo que abandonamos la Zona de Paso, estamos caminando por el límite de la
Zona de Resuellos, que es el único camino seguro para llegar al corazón del
bosque. El frente que se forma aquí entre dos corrientes de energía dispares
hace de este lugar en concreto bastante inocuo, por lo que de momento sólo
tendrás que preocuparte por las ramas invisibles, pero te recomiendo que
permanezcas alerta, no tenemos costumbre de ir avisando cada sitio por el que
pasamos, como si fuéramos simples guías turísticos -le espetó de pronto. Su
semblante se había tornado serio y autoritario, al igual que el de su compañero.
Leril trató de replicar, pero el
compañero la volvió a interrumpir.
-Nos has pedido los árboles de sombra, y
te llevamos a los árboles de sombra, pero nada más. Todo lo que te ocurra
durante el camino es cosa tuya, nosotros solamente nos aseguramos de que lo
tengas fácil para no morir.
-Así que por favor...
-... trata...
-... de no...
-... seguir...
-... distrayendo...
-... nuestra...
-¡¡marcha!!
La última palabra la pronunciaron ambos
guías, provocando que Leril diese un respingo. Con el mismo silencio
autoritario, se dieron la vuelta a la vez y continuaron el camino.
-¡Vamos! -le ordenó el de la puerta.
Leril reaccionó poco a poco mientras los
veía alejarse. Y de repente se sintió desprotegida ante la maleza que la
rodeaba. Se apresuró a volver junto a los exploradores, sintiendo una mezcla de
aturdimiento y rabia por haberse puesto en ridículo de aquella manera.
La travesía continuó durante las
siguientes horas sin más incidentes, con el frufrú de la maleza rozando
tobillos y pantorrillas y el susurro del viento en las hojas. Daba la impresión
de haber pasado suficiente tiempo como para que hubiera empezado a oscurecer,
pero por algún motivo la luz seguía teniendo la intensidad del mediodía. Leril
estaba acostumbrada a estas horas anormales, ya que sabía que las fluctuaciones
de la energía excesiva que conservaba aquel lugar hacían que la sensación
temporal se distorsionara, haciendo que algunas veces pareciese estancarse para
luego avanzar a saltos, o incluso retroceder si parecía que el salto había sido
muy grande. Por eso no contaba con detenerse para comer o cosas por el estilo,
y así cuando tenía hambre se limitaba a sacar alguna vianda que mantenía
guardada en su zurrón. En el momento en el que el sol de pronto pareció decidir
avanzar por el cielo hacia la izquierda hasta casi ponerse, para después
elevarse un poco, se encontraban atravesando una sección especialmente
frondosa. De pronto, ambos guías se detuvieron en seco y empezaron a escudriñar
a su alrededor, como si trataran de distinguir algo más allá de toda la
vegetación que los rodeaba. Y aunque Leril se había propuesto hablar con ellos lo
mínimo, no pudo reprimir preguntarles.
-¿Qué ocurre? Ya debemos de encontrarnos
cerca, ¿no?
Para su sorpresa, le admitieron la
suposición con un movimiento afirmativo de la cabeza.
-En efecto, el corazón del bosque se
encuentra cerca -le contestó uno de ellos con voz cautelosa-. Pero por eso
ahora mismo debemos tener mucho más cuidado. Vigila muy bien dónde pisas y
mantente alerta para cualquier cosa.
Leril, que con Daaf ya estaba prevenida
de que los hombres nunca le hablasen claro cuando había peligro, trató de
agudizar su percepción al máximo al tiempo que recopilaba todo aquello que sabía
del bosque, para adivinar por su cuenta la razón de aquella repentina
advertencia. Caminaba con los brazos a media altura y las manos extendidas,
arrastrando cada pie y asegurando el irregular terreno antes de dar un paso, y
mirando a todos lados, concentrándose como nunca lo había hecho. Podía sentir
el peligro flotando en el ambiente, un peligro distinto a cualquier cosa que
hubiera visto antes en el bosque, pero no lograba descifrar qué era
exactamente. Poco a poco los tres viajeros se fueron juntando. Leril trataba de
rozar lo mínimo cada planta y cada árbol al lado de los cuales pasaba. Miró
hacia adelante, donde estaba el compañero
que le había hablado, caminando con la misma cautela. Distinguió un
reflejo extraño, y de pronto, al comprender qué era, echó todo su cuerpo hacia
delante, pinzó sus piernas en un arbusto especialmente grueso y agarró por el
brazo al hombre...
Nymeau dirigió su mirada temblorosamente
hacia abajo. Se hallaba suspendido en el vacío, únicamente asegurado por la
chica que los acompañaba, que estaba tumbada justo al borde del precipicio y lo
mantenía agarrado por el hombro, de una manera en la que fácilmente se podría
dislocar. Miró hacia su izquierda. Xelà lo miraba con horror mientras una de
sus piernas también se balanceaba aún sobre el infinito. El bosque parecía
continuar hacia abajo, como un abismo sin fondo en cuya pared hubieran crecido
numerosos árboles y arbustos. Leril tiró de él encogiendo las piernas al tiempo
que Xelà se tiraba hacia atrás, tratando de alejarse del borde. Una vez los
tres se encontraron a salvo en el suelo, miraron hacia adelante. Unos treinta
metros más allá, el bosque continuaba de nuevo en horizontal, con un aspecto
mucho más salvaje y descuidado que donde estaban, formando en medio una especie
de cañón cuyo fondo se perdía en la negrura, así como sus extremos a izquierda
y derecha en la lejana niebla.
-Bueno -dijo Leril levantándose-, ahí tenemos
el corazón del bosque. Supongo que ahora me diréis cómo cruzar hacia allá, ¿no?
-No -contestó Xelà impasible.
Leril le lanzó una mirada furibunda
engarzada en una expresión de profunda indignación. Después de salvarles la
vida, no esperaba que fuesen capaces de ser tan desagradecidos, pero se contuvo
y recuperó la compostura, decidida a no contestar a aquello.
-Muy bien, pues me las tendré que
arreglar, supongo -dijo resuelta, avanzando hacia el borde del acantilado.
-Nosotros no lo sabemos -gruñó Nymeau con
dificultad al levantarse-. La frontera con el corazón es cambiante. No es igual
cada vez que se intenta cruzar. Te podríamos ayudar a averiguar cómo se cruza,
pero no si te pones así...
Leril no quiso admitir más
impertinencias. Se dio la vuelta, realizó tres sellos seguidos con las manos y
las echó a la tierra, de la que al instante surgieron una miríada de raíces
nudosas que se enroscaron en los cuerpos de los dos guías, atrapándolos con
fuerza. Todo ocurrió tan rápido que apenas les dio tiempo de
sorprenderse por encontrarse atrapados de repente. Leril se empezó a acercar
tranquilamente a ellos hasta que estuvo a dos palmos de Nymeau, al cual miró
directamente a los ojos mientras le espetaba con voz suave y firme:
-Te acabo de salvar la vida. Si no fuera
porque reaccioné de la manera correcta vuestros cadáveres seguirían cayendo y
dándose contra los troncos de ese cañón sin parar. Admito que al principio os
pude resultar un poco molesta, pero es mi carácter y es el mismo para todo el
mundo. Y ahora la línea la habéis pasado vosotros. Y mi línea, como veis, no se
puede cruzar tan fácilmente -dijo, mientras apoyaba una mano en las raíces, que
como respuesta empezaron a apretar más el cuerpo de Nymeau-. De modo que sería
estupendo escuchar una disculpa y después dejar de haceros los capullos.
Conozco a un verdadero capullo, y no tenéis ni idea de cómo es. ¿Entonces?
Leril se colocó la mano en la oreja en
señal de esperar algún tipo de respuesta, la cual, en principio, estuvo
compuesta solamente por forcejeos y respiraciones agitadas. Sin embargo, segundos
después Xelà le dijo algo en una lengua extranjera a su compañero, quien sin
poder apartar la mirada de Leril, lanzó un penoso "lo siento" con el
poco aire que le quedaba en los pulmones. Leril aflojó las raíces de inmediato,
y con un sello más las devolvió bajo tierra.
-De acuerdo -dijo con una sonrisa de
oreja a oreja-, vamos a sentarnos a pensar -y como si no hubiera ocurrido el
menor percance entre ellos y se tratase de una divertida excursión, se sentó en
el suelo con las piernas cruzadas y les invitó a acompañarla.
En el rincón más oscuro que pudo
encontrar de la taberna más famosa y concurrida de la Grieta, Daaf, cubierto
con su habitual túnica con capucha, se limitaba a esperar a su compañera
mientras repasaba algunos apuntes que llevaba consigo. Levantó la vista hacia
el techo y empezó a relatar en susurros a un inexistente interlocutor.
-Los demonios son criaturas
extraplanarias, y por tanto poseen su propio campo de energía, que es distinto
al de nuestro plano, y lo usan para emplear su poder. Se trata de criaturas
mágicamente independientes, y para permanecer en un campo de energía dispar
usan un tipo de magia muy parecido a la de los portales, manteniendo un
equilibrio de fuerzas estable entre los distintos tipos de flujo. Una
alteración en ese flujo provoca un rechazo inmediato por parte del campo del
plano, lo que resulta en la expulsión o exorcización del demonio en sí -bajó la
vista y comenzó a elucubrar para sí mismo-. Sin embargo, si se consigue
controlar esa alteración y se combina con otro tipo de...
-¡Eh! ¿Vas a pedir algo o te tengo que
echar? -gritó el tabernero por encima del gentío.
Daaf resopló de impaciencia.
-Una cerveza.
El tabernero se la sirvió con la sospecha
dibujada en el rostro, pero cambió su parecer en cuanto vio las relucientes
monedas que dejó caer su cliente sobre la mesa. Éste se dispuso a volver a su
repaso cuando la puerta de la taberna se abrió de golpe y se tuvo que
interrumpir de nuevo. Miró, cansado de no poder centrarse y se encontró de
bruces con Leril, que le puso delante de
las narices un extraño pedrusco redondo.
-Aquí está, pero por favor, empieza a
contarme de qué va todo esto porque no he tenido un día fácil y necesito saber
en qué me has metido.
Daaf la observó de arriba a abajo. Leril
estaba claramente molesta, presentaba rasguños en los brazos y sus ropajes
estaban descuidados, sucios y un poco rotos.
-De acuerdo. Pídete algo, bebe conmigo y
consigue una habitación para quedarte esta noche. Te lo contaré todo entonces,
en privado.
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