La pradera se antojaba tranquila. El
suelo, acolinado, lucía un césped verde natural que parecía estar invitando
continuamente a cualquiera a tumbarse sobre él, si no fuera por el cielo lleno
de nubarrones y el viento, un tanto molesto, que iba mesando el cabello de todo
el paisaje.
Por medio de tal coyuntura iba
recorriendo un hombre el camino que partía en dos la vista, con la mirada fija
en la localidad donde a lo lejos moría la senda. Se encontraba con sus
pensamientos dispersos por su marcha cuando, a varios metros enfrente de él, un
fenómeno extrañísimo le detuvo y concentró toda su atención. Un minúsculo punto
oscuro que acaso podría haber permanecido ahí siempre sin ser detectado,
comenzaba a crecer y crecer sin parar. El aldeano se mantuvo completamente
inmóvil mientras observaba aquella incomprensión. El punto, que ya era más una
bola que un punto, reveló estar hecho de algún tipo de tejido, mientras su
tamaño siguió aumentando hasta que bien pudo albergar a una o dos personas
dentro de forma holgada. En ese momento su crecimiento se detuvo bruscamente,
tras lo cual cayó al suelo perdiendo toda la forma. El pasmado silencio del
único espectador continuaba inquebrantable mientras advertía que,
efectivamente, el gurruño de tela oscura revelaba contener a alguien, que al
momento empezó a quitárselo de encima.
Tras zafarse totalmente de la manta, la
hechicera Leril se incorporó y volvió a observar la luz del día. Se dispuso a
recoger su extraña prenda cuando se dio cuenta de que tenía compañía. Le lanzó
una mirada irónica al asombrado y le dijo con desdén:
-Qué, ¿nunca ha visto a nadie saliendo de
un refugio de Punto Infinito?
El señor simplemente respondió a una
llamada que parecía estar haciéndose a si mismo desde hacía rato y salió
corriendo sin más hacia la aldea. Leril soltó un bufido de hastío.
-Bah, borregos ignorantes... -masculló.
Una vez todo recogido, Leril oteó el
paisaje que se abría ante ella. A lo lejos, todo se tornaba montañoso y de
color verde oscuro hasta donde alcanzaba la vista. El bosque misterioso que
lindaba al sur con todo límite del reino siempre constituía una visión
impresionante o incluso escalofriante, según quien lo mirara. En cierto modo,
no parecía algo natural. Parecía como si, en algún momento de la historia,
alguien hubiera colocado allí aquella ridícula cantidad de árboles. La
expresión de Leril cambió como si hubiera visto a un antiguo pariente después
de un largo tiempo, tras lo cual se dio la vuelta y siguió el camino que
llevaba a Dusundun, el pueblo más meridional del reino.
Una vez atravesó los portones de la
muralla que protegía la localidad, Leril comenzó a mirar a su alrededor,
claramente a la búsqueda de algo, o alguien. Sus pasos, cautelosos, resonaban
en el empedrado color beige que cubría todo el suelo. En las calles se
observaba muy poco movimiento, y las escasas personas que confirmaban que no se
trataba de un pueblo fantasma podían verse en su mayoría sentadas en los
porches de sus casas, observando con cierta indiferencia a la extraña que en
aquel momento turbaba el estático paisaje. Tras recorrer unas cuantas calles
Leril dio con la plaza principal del pueblo, en cuyo centro se alzaba el que
sin duda era el más antiguo de los edificios que allí se encontraban. La piedra
con que estaba hecho presentaba evidentes signos de erosión, y podían
identificarse cuantiosos indicios de musgo y liquen tanto en las juntas de los
ladrillos como en cada una de sus cinco esquinas.
Leril se dirigió directamente a la puerta
de madera milenaria y accionó un par de veces el pesado llamador que la
coronaba. Este produjo unos golpes graves y resonantes que parecieron
estremecer el edificio entero, desde el tejado hasta la base, e incluso más
abajo, hacia las entrañas de la tierra. Después, silencio. Leril permaneció
frente a la puerta de pie, sin hacer nada más, fundiendo su quietud con la
ligera brisa que la acariciaba.
Tras lo que pudieron ser perfectamente
dos o tres minutos, la puerta se abrió de repente, revelando a un hombre bajo y
delgado, vestido con prendas de tela ligeras y holgadas, y que aparentaba una
edad avanzada. Su pelo era escaso, blanco y largo, y miraba a Leril con los
ojos entornados, como si no hubiera visto la luz del día en mucho tiempo. Junto
con esta imagen salió de la puerta una oleada de olor a rancio y cerrado. Leril
cerró los ojos y arrugó ligeramente la nariz. No le gustaban las capillas.
-Sí... -dijo vagamente el hombre.
-He de entrar en el bosque. Si pudiera
echar un vistazo a...
-Pasa -la interrumpió. El personaje
volvió a adentrarse en la capilla, dejando la puerta abierta para que le
siguiera Leril. Esta hizo de tripas corazón y entró también, cerrando con un
sonoro golpe.
Mientras tanto, en el otro extremo del
reino, Daaf atravesaba con sigilo y cautela el complejo entramado de calles y túneles
de Sinax con su destino claro en su mente. Sabía que aún se le buscaba, y de
algún modo podía constituir un suicidio adentrarse en el centro neurálgico de
todo el organismo que iba tras él. Aun así procuraba ir con sigilo por los
lugares más recónditos de toda la estructura urbana. La luz del sol se filtraba
por todos los huecos de la roca tallada, y continuaba hacia dentro reflejada en
un sistema especial de espejos, lo cual no evitaba que hubiera por todos lados rincones
oscuros que invitaban a la discreción. Precisamente se encontraba Daaf
atravesando uno de estos lugares, subiendo por una angosta escalera en un
túnel. Ésta desembocó en una calle-balcón que se asomaba a un gran desfiladero
interno plagado de calles similares, grandes ventanas, puentes y escaleras
sinuosas. Daaf se deslizó en silencio, alejado de la barandilla, y tras haber
recorrido unos veinte metros bajó rápidamente los escalones del porche de un pequeño
local con un letrero gastado. Se quitó la capucha y empujó la puerta.
-Oh vaya, llegó el rapaz -comentó Skerj
tras el mostrador -. Por lo que veo la has liado pero bien esta vez ¿eh? El
revuelo se comenta por todo el barrio.
-Ahórrate la cháchara -dijo Daaf simplemente
mientras cerraba la puerta-. ¿Tienes algo resistente por ahí?
-Rebusca por ahí, por el rincón -le
contestó mientras señalaba a su izquierda, por la parte más amplia del local
minúsculo.
El erudito se dedicó a observar con
curiosidad a Daaf, que se puso a revolver un montón de trastos mientras
continuaba el palique:
-Las patrullas están por todo el Distrito
de las Faldas. Hay un grandísimo interés en encontrarte, ¿sabes? Claro que eso te
dejará espacio para que una vez dentro... ¡el trozo de equalum!
Daaf extrajo con brusquedad una pesada
plancha irregular de algún metal oscuro, y sin avisar la soltó en el aire al
mismo tiempo que profería un alarido de rabia y descargaba un puñetazo envuelto
en llamas y chispas contra la pieza, que emitió un sonoro gong. Esta, sin
embargo, no se desplazó lo más mínimo. Al contrario, vibró durante un instante
y luego todo el juego espectacular de luces se convirtió en un reflejo que
desapareció en su superficie de color apagado, antes de que cayera pesadamente
al suelo.
-¡¡El maldito traidor!! Primero falta a
su palabra y luego trata de liquidarme mandando a un espantajo. ¡Sabía que no
era un tipo de fiar! Me ofreció una beca en la catedral de aquí, Skerj, me dio
opción de seguir asimilando aun después de haber pasado la preparatoria en los
Prados de Senala -propinó otro golpe al fragmento oscuro que permanecía en el
suelo, que igualmente absorbió toda la energía producida-. ¡Estaba jugando
conmigo! Me quería confiado, relajado, en su sitio para poder eliminarme de un
plumazo. Me tiene miedo, lo sé. Pero aaah, a Daaf no se le engaña tan
fácilmente. Cuando acabe lo que tengo pensado encontraré a ese tipejo que mandó
y luego le hundiré. Va siendo hora de limpiar el reino de lacras como él...
Skerj simplemente lo observaba mientras
profería improperio tras improperio, la corta melena agitándose alrededor de su
cabeza y sus ojos oscuros chispeando de furia.
-Puedes... -le interrumpió- ¿Podrías...
dar otro golpe a la cosa esa? Creo que hay alguien en la Grieta que aún no se
ha enterado de tus problemas de mierda.
Daaf cortó su iracundo discurso de
inmediato. El sabio Skerj solía callar en cualquier situación, pero por eso
mismo sus palabras siempre causaban un gran efecto.
-Oh, vaya... -continuó con sarcasmo- Chavalín,
sólo tienes dos pruebas inconsistentes de esa acusación tan grave. Te estás
precipitando como una bolita de sucum
en un círculo maldito. Y vas a acabar igual de maltrecho.
Daaf se acercó con vehemencia a su
anfitrión y colocó sus manos en el mostrador.
-El enviado sabía sellos de ángel, Skerj.
El único que conoce esos sellos es el Ilustre Magna. No me los quiso enseñar ni
a mí.
-¿Y tú qué sabes? -le contestó
simplemente Skerj.
Daaf le clavó una mirada furibunda tras
la cual acabó alejándose otra vez del mostrador con desdén. Skerj continuó sus
contundentes palabras.
-¿Qué pasa, te crees tan importante como
para ser el único a quien el Ilustre Magna quiera enseñar un conocimiento
vedado? Vaya, vaya, se te ha ido la cabeza, creo yo.
Daaf daba vueltas como un león enjaulado.
Abrió la boca dispuesto a protestar de nuevo cuando Skerj le cortó señalando de
forma autoritaria una silla ajada que había junto a la puerta.
-Siéntate -le ordenó.
Daaf tardó en obedecer, ofreciendo un
semblante desafiante, pero lentamente se acabó sentando. Entonces Skerj se
movió por fin del mostrador, revelando su andar característico, y se acercó a
Daaf.
-Estás fallando como un anillo encantado
de los que venden en el Distrito del Corazón. Concéntrate. Focus, Daaf.
El joven mago cerró los ojos, obligándose
a tranquilizarse, mientras Skerj se paseaba delante de él.
-Piensa. Trata de mirar más allá de esa
visión estrecha e inútil que has dado al caso. En la magia siempre puede haber
más de lo que parece. Es lo mismo con todo, vaya. ¿Crees que hoy día se puede
llegar a Ilustre Magna con ideas absurdas de dominio y conservación del poder?
Sabes mucha historia, Daaf, trata de contar cuántos líderes corruptos ha tenido
el reino a través de las héxadas. Tu acceso de rabia no tiene sentido.
Daaf comenzó a encajar las palabras del
sabio poco a poco.
-Entonces, ¿qué sentido tienen el ataque
y su repentina apertura del portal? -preguntó, aún un poco inquieto.
-Es indudable que hay alguien que anda
tras de ti, simplemente no debes asumir tan rápidamente la respuesta. Trata de
considerar otra opción. ¿Qué sentido tendría el movimiento del Ilustre Magna en
el caso de no ser él quien te buscaba desde el principio?
-Desde luego que ahora por ello la
guardia se me echa encima por todos lados.
Skerj chascó los dedos.
-Vas bien. Ahora empiezas a pensar. ¿Qué
ocurre cuando toda la guardia te busca en todo momento?
-Que en realidad... podría recurrir a
ella en cualquier momento...
-Bien... -contestó Skerj invitándole a
continuar.
Daaf abrió los ojos y se levantó.
Empezaba a entenderlo todo.
-Él sabía que en un principio trataría de
frustrar su apertura del portal. Me conoció muy bien mientras me enseñaba.
Primero me prometió que no haría expediciones, y luego faltó a su promesa a
propósito para así tener una excusa que le permitiera tener a toda la guarda
detrás de mí. Pero si convocó la apertura hace tres días eso quiere decir...
-Quiere decir que sabía antes que tú que
alguien te quiere muerto -Daaf se quedó mirando a Skerj con estupor-. Te está
protegiendo en secreto, chaval. ¿Qué te cuesta a ti escapar de la guardia? Pero
si tienes algún problema de verdad sólo te tienes que dejar atrapar... Oh,
vaya...
-... y tendré una escolta magnífica...
-terminó Daaf.
El erudito sonrió con satisfacción
mientras volvía a su lugar en el mostrador. Daaf se apoyó en la pared mientras
le seguía dando vueltas. Aquello lo cambiaba todo. De pronto ya no se sentía
perseguido, podía volver a concentrarse en su plan. Necesitaba completar el
hechizo lo antes posible y volver a su torre sin llamar la atención.
-Por cierto -añadió, volviendo junto a
Skerj-. Gracias por la Llave del Pasado. Guárdala el doble de bien que antes.
No quiero volver a ver este invento del demonio nunca más.
Skerj empezó a reírse a carcajadas
mientras alcanzaba un pequeño paquetito de tela que le arrojó Daaf. Tras
introducirlo sin más en un cajón del mostrador, se quedó mirando a Daaf de
nuevo.
-Te lo dije -le espetó con una gran
sonrisa.
-Ya... siempre me lo dijiste...
-¿Necesitas alguna llave normal para
volver a tu casa?
-No, gracias. La última aún me aguanta
bien... -le respondió Daaf mientras ya se daba la vuelta para irse. Entonces se
paró en seco y volvió a mirar al erudito. Éste le alzó las cejas sin abandonar
su cara de diversión.
-¡Está bien, dame tres más! -exclamó,
poniendo con brusquedad una pequeña bolsita de tela en el mostrador.
Skerj soltó sobre el mismo uno a uno tres
grandes alfileres pinchados cada uno en un pequeño corcho.
-No te preocupes...invita la casa... -le
dijo Skerj con lentitud. Sus ojos le vacilaban más que nunca.
Daaf resopló y esbozó finalmente una
pequeña sonrisa. Recogió todo lo que había frente a él.
-Siempre me ha parecido que tú y el
Ilustre Magna sois muy amigos. No lo entiendo... Se supone que él no sabe nada
de lo que haces aquí.
-Y tú se supone que no sabes nada de
muchas cosas. Se sabe, más que se supone. Deja de intentar abarcarlo todo,
hijo. Focus. Oh, vaya...
Y tras aquel último consejo, Daaf se
despidió del sabio Skerj con un gesto y salió finalmente del local, que al
volver a cerrarse la puerta volvió a su estatismo absoluto. Skerj ya no
tamborileó más.
Fuera, Daaf se tomó un momento para
observar el barrio de la Grieta. Su siguiente paso era esperar dos días y
reencontrarse con Leril en la taberna de Mataescamas. "Bueno", pensó.
"Este barrio no es de los más vigilados. Algo podré hacer mientras espero.
¿Cómo le irá a esa pesada?"
Y sin más, emprendió la marcha a lo largo
de la calle-balcón.
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