El sol se asomaba por las rendijas de la
ventana cerrada. Podía percibirse el ajetreo amortiguado de la calle al otro
lado, mientras dentro reinaba la quietud y el silencio. La noche anterior, Daaf
y Leril se habían quedado despiertos hasta tarde, mientras el primero le
explicaba su plan e intenciones a la segunda con todo lujo de detalles. Había
sido una velada intensa, ya que el impacto que se llevó la chica fue bastante
grande, de modo que en aquel momento, bien entrado el mediodía, aún seguían
durmiendo.
Un par de ojos se abrieron en mitad de la
penumbra. Daaf se incorporó con dificultad y miró a su alrededor. A través de
la puerta también podía percibirse el movimiento de la taberna. Unos sonoros
golpes hicieron vibrar la ajada madera de pronto.
-¡Eh, vosotros dos! O pagáis otra noche u
os largáis -se oyó al tabernero al otro lado con voz brusca.
Daaf esbozó una media sonrisa. "Ese
tipo nunca ha sido muy amable", pensó con cierta diversión. Se levantó
completamente de la cama y se dispuso a abrir las ventanas para dejar entrar la
luz.
-Leril -llamó a su amiga, dándole
suavemente con el pie en el costado-, levanta, me tienes que ayudar a quitar el
escudo de silencio.
Leril se despertó con una gran
parsimonia. Había dormido en el suelo, usando el colchón de su propia
habitación, ya que después de la charla ambos se encontraron demasiado cansados
para retirar el hechizo que los mantuvo a salvo de escuchas indeseadas.
-Vamos, quita los sellos, que yo no sé
-le apresuró Daaf mientras observaba por la ventana.
Leril se fue encarando a las cuatro
paredes de la habitación mientras movía ambas manos a una velocidad de vértigo.
En cada una se pudo oír un tono grave y seco, como una onda de frecuencias
bajas que caía hacia el suelo. Cuando terminó, miró de forma socarrona a Daaf.
-Je, te creerás que sabes mucha magia,
pero luego me tienes que pedir ayuda con algo tan sencillo -le soltó con la voz
aún pastosa.
-Gracias a eso sigues existiendo, pesada
-le replicó Daaf retirándose de la ventana-. Anda, déjalo, que es muy temprano
para que me piques. ¡SKOR!
El súbito grito de Daaf, pronunciando la
runa de cancelación, hizo aparecer brillantes grietas por todas las superficies
de la habitación, hasta que la energía invisible que los había protegido
aquella noche se colapsó y se arremolinó brillando en torno a la mano extendida
del mago.
-¿Para qué recoges el sobrante de un
hechizo tan pequeño? -le preguntó Leril extrañada- Comprendo que eres un poco
tiquismiquis con esas cosas, pero tanto...
-Es mejor no dejar rastro -le cortó Daaf,
con un tono algo cansino-. Si no fuera así, el hechizo reforzado habría sido
para nada. Vámonos.
Y sin mediar más palabra, ambos se
echaron por encima su capa de viaje y se dirigieron al exterior.
Daba la sensación de que el revuelo causado
días atrás por el sabotaje al portal se había calmado un poco en la compleja
ciudad. Se veían menos guardias por las calles, y con menos frecuencia, por lo
cual huir de la ciudad resultó mucho más sencillo que infiltrarse en ella. Sin
embargo, cuando ya estaban alcanzando el enorme pórtico que daba acceso desde
el exterior, advirtieron una docena de centinelas guardando cada ángulo de la
entrada. Rápidamente torcieron en un callejón sin salida para ocultarse de la
vista.
-Estupendo -masculló Leril en un susurro,
mientras se parapetaban tras un grupo de altas tinajas de barro que había al
fondo-, como si no te lo hubiera estado diciendo. "Habrá más guardias en
la entrada principal", ¿no te lo has podido creer hasta ahora?
-Calla -la cortó Daaf-. Tengo que pensar
una... a ver.
Daaf se percató del profundo hastío que
se estaba dibujando de nuevo en el rostro de su compañera, por lo que se sentó
cruzando las piernas junto a la tinaja por la que se había estado asomando, e
invitó a Leril a hacer lo mismo, dispuesto a explicarse.
-Tenemos que actuar con cautela, Leril.
Las entradas de servicio están más ocultas, pero no son desconocidas. Es
evidente que esperan que alguien trate de escabullirse por allí, por lo que
habrá más seguridad. Y no me refiero sólo a guardias, sino a hechizos también.
Lo último que podrían esperar es que tratemos de salir por delante, por lo que
es aquí donde habrá menos dificultades.
Leril contrajo el gesto, reacia a ceder
tan fácilmente ante tales revelaciones.
-Pero... -aventuró- ¡pero si en realidad
da lo mismo! Quiero decir, por lo que me has contado, en realidad no hay nada
contra nosotros -se apartó el cabello rubio mientras vigilaba por las rendijas
entre las tinajas-. Al final no sería un arresto en sí, ¿no? Es más como una escolta...
-quiso continuar, pero Daaf comenzaba a negar con la cabeza.
-Leril, estamos en mitad de una gran
estafa. Y aquí, los únicos que sabemos que lo es somos tú, yo y el Ilustre
Magna. Los guardias no saben que hacen de protección, ni los jueces, ni nadie
más que participe en nuestra captura. Y si nos pillan, perderemos un montón de
tiempo mientras nos procesan, y además nos quedaremos sin tapadera. Recuerda
que alguien va tras mi cuello, y puede que también tras el tuyo. Hay que
pensarse muy bien el próximo paso, las cosas podrían torcerse de cualquier
manera...
Daaf le mostró su mano a su amiga,
mostrándole cómo preparaba una pequeña carga de impacto en ella.
-¿Por qué estás...?
-¡Eh, vosotros dos!
¡BAM!
Leril se quedó en shock. Había ocurrido
todo tan deprisa que no tuvo tiempo de comprenderlo mientras pasaba. El cuerpo
inconsciente del que aparentaba ser el dueño de las tinajas yacía junto a
ellos, y Daaf ya se estaba moviendo para ocultarlo de la vista. Al parecer,
este había aparecido de improviso y Daaf le había respondido soltándole su
hechizo a la cara sin dejar de mirar a los ojos de Leril.
-Uf... -soltó Daaf, volviendo a su
posición una vez dejó al hombre tumbado en la esquina del callejón- Había
pensado en dejar una botella de licor a su lado, pero creo que con su olor será
suficiente... Bueno, ideemos un plan para pasar.
Transcurrieron cerca de 40 minutos
mientras los dos compañeros magos trazaban una estrategia para burlar la
vigilancia. Contaban con la baza de que a Leril no la buscaban, aunque se sabía
que conocía a Daaf y seguramente la interrogasen. Sin embargo, los guardias de
la puerta no se moverían para preguntarle, sino que seguramente la llamarían.
Tras múltiples discusiones, consiguieron acordar un plan que con suerte
alejaría a los guardias y les daría una pequeña oportunidad para pasar y salir
por fin de la ciudad.
La calle permanecía con su bullicio
habitual mientras los dos se preparaban para ejecutar su idea.
-Maldita sea Daaf, se me agarrotan los
brazos. ¿Se puede saber qué demonios haces con tanta revisión?
Leril se encontraba de rodillas en el
suelo, junto a las tinajas, manteniendo los brazos en cruz mientras Daaf
manipulaba aquí y allá la energía alrededor de su cuerpo, con gran
meticulosidad y una expresión de concentración máxima en el rostro.
-Sólo estoy asegurando el plan -comentó
Daaf mientras se enfocaba especialmente en una zona próxima a la axila
izquierda de Leril-. Tenemos una única oportunidad y hay que forzarla todo lo
que se pueda.
-¡Por todas las runas sagradas! Si se
trata de ocultar una simple palabra de poder...
-Tú no lo has notado -la interrumpió Daaf
sin desviar la mirada de su trabajo-, pero tienen detectores espectrales
instalados cerca de la puerta, y saltan a partir de un determinado nivel de
frecuencia, pero no puedo saber cuál, por lo que si no te camuflamos el hechizo
con cúmulos de bajo poder que encajen perfectamente con tu geometría, te vas a
ver en una celda antes de poder pensar que algo ha salido mal...
Leril soltó un bufido de exasperación.
-Me revienta que te hagas el listo de
esta manera, ¿te enteras?
-Bueno... puede ser -replicó Daaf con
absoluta indiferencia. Leril comenzó a poner los ojos en blanco.
-Bueno...venga, termina ya, tampoco nos
vamos a tirar aquí toda la vida. Ese hombre de ahí podría despertarse...
-Sí... sí, creo que con esto puede
bastar. Ya puedes bajar los brazos -dijo Daaf alejándose sin dejar de observar
a Leril detenidamente-. No creo que hayan puesto los detectores más finos
aquí... ¿Repasamos tu parte?
-Voy, dejo que me llamen, me acerco,
respondo a sus preguntas, y a la señal los echo a volar.
-Exacto. Y muy importante, tienes que
salir corriendo en dirección contraria a la de la puerta.
-¿¡Cómo!? -exclamó Leril con escándalo- A
ver, Daaf, lo que queremos es salir. Salir hacia afuera. Lejos de la ciudad.
-Cuando actives la trampa darán por
supuesto que quieres escapar por la razón que sea -continuó Daaf sin
inmutarse-, pero si te ven haciendo lo contrario seguramente se queden quietos,
extrañados pero seguros de que alguien te atrapará más adelante. Eso te dará
ventaja.
Leril miraba a su alrededor, como si
quisiera preguntar a un montón de personas invisibles si debía creerse lo que
estaba oyendo.
-Vamos a ver. Me daría ventaja si
escapase hacia fuera, Daaf -le explicó como quien explica cuánto son dos más
dos-. Pero me acabas de decir que vaya hacia dentro. Derecha al cuartel. ¡A la
boca del lobo!
-Lo sé, y de hecho no te lo he dicho
antes porque se me ha ocurrido ahora. Pero créeme, de aquí vamos a salir tú y
yo, juntos -Leril lo observaba con un escepticismo desbordante-. Fuera de la
ciudad. Donde no están los edificios -añadió, imitando el retintín de su
compañera.
-Está bien, me rindo, haz lo que tengas
pensado. Total, ya estamos bastante fastidiados ahora mismo... -comentó Leril,
levantándose por fin.
Ambos compañeros se miraron un momento y
cada uno se puso en marcha. La muchacha se dio la vuelta y caminó resuelta por
el callejón, preguntándose aún qué demonios haría Daaf, mientras éste se
escabullía trepando por la pared hacia los tejados más bajos.
Al fin, Leril salió con aire
despreocupado a la calle principal, caminando hacia la puerta de la ciudad. A
pesar de toda la prisa que le había dado a Daaf hacía un momento, su
inseguridad de pronto fue creciendo con cada paso que daba, así como la
sensación de que las técnicas que habían empleado para ocultar el hechizo
habían sido insuficientes. Con su mente invocando sin parar el hecho de que los
detectores podían saltar en cualquier momento, la chica hizo acopio de entereza
y apretó el paso, haciendo como que pretendía pasar junto al grupo de
vigilancia.
-¡Oiga, señorita! -la llamaron
inevitablemente- ¡Venga aquí!
El plan de momento marchaba según las
suposiciones: los guardias no abandonarían su puesto. Leril se acercó haciéndose
la sorprendida.
-¿Conoce usted al criminal Daaf?
-¿El bastardo que saboteó la apertura del
portal? ¡Por supuesto! -Leril puso los brazos en jarras, aparentando
indignación- No he dejado de buscarlo por todas partes, como todos. ¿Qué se
habrá creído?
-Está bien, señorita. Deje el trabajo de
su captura a los guardias. Sólo queremos hacerle unas preguntas -contestó el
guardia impasible.
-Sí, sí, claro. Por supuesto.
Leril maldijo mentalmente. Los nervios
estaban jugándole una mala pasada, ya que su tono exagerado y sus aspavientos
sin duda demostraban una conducta sospechosa.
-¿Cuándo vio usted al sujeto por última
vez? -preguntó el guardia sin abandonar su postura.
-Unas horas antes del ritual. Me lo crucé
en Lascor, y parecía que llevaba mucha prisa -inventó Leril a toda prisa.
-¿Dijo algo extraño o inusual, algo que
pudiera revelar sus intenciones?
-No, sólo me comentó que tenía que hacer
algo importante y me arrastró aquí a Sinax con él sin decir nada más.
-Un momento, ¿que la arrastró aquí? ¿No
acaba de decir que se lo había cruzado?
Los nervios y la tensión iban en aumento.
Tratando de mezclar hechos reales con mentiras para resultar más convincente,
la hechicera no estaba sino enturbiando aún más su credibilidad. La sospecha
era clara en la mirada de los guardias.
-Sí, bueno, me lo crucé pero me paró por
la calle y me dijo aquello -dijo Leril con el tono cada vez más crispado -.
Después me trajo aquí.
-Señorita, eso quiere decir que no lo vio
por última vez en Lascor...
Leril ya no sabía cómo salir del
atolladero. En tres frases se había delatado. Transcurrieron unos segundos de
silencio, tras los cuales sabía que actuarían contra ella. Podía notar los
latidos de su corazón en la garganta. Miró a su alrededor, desesperada, y el
guardia se movió hacia ella, sin duda para capturarla. Y entonces, cuando
parecía que todo se había ido al traste...
Hubo un destello y un rayo de luz
brillante se alzó hacia el cielo desde escasos metros de distancia, al tiempo
que saltaron los detectores, inundando toda la plaza con una estruendosa
alarma. Los guardias miraron todos a la vez al fenómeno, al tiempo que Leril
aprovechaba para llevarse la mano al pecho y vociferar la palabra de poder que
llevaba oculta.
-¡HARSNENDOR!
Su voz resonó por encima de las alarmas,
provocando que el aire vibrase violentamente de pura energía y tirando a la
misma Leril al suelo. Su hechizo elevó entonces a los guardias haciendo que
giraran sin control a varios metros de altura. La muchacha levantó la cabeza y
miró atrás. Allí estaba la puerta, abierta, sin vigilancia, ofreciendo su
oportunidad sólo durante los pocos segundos que les daba aquel caos
momentáneo...
-Mierda, Daaf, por qué me lo tienes que
poner tan difícil... -masculló en voz baja. Se levantó de un salto y, mientras
los guardias caían ya al suelo, echó a correr en dirección contraria, justo
hacia el interior de la ciudad. Miró atrás y, efectivamente, los guardias no la
perseguían, sólo la miraban extrañados. Volvió la mirada al frente, pensando
que en cualquier momento más guardias le cercarían el paso, cuando de
repente...
Leril se encontraba dejando atrás la
puerta de la ciudad. Volvió a mirar atrás, incrédula. Sin duda, de alguna
manera había conseguido traspasar la puerta y ahora se encontraba fuera,
corriendo sendero abajo. Dirigió la vista hacia su derecha y ahí estaba Daaf,
corriendo junto a ella con una expresión triunfal. Lo habían conseguido. Habían
escapado.
-¡Ahora, al refugio de Punto Infinito!
¡El del valle! ¡A todo hielo! -le gritó Daaf mientras corrían.
Leril respondió a aquella consigna de
inmediato. Se adelantó y pronunció unas runas al tiempo que realizaba sellos
con su particular habilidad. Saltó una gran roca e hincó la rodilla al caer. Al
instante, todo el camino que se extendía ante ellos cuesta abajo se congeló.
Daaf se detuvo junto a ella.
-Los trucos clásicos... -le murmuró sin
aliento, pero sonriente, a su compañera.
-Ve delante. Me encargaré también de irlo
borrando para que no nos persigan -le sugirió Leril enseñándole la mano
izquierda, que seguía encantada.
-¡Allí están! ¡Que no escapen! -se oyó de lejos a los guardias.
-Ya.
-Vamos.
Daaf se tiró al tobogán mientras Leril le
daba la espalda momentáneamente. Con la mano derecha hizo un par de sellos
simples que provocaron que una muralla de raíces creciera a unos metros,
obstaculizando a sus perseguidores. Después, con una media sonrisa en la cara,
se dirigió al tobogán e hizo lo propio pero tocando el hielo que dejaba atrás
con la otra mano, con lo que se fue evaporando a medida que lo palpaba.
El camino helado que había invocado la
muchacha se extendía por toda la zona escarpada que había antes del frondoso
valle, la parte más baja de la montaña que no formaba parte de la ciudad. Daaf
y Leril se precipitaban a toda velocidad, tratando de mantener sus cuerpos de
la manera más aerodinámica posible para ganar tiempo.
-¡¿Crees que los hemos dejado atrás?! -le
preguntó Leril a voces por encima del aullar del viento a su alrededor.
-¡No tanto como podríamos esperar! -le
contestó Daaf volviéndose para mirarla- ¡Son guardias, pero no son idiotas!
También saben magia y habrán pensado alguna manera de... -Daaf se quedó mirando
atrás- Oh, vaya...
Leril también volteó la cabeza. El cuerpo
entero de la guardia que habían burlado, junto con una buena provisión de refuerzos,
se acercaban poco a poco en la lejanía, montados en una especie de fantasmas
con forma de lobo gigante.
-¡Círculos galopantes! ¿Qué demonios es
eso, Daaf?
-¡Han invocado formas espectrales de su
esencia espiritual! No esperaba que contaran con técnicas tan avanzadas,
¡tenemos que pensar algo para aumentar nuestra velocidad!
Ambos compañeros se quedaron unos
segundos en silencio, exprimiendo sus mentes al máximo mientras su caída dejaba
una estela de vapor a medida que Leril iba deshaciendo el tobogán.
-¡Un canto de vacío, Daaf! -exclamó la
chica de pronto- ¡Hazlo justo delante de tu cuerpo!
Daaf la miró con asombro y admiración.
-¡Buena idea! -exclamó con júbilo-
¡Pégate a mí! ¡Será más fuerte si lo hacemos los dos a la vez sobre los dos
juntos!
-¡Vale!
Leril se adelantó hasta que estuvo
cayendo a la par con Daaf. Se agarró a éste y entonces ambos empezaron a cantar
una extraña letanía, un intervalo de voces que afectó al aire que los rodeaba y
creó un espacio vacío justo por delante. Eso provocó un súbito acelerón en la
pareja, que se precipitó a toda velocidad hacia el valle, dejando atrás al
escuadrón que los perseguía. Sin embargo, un rictus de preocupación se dibujó
en la cara de Leril, observando cómo el final de su caída se iba acercando más y
más.
-¿Y ahora cómo frenamos...? -le susurró
con pavor al oído a Daaf.
Daaf caviló unos instantes y se metió la
mano en un bolsillo. Extrajo un pequeño artefacto ovalado de bronce, con un
agujero tallado en el que tenía engarzada una gema transparente.
-Un portahechizos -le dijo Daaf con
satisfacción-. Tenemos que realizar el canto de presión más fuerte que podamos.
Puso el artefacto entre los dos y
entonaron una nota diferente a la de antes, más grave, y con más fuerza. La
gema que había en él fue tornándose de color azulado, primero muy pálido, y
poco a poco cada vez más intenso, hasta ser casi azul marino.
-Suficiente -interrumpió Daaf-. Ahora te
tienes que agarrar muy fuerte, casi hemos llegado.
En efecto, se encontraban a pocas decenas
de metros del final. Con Leril fuertemente agarrada, Daaf apuntó con el pequeño
objeto y, cuando ya les faltaban diez metros escasos, lo lanzó al suelo,
delante del tobogán. Al impactar en el suelo, se abrió y provocó un vendaval
momentáneo en todas direcciones, justo a tiempo para frenar en seco la caída de
los dos magos, que acabaron hechos un revoltijo en el suelo. Las últimas nubes
de vapor que quedaban del tobogán helado los cubrieron un momento antes de
disiparse, mientras se levantaban rápidamente. Los aullidos espectrales de la
guardia de Sinax ya se oían en la lejanía.
-Rápido, el refugio... -dijo Leril
mirando en todas direcciones.
-Espera... -Daaf sacó uno de los
alfileres que le había dado Skerj el día anterior-. Estaba por aquí... Sí,
mira.
El alfiler mostraba un color rojizo a
medida que Daaf lo movía, buscando su vía de escape.
-Es aquí. Vamos -dijo Daaf tras haberse
movido unos metros con el pequeño objeto en alto. Éste había cambiado su
tonalidad a azul eléctrico. Leril se volvió a pegar a Daaf, mirando cómo le
quitaba con sumo cuidado el corcho en el que venía pinchado. Después, echó su
capa sobre ambos, cubriéndose totalmente de la luz y de la vista. La guardia
sonaba cada vez más cerca. Daaf movía el alfiler en el aire con cuidado y
precisión, como buscando un lugar concreto en el espacio. Y entonces...
El alfiler vibró y volvió a cambiar de
color, esta vez a un blanco intenso. Daaf y Leril empezaron a flotar, y la capa
que los cubría se cerró formando una esfera perfecta. Entonces empezaron a
notar como si cayeran hacia el propio alfiler, mientras iban empequeñeciendo
cada vez más. El espacio donde se encontraban se iba ampliando, como si
encogieran más rápido que la capa. Después de un minuto aproximadamente, en el
que los dos magos encogieron sin parar, la punta del alfiler reveló estar
adherida a algo muy extraño, una especie de sección totalmente vacía del
espacio, un agujero esférico en la propia realidad. A medida que se
precipitaban a este punto, cada vez más grande, el alfiler aumentó de tamaño y se
abrió en la punta, tras lo cual pareció invertirse por completo y se tragó a
ambos compañeros, que se deslizaron por el tubo metálico que había formado la
llave hacia el interior del refugio, seguidos de la capa, que recuperó su
tamaño en cuanto los acompañó por sí sola a una negrura total.
O quizá no del todo. Ambos magos
aterrizaron en el interior de una pequeña cúpula oscura a través de un agujero
en la pared. Se adivinaba un brillo violáceo entre las incontables rendijas y
aberturas que se podían ver por toda la superficie, como si aquella extraña
antesala estuviese formada por un denso cúmulo de ramas oscuras. Del mismo
agujero del que habían salido Daaf y Leril cayó una especie de bastón metálico:
la llave que habían usado. Daaf se apresuró a recogerlo y se dirigió junto con
Leril al centro de la sala.
-Bueno, a salvo -resopló Leril aliviada-.
Ahora, a tu casa.
Daaf respondió con un movimiento
afirmativo de la cabeza y golpeó el suelo con el bastón. Inmediatamente se
abrió un portal circular al que saltaron. El portal se cerró inmediatamente
después, dejándolos en un espacio muy similar al que acababan de abandonar. Una
gran taberna un poco mejor iluminada en la que todo parecía estar hecho del
mismo material oscuro con forma de denso enramado, que no albergaba a nadie
salvo a un camarero con cara de aburrido frotando vasos con un trapo tras la
barra.
-Muy buenas, Simet -le saludó Daaf-.
¿Está abierto para Lascor?
-Tendréis que esperar un poco -le
respondió Simet con voz aguardentosa-. Ahora hay mucha gente viajando desde el
nordeste.
-Podemos esperar un poco -intervino
Leril-. Pero no mucho más. Esta vez es un asunto importante -Leril se encaró
con seriedad al camarero.
-Entonces sentaos y confiad en vuestra
suerte -contestó, encogiéndose de hombros-. Yo tampoco puedo hacer mucho más.
Si está abierto, pasáis. Si no, pues no.
-De acuerdo, vamos -dijo Daaf apaciguando
los ánimos-. Ponnos una tapa de esas galletas extrañas -Leril lo miró muy
sorprendida-. Que al final verás tú... -añadió entre dientes.
El camarero les puso un pequeño plato con
cuatro galletas brillantes y rojizas. Daaf y Leril lo recogieron, pagaron y se
sentaron a esperar.
-Vamos, prueba una -animó Leril a su
amigo-. No se parece a nada que hayas comido.
Daaf miró receloso el manjar que tenía
delante. Cogió una galleta y la mordió. Al instante sintió cómo una oleada de
calor reconfortante lo invadía, extendiéndose desde su boca hasta las puntas de
los dedos de los pies, y de nuevo cada vez que lo masticaba. De repente se
sentía lleno de energía, capaz de cualquier cosa.
-Qué -dijo Leril con una sonrisa ante la
cara de asombro de Daaf-. Ricas, ¿eh?
-No están mal... -comentó Daaf con la
boca llena- Pero -tragó-, me las como porque seguimos en el refugio. El peligro
viene cuando las sacas al plano. No es energía de nuestra misma naturaleza. No
se sabe cómo pueden reaccionar.
-Ya sabía yo que saldrías con la vena
aguafiestas... -dijo Leril con diversión, recostándose en su silla- En fin.
¿Qué vamos a hacer cuando lleguemos?
-Todavía tengo que ensamblar el
catalizador. Entre la miasma de sombra que me diste y otros pocos ingredientes
que aproveché para comprar en Sinax, ya lo tengo todo preparado. Incluso dejé
el círculo inscrito. Así el proceso ganará estabilidad...
-Vale, ¿y después?
-Después lo tengo que dejar reposar dos o
tres días. Cuando esté listo, me mandará una señal mental. El resto es muy
simple.
-¿Por qué habrá que complicarse tanto
antes si el proceso es tan sencillo...? -se preguntó Leril para sí.
-El ritual original en sí es simple -le
contestó Daaf-. Derramar un vaso de agua a la luz de la última Luna Roja antes
de la Noche sin Luna. Lo que pasa es que para que funcione se supone que tienes
que haber sido un rufián y un desgraciado toda tu vida. Y aún así no hay
garantías de que funcione. El catalizador que hizo Nux nos ahorra esa parte.
Con ingredientes oscuros y runas sombrías se consigue concentrar toda la maldad
necesaria para que el proceso salga. El resto ya sabes cómo va.
Leril asintió en silencio, pensativa. Los
dos amigos se quedaron esperando unos minutos más, tras los cuales no parecía
que fueran a poder regresar pronto.
-¿Todavía nada? -le preguntaban a cada
tanto al camarero.
Éste se dedicaba a mirarles y encogerse
de hombros. Había en el lugar una quietud y un silencio punzantes. Después de
otro cuarto de hora de resoplidos sin sentido y miradas arriba y abajo, Leril
se levantó de la mesa dando un golpe con el puño. No podía más.
-Bueno, ¡algo habrá que hacer! No nos
podemos quedar aquí quietos mientras no dejan de acaparar el canal. ¿No?
-añadió mirando a Simet.
-Ya os digo, no puedo hacer nada si hay
mucha gente viajando. Es lo que tiene si no lo dejan de utilizar, que no puedo
vincularlo. Yo os puedo abrir si queréis, pero os las tendréis que apañar
flotando en el Vacío Absoluto...
-Va, está bien, nos queda claro -le
interrumpió Leril ya cansada-. ¿Daaf?
Daaf permanecía en su sitio, pensando con
las piernas cruzadas mientras se mesaba la barbilla.
-Podemos intentar ir a Midstae y tratar
de llegar desde allí... -aventuró mirando al infinito- Para Midstae está
abierto, ¿verdad?
El camarero Simet se asomó a un ventanuco
abierto en la pared tras él, en el que sin embargo no se podía distinguir nada
a simple vista.
-Sí, pero por ese camino podéis tener
problemas -les previno-. Está en un país muy grande, y tiene muchísimo tráfico.
Tendríais que hacer tres saltos más por lo menos.
-Es mejor eso que esperar a que se nos
acabe el tiempo -confirmó Daaf levantándose también-. Leril tiene razón, Simet.
Es un asunto importante. Ábrenos.
Simet apoyó ambas manos en la barra,
acercándose al mago y mirándole con intensidad.
-Allí han aprovechado el viaje entre
brechas como un negocio. Han forzado los puntos. Han abierto portales. Por allí
no sólo pasan magos, Daaf -le advirtió con voz intimidante-. Es un maldito
infierno.
-Créeme -le respondió Daaf, acercándose a
su vez y sosteniéndole la mirada con firmeza-, que si no llegamos a tiempo a
Lascor podemos pasar por un infierno mucho peor. Abre la puerta, por favor.
Los dos hombres aguantaron la mirada del
otro unos segundos más. Al final, Simet cedió.
-Está bien, allá vosotros, yo sólo aviso
-dijo mirando al techo mientras se dirigía a la otra punta de la barra-. Luego,
que no venga nadie llorando. Ea, ya lo tenéis.
Simet manipuló algo oculto tras la barra
y de pronto en la pared contigua el raro material del que estaba hecha toda la
taberna se estremeció y se empezó a mover, como si las ramas oscuras se
apartasen dejando libre un túnel angosto.
-Gracias, Simet -le dijo Daaf mientras
Leril se adelantaba-. Ya nos veremos.
Y sin más siguió a Leril por el pasadizo,
que se cerró tras ellos.
El canal por el cual debían pasar, si
bien también presentaba el mismo aspecto que la taberna, se asemejaba más bien
a un pasillo de unos tres metros de ancho, con el suelo completamente plano y
liso, y cuya altura parecía perderse en la negrura.
-Nunca me canso de esta parte -dijo Leril
con ilusión. Salió a correr, seguida por Daaf, y cuando cogieron suficiente
velocidad saltaron y se empezaron a deslizar, soltando chispas de debajo de sus
pies y atravesando el pasaje como centellas. De vez en cuando tomaban alguna
curva, como si fuera algún tipo de laberinto que sin embargo se conocían a la
perfección. Tras un minuto y medio escaso, llegaron al otro extremo, que se abrió
tan pronto frenaron y se acercaron.
Simet no había exagerado, de hecho
incluso podría decirse que se quedó corto. Nada más salir del portal, ambos
magos se encontraron apretujados contra sí mismos en medio de una marabunta de
personas que parecían tratar de ir todas al mismo lugar.
-Oigan, no tengan cara y esperen la cola
como hacemos todos -les espetó de pronto un hombre flacucho con cara de mal
humor.
-Lo haríamos, pero dígame usted cómo
salimos de este caos -le contestó Leril de mala manera.
-Esto os pasa por aparecer tan de
repente. La gente se cree que puede hacer lo que les dé la gana... -el hombre
continuó mascullando para sí mismo, perdiendo de pronto todo interés en
continuar la conversación.
-Déjalo, Leril -dijo Daaf, antes de que
Leril respondiera-. Esta gente no escucha. Míralos, están sumidos en su propia
amargura. Sólo saben quejarse como autómatas. Venga, vamos, intentemos salir de
aquí.
Tras unos cuantos empujones y escenas
parecidas a la del hombre flacucho, por fin consiguieron salir de la marea de
gente. Pasado el shock inicial, se repusieron y miraron alrededor. Aquello no
era el tipo de refugio de Punto Infinito que ellos conocían. Se encontraban en
una sala rectangular amplísima, atravesada por varias hileras de columnas
delgadas y pobremente decoradas, y con estrechos ventanales cerca del techo en
los que brillaba una luz que pretendía imitar la del sol, pero que en realidad
resultaba mucho más fría y oscura. A lo largo de las paredes se disponían los
orígenes de varias colas de gente, sin duda esperando para pasar los portales a
otros refugios, unas más cortas y otras más largas, pero todas atestadas. Y
justo enfrente se abrían portales cuadrados que, como si fueran vulgares
puertas de un edificio administrativo, daban al exterior de una polvorienta
calle iluminada por las luces del crepúsculo, por la que parecía circular aún
más gente.
-Daaf, ¿dónde hemos acabado? -musitó
Leril asustada- Esto me da muy mala espina. La gente sigue entrando, a pesar de
que falta poco para que el sitio reviente.
Tenía razón. A través de los portales de
entrada se veía entrar mucha más gente de la que salía. Daba la impresión de
que acabarían sepultados allí mismo, bajo una masa de incomodidad, mal humor y
cobarde pasividad.
-Leril, tenemos que movernos -dijo Daaf,
tratando de romper la parálisis de terror de su amiga-. No podemos dejar que la
atmósfera de esta gente nos domine. Es lo que ocurre cuando uno renuncia a sí
mismo. Por lo visto en esta región es más común de lo que me esperaba... -Daaf
miró a su alrededor- Hay que atravesar dos refugios más. Cuando entramos en el
de Sinax grabé el nombre de Lascor en la llave. Vamos, lo encontraremos pronto.
Daaf y Leril se pusieron en marcha. Se
movían entre el barullo atentos a la reacción del bastón que llevaban, que les
indicaría cuál portal debían atravesar. Fueron acercándose a cada uno, hasta
que al final, cerca del último portal situado al otro extremo de la sala, el
bastón vibró.
-¡Bien! Por fin lo encontramos -exclamo
Daaf, tratando de dar ánimos a su compañera, que parecía completamente
desolada-. Mira, tenemos suerte, en éste no hay mucha gente esperando. No
tendremos que armar un espectáculo para pasar.
Pero eso sólo era lo que él pensaba.
Cuando les tocó, un hombre sentado en un escritorio raquítico junto a la pared
los detuvo.
-Sus pases, por favor -les pidió con la
voz cansada.
-No tenemos. Sólo estamos de paso.
Queremos ir a Lascor -respondió Daaf con el tono más neutral que pudo
conseguir.
-No necesito que me cuenten su vida. Si no tienen pases, no pasan. El nombre no es por capricho.
-No, verá, si nos deja...
-Por favor -les interrumpió el hombre,
alzando la voz-, llevo aquí nueve horas y les aseguro que tengo menos ganas que
nadie de seguir aquí, pero si no me aseguro de que tienen los papeles en regla
la bronca va para mí, y no quiero acabar el día peor de lo que va. De modo que
si quieren un pase salgan por la puerta y vayan al edificio de administración
de trasporte, lo pueden encontrar ahí -les señaló un gran mapa gastado cerca de
la salida-. Allí podrán rellenar un formulario para solicitar que se lo
expediten, pero tarda un par de días. Hasta entonces, siguiente.
El hombre bajó la vista de nuevo al
escritorio para continuar con su trabajo, pero entonces...
¡CLANG!
La paciencia de Leril se había vuelto a
agotar. De repente le había arrebatado el bastón a Daaf y había dado un sonoro
golpe con él en el suelo, provocando un destello blanco que aturdió a toda la
gente que los rodeaba.
-No necesitamos que nos cuentes tu
patética vida -le dijo con la voz temblando de ira-. Y ahora escucha. Somos
magos y estamos de paso, y eso quiere decir que vamos a salir por ese portal,
con pase o sin él -Leril se acercó más al hombre, clavando su mirada en la de
él-. La diferencia está en que si no colaboras echaré este maldito sitio abajo
antes de irme, y me dará igual porque aquí ninguno merecéis la pena, hacinados
como cucarachas infectas, pretendiendo que os dé igual todo al tiempo que
asesináis vuestra consciencia con miradas cobardes y excusas de borrego. Así
que si todavía valoras mínimamente tu diminuta existencia, ¡entonces abre de
una vez el jodido portal!
Ese último "-tal" resonó por
toda la sala con un eco distante. Todo el jaleo se había acallado de repente,
en una parálisis colectiva que otorgó algo de calma a los dos magos. El hombre
tras el escritorio, con un rictus de pavor, se apresuró a abrir el portal para
dejarlos pasar. Leril le devolvió el bastón a Daaf y entró sin mediar palabra.
-Gracias, que tenga un buen día -le
espetó Daaf al tipo justo antes de desaparecer también.
Sin embargo, en el canal hacia el
siguiente refugio tampoco se libraron del tumulto. Los pasajes, a pesar de
haber sido ensanchados y empobrecidos de la misma manera que la gran sala, no
albergaban suficiente espacio como para dejar pasar con comodidad a la gran
cantidad de personas que por allí se movían.
-Daaf, no podemos seguir a este paso
-dijo Leril con impaciencia después de un rato avanzando con lentitud junto a
los demás-. Esta gente no sabe deslizarse, se limitan a caminar como lo harían fuera.
-Tienes razón, esto nos está retrasando
más de lo planeado. Tiene que existir alguna manera de saltarse a toda esta
gente. Dudo incluso que pudiéramos deslizarnos por aquí en este estado... -Daaf
pateó con desdén el suelo, que en contraste con el del anterior canal era
terroso y llenaba los pies de polvo.
-Yo me conozco un atajo, no sé si seguirá
abierto con lo mal que han dejado esto, pero si está deberíamos encontrarlo por
ahí.
Las reformas habían dejado el canal como
si se tratase de una ciudad de edificios cuadrados y oscuros con grandes
avenidas, en la cual ahora Daaf y Leril se encontraban atravesando uno de los
cruces que había justo al borde. Leril señalaba a la izquierda, donde la
avenida parecía perderse en la negrura.
-De acuerdo, vamos -aprobó Daaf, harto
también de la muchedumbre. Los dos amigos se abrieron paso como pudieron hasta
encontrarse fuera de aquella comitiva interminable. Respiraron un momento y
empezaron a adentrarse poco a poco en las sombras, buscando algo en la pared
derecha. Leril palpaba y daba golpecitos con gran cuidado, hasta que de pronto
reaccionó ante un sonido hueco.
-¡Es aquí! Déjame el bastón -dijo Leril
emocionada. Ésta lo tomó de las manos de Daaf y dio un golpe con la parte de
abajo del mismo, que desmoronó parte de la pared y reveló un pasadizo oculto,
dejando escapar una gélida corriente de aire.
-Necesitaremos luz -dijo, asomándose a
una oscuridad fría e impenetrable.
-Yo me encargo -respondió Daaf-. Todavía
me queda algo de esencia de estrella... voy a realizar un entrelazado.
El mago se sacó de los ropajes una
pequeña botellita que contenía unas gotas de un líquido amarillento
semitransparente. A unos quince metros, en el canal, se seguía oyendo el
murmullo del gentío trasladándose de forma lenta y compacta. Daaf se untó las
manos con el ungüento, entró en el pasadizo oscuro y, con las manos alzadas,
pronunció unas runas con energía y decisión. Mientras lo hacía, unos finísimos
filamentos de luz amarillenta aparecieron cerca del techo y se extendieron en
todas direcciones, cruzándose y formando una maraña homogénea que iluminó todo
el lugar. Cuando terminó el conjuro, podía verse cómo habían entrado en una
caverna enorme en la que la luz filamentosa siguió penetrando para revelar el
camino a seguir.
-Vamos -apremió a Leril-, no nos queda
mucho tiempo, y nos podemos congelar si nos entretenemos mucho aquí dentro.
Leril echó una última mirada asqueada a
la gente que seguía su camino y se introdujo con Daaf en la caverna. Pero
cuando dieron dos pasos, Leril se detuvo.
-Espera... mejor tapo otra vez el
agujero, ¿no? por precaución...
Daaf se apoyó en una pierna y se llevó
una mano a la barbilla.
-Bueno, teniendo en cuenta que estamos en
un rincón abandonado en una brecha espacio-temporal, perdida en la oscuridad, y
que además esta brecha ha sido modificada para que resulte toda igual y que la
transitan miles de personas en este mismo momento... Creo que podemos pasar
esta vez de precauciones -dijo, sonriendo a su compañera. Ésta le devolvió la sonrisa
y emprendieron el camino algo más animados por aquel extraño momento de
complicidad.
Sin embargo, debido a la prisa que tenían
y el cansancio que ya se les empezaba a acumular, el resto del camino
transcurrió en silencio. Parecía que había pasado una eternidad desde que
dejaron la taberna de Mataescamas ese mismo mediodía. Sus pasos torpes en la
roca irregular se alargaban con la reverberación de la caverna, iluminada por
el entrelazado estelar que se extendía por encima de ellos. Al cabo su respiración
formaba nubes de vaho y empezaron a tiritar.
-Creo que deberíamos parar y encender un
fuego -dijo Leril, aflojando el paso completamente arrugada-. Si no, nos
podemos morir aquí de frío.
-La verdad es que es cierto -convino
Daaf, deteniéndose también-. No entiendo este cambio tan brusco de
temperatura... ¿tendrá que ver con la reforma que han hecho?
-Sin duda -respondió Leril. Ésta dejó el
bastón, se arrodilló y empezó a buscar
en su zurrón útiles para encender una hoguera-. Cuando sellaron este lugar,
debieron aplicarle algún conjuro de ocultamiento. El conjuro extrajo energía
del lugar para mantenerse, y por eso habrá hecho cada vez más frío aquí dentro.
Eventualmente se vendrá abajo, así que hemos tenido suerte.
-Ya, supongo que todo el aire se
desublimará en bloque antes de eso -dijo Daaf, acercándose a Leril-. Cuando
terminemos con esto podría volver y deshacer el conjuro... los atajos siempre
vienen bien.
Daaf invocó unas llamas entre sus dedos y
las unió a una esfera de cristal que flotaba a unos centímetros sobre un
pequeño soporte que había colocado Leril. El fuego se intensificó y se
convirtió en una alegre y crepitante fogata que alivió sus agarrotados cuerpos.
Leril se pegó a Daaf para mantener el calor corporal y así se quedaron,
sentados en el suelo y apoyados uno en el otro, durante un buen rato.
-Por cierto -dijo Leril de pronto-, ¿cómo
hiciste lo de la puerta de Sinax? Me quedé totalmente pasmada, y no he podido
preguntarte antes cómo...
-Una ilusión de ojos de espalda -contestó
emocionado Daaf-, metida en un cúmulo de bajo poder igual que escondimos tu
hechizo. Lo monté en un sistema de fuentes de brisa y lo coloqué justo donde
estabas con los centinelas. Lo tuve que preparar a toda prisa porque te cazaron
muy rápido. Cuando activaste la palabra de poder, también revelaste la ilusión,
y como estaban dando vueltas en el aire, no se dieron cuenta.
-¿Y no me lo pudiste explicar de esa
manera antes...? -quiso saber Leril sin alterarse.
-Pensé que quedaría más convincente todo
si echabas a correr dudando, sin saber por qué. Confundió más a los guardias.
Si hubieras ido con seguridad, quizá habrían sospechado de una treta así y nos
habrían perseguido antes.
-Siempre lo tienes todo planeado...
-Hay que asegurarse de que salen las
cosas, ya sabes -contestó Daaf, con la voz cada vez más apacible. Los dos se
quedaron quietos y callados junto al fuego, disfrutando aquel momento de calma
en mitad de ninguna parte.
-Vaya lío lo de Midstae, ¿eh?
-volió a intervenir Leril después de un rato- ¿Quién querría hacer eso con los refugios? Los
ha convertido en cualquier cosa menos en eso, en un refugio.
-Se trata de un mago, eso está claro
-contestó Daaf alegremente-. Y uno no muy listo. La actividad de los refugios
no la regula el Ilustre Magna y puede haber un buen revuelo si lo cazan. Seguramente
por fuera habrán puesto un edificio hueco y en las puertas le habrán colocado
los portales, en un burdo intento de hacerlo pasar como una construcción
más.
-Pero si unta bien a los controles
locales...
-Con la de gemas que se estará
embolsando...
-Estará bien tranquilo, el tío...
-Hasta que el refugio colapse por forzar
el punto tanto tiempo...
-Y le estallará el negocio en las
narices...
-Literal.
-Oh, vaya.
Ambos amigos rieron con ganas. Leril, que
disfrutaba especialmente imaginando cómo los errores de los demás les pasaban
factura, sonrió con satisfacción mirando al techo. De alguna manera, sentía
como si se estuviera vengando del mal rato que habían tenido que pasar antes.
-Bueno, ¿continuamos? -invitó Leril.
-Vamos. Tiene que quedar poco ya -le contestó
Daaf. Al igual que su amiga, se encontraba mucho más animado después del
descanso y la charla junto al fuego.
-Creo que voy a dejar aquí el fuego -dijo
Leril pensativa.
-¿Estás segura? No te quedan más lágrimas
de fuego, y esa es buena, y son difíciles de conseguir.
-El fuego es un aporte de energía. De
esta manera el colapso de este atajo se retrasará más todavía y tendrás más
tiempo para venir a quitar el conjuro -contestó Leril con perspicacia-.
Después, sólo tienes que coger la lágrima y devolvérmela.
-Desde luego, aunque a veces seas una
pesada, la verdad es que sueles ser brillante, Leril -dijo Daaf con admiración.
Leril le contestó con una sonrisa radiante.
Una salva de dardos brillantes los
acribilló. En medio de la sorpresa y la confusión, y tratando de defenderse
como pudo, Daaf cayó al suelo, intentando resguardarse tras las rocas. Una vez
acabó el ataque, buscó a su compañera, que seguía en el mismo lugar, de pie,
mirándose la mano ensangrentada con la que había descubierto una gran herida en
su abdomen.
-Daaf... -suspiró con un hilo de voz.
Daaf quiso levantarse para resguardarla con él y tratar de sanar su herida.
Una segunda salva de dardos volvió a
golpearles. Agachado en su sitio, antes de que hubiera podido moverse, Daaf vio
claramente como uno de los dardos atravesaba el cuello de Leril de parte a
parte, mientras los ojos de ésta continuaban clavados en los de Daaf. Durante
un segundo que se antojó interminable, el mago observó cómo su amiga caía sobre
sus rodillas, con una lágrima solitaria resbalando por su mejilla. Entonces el
brillo de su mirada se vidrió y se perdió, y finalmente la hechicera se
desplomó, ya como un cuerpo muerto.
Daaf se quedó contemplando aquel cadáver
que sólo diez segundos antes le había parecido una persona brillante y
maravillosa. Los dardos dejaron de caer, y de repente el brazo derecho le
ardió, tanto que tuvo que reprimir un grito de dolor para no revelar que seguía
vivo. Con la cara llena de gotitas de sudor, se asomó para saber qué o quién
les había perseguido y atacado. Bajo la luz pálida de su hechizo de luz, pudo
distinguir cinco figuras encapuchadas, cubiertas con el mismo tipo de manta
rugosa que distinguió en el acantilado, cuando los atacaron por primera vez
días atrás. Se encontraba en clara desventaja. La única manera de salir de allí
era la maniobra de siempre, distraer y correr. Sin embargo, dado que se trataba
de cinco bastardos que le acababan de arrebatar a la persona más importante con
la que había contado jamás, realizaría la distracción a lo grande, la más
grande de las que habría realizado hasta la fecha...
De lo más profundo de sus ropajes extrajo
un pequeño artefacto con la forma de un disco que tenía una curiosa figura
inscrita. Comenzó a recitar runas con una voz gutural muy grave, manteniendo el
disco entre las dos manos muy cerca de su boca. Sus atacantes se acercaban más
y más, dispuestos a confirmar su trabajo, pero antes de que pudieran acercarse
demasiado, Daaf lanzó el disco hacia ellos desde detrás de la roca. Hubo una
explosión y una enorme calavera de dragón surgió del disco y se enfrentó a los
atacantes. La calavera lanzó un rugido ensordecedor, pero Daaf siguió
esperando. Las figuras encapuchadas estaban algo aturdidas, y cuando ya se
disponían a contrarrestar aquella aparición, ésta escupió una gran llamarada
que llenó la caverna y pareció arrasarlo todo. Ese fue el momento crítico, y
Daaf salió de detrás de su roca, agarró la lágrima de fuego de Leril y el
bastón-llave, y echó a correr todo lo rápido que pudo. Cuando todavía sentía el
calor de las llamas draconianas, echó un último vistazo atrás, antes de
precipitarse al frío gélido de la caverna, dejando atrás a sus atacantes, a su
amiga muerta, y su dicha.
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