El sabio Skerj tamborileaba con los dedos
en su mesa. Se trataba de un evidente signo de impaciencia, contrastando con su
habitual talante impasible. Daba la impresión de estar esperando algo, o a
alguien, ya que además mantenía su mirada fija en la puerta enfrente de él. Sin
embargo, aparte de los suaves golpecitos contra la madera, ningún otro sonido
podía oírse en la tranquila estancia. Skerj sabía que tarde o temprano esa
puerta se abriría, y mientras tanto su tamborileo contaba, como si de un
singular metrónomo se tratase, el tiempo que transcurría hasta que ocurriese.
Tiempo...
Precisamente en el tiempo se encontraban
atrapados en ese momento Daaf y Leril, buscando, o eso parecía, una salida a
todo el caos que estaban recorriendo. Las paredes del túnel que atravesaban en
ese momento se empezaban a agrietar, mientras llevaba rato acompañándolos un
chirrido amenazante que en ocasiones parecía sacudirlo todo. Daaf se apresuraba
por delante de Leril, que desde que comenzaron los temblores estaba cada vez
más asustada.
-¡Daaf, por dios, dime qué demonios
ocurre! ¡Antes los túneles no se agrietaban! -le chilló por encima del
escándalo.
-Se nos acaba la suerte. No quedan muchos
fragmentos lo suficientemente estables como para visitarlos. De hecho creo que
el siguiente es el último. ¡Prepárate!
-¡Pero para qué! -le espetó Leril cada
vez más histérica.
Daaf volvió la cabeza un momento sin
dejar de correr, miró a su compañera con gravedad y simplemente dijo:
-Para todo.
Leril contrajo una mueca de frustración y
miedo, al tiempo que se fijaba que llegaban al final del túnel, gobernado por
una puerta que le resultaba muy familiar. Daaf la abrió con el hombro casi sin
frenar, atravesaron el umbral rápidamente, y ya cuando Leril iba a cerrar Daaf
la interrumpió con un empujón.
-Espera.
Desde donde estaba, Leril podía ver el
túnel colapsándose a lo lejos. Con suma precisión y rapidez, Daaf extrajo una
botellita de una pequeña bolsa entre sus ropajes.
-¿Pero qué haces?
-Se trata de un simple ungüento que
brilla al verterlo. Necesito algo para marcar -le contestó Daaf, mientras
dibujaba un extraño símbolo en el suelo con el contenido de la botellita. Acto
seguido pronunció unas runas, juntó las manos en una palmada y las pegó a las
paredes del túnel, de las que saltaron chispas por un momento. Daaf cerró la
puerta de un golpe y respiró.
-Bueno, -dijo dándose la vuelta- ahora
sólo tenemos que...
El resto de la frase quedó silenciada por
un golpe seco en la mandíbula que le derribó inmediatamente. Levantó la mirada.
Allí se encontraba Leril, con los ojos a punto de salirse de las órbitas, el
pecho subiendo y bajando sin control y una postura de combate, amenazante,
sosteniendo sendos cuchillos en las manos.
-Basta -susurró Leril a punto de perder
el juicio- ¡dime ahora mismo qué es lo que te propones o te rajo aquí mismo
antes de desaparecer de toda la existencia!
Daaf levantó la mano, como para
tranquilizar a Leril, pero esta volvió a la carga:
-¡Por qué, después de tenerme un siglo
dando vueltas por tu patética vida, colocas un hechizo de explosión retardada!
¡Dime qué motivo hay para que saltemos por los aires ahora! ¡¡Habla!!
Daaf le mantenía la mirada a Leril desde
el suelo, sin ceder terreno. Comenzó a explicarse con serenidad, aparentemente
ajeno a las intenciones asesinas de su compañera.
-El tiempo es como una ola que nunca
rompe, Leril. Viniendo aquí nos hemos bajado de la cresta, y ahora debemos
volver. Y el único impulso que hay en esa dirección es el de la energía que
regresa una vez los fragmentos se han colapsado. Y este en el que estamos es el
último al que podemos acceder, y no es muy estable. Se vendrá abajo de un
momento a otro. La bomba es simplemente para ganar impulso antes de que se nos
trague. Es la única manera. Nos catapultará a través de la energía del plano
hasta la delgada línea del presente. Pero es peligroso. Si nos salimos de aquí
podemos acabar perdidos para siempre. Así que, guarda esos cuchillos y empieza
a pensar un poco.
Leril miró alrededor, calmando su genio
para asimilar toda la información. Se encontraban en la habitación de Daaf,
aunque mucho más vacía que de costumbre. El paisaje visible por la ventana
parecía emborronado, como si le faltaran partes. Y un temblor que empezó
mientras no se daban cuenta comenzaba a cobrar fuerza. Daaf aprovechó para
levantarse y agarrar a Leril de los brazos.
-Leril. Guarda, los cuchillos. Por favor.
Leril pareció perder toda agresividad
mientras se perdía en la mirada penetrante de Daaf. Y como si esa fuera la
señal que había estado esperando, Daaf reaccionó de inmediato echando el cuerpo
de Leril y de sí mismo al suelo.
-Busca algo a lo que agarrarte. Y no te
sueltes por nada del mundo -le gritó en medio del estruendo creciente.
Leril obedeció sin pensarlo. Realizó un
par de sellos con las manos, que hicieron que sus dedos empezaran a brillar
como hierros al rojo. Entonces hundió sus manos candentes en el suelo adoquinado,
que se fundió al contacto, y acto seguido echó un aliento helado sobre la roca
fundida, atrapando sus propias manos dentro. Daaf se le quedó mirando
impresionado. De vez en cuando a Leril se le ocurrían genialidades como esa. La
imitó, sabiendo que era la manera más rápida de asegurarse al suelo, con el
tiempo justo de soportar la última sacudida.
Una gran oleada de calor los barrió desde
la puerta, acompañado de un ruido penetrante y percusivo y un fogonazo de mil
colores a través de la ventana. Después todo fue caos. La estancia parecía
empujarlos en todas direcciones, el estruendo era ensordecedor e
incomprensible, y el torbellino de luces e imágenes que sucedía afuera les
atravesaba como flechas los párpados cerrados y les punzaba el cerebro. El
suelo comenzó a agrietarse, y la grieta avanzó hasta Leril, que salió despedida
antes de poder darse cuenta de que había algo por lo que preocuparse. La chica
comenzó a dar tumbos sin control por toda la estancia. Daaf lo vio, y cuando se
disponía a realizar un hechizo para volverla a atraer se dio cuenta de pronto
de que tenía las manos atrapadas en la roca. En aquella situación, en medio de
ninguna parte y ningún tiempo, a punto de ser engullido por la nada y con las
manos inutilizadas, realmente no tenía muchas opciones para hacer magia. De
hecho, únicamente le quedaba un recurso desesperado. Cerró los ojos y trató de
concentrarse en encontrar el reflejo del aura que identificaba a su
compañera...
La calma vino de manera tan brusca que
ambos perdieron el conocimiento. Todo el revuelo insoportable de esfumó en un
instante, y Daaf y Leril cayeron rodando sobre una mullida alfombra de arbustos
y hojarasca. Daaf empezó a recobrar la consciencia a los pocos minutos. Al ver
a su compañera tendida y sin sentido, reunió las fuerzas que pudo para
acercarse, imponer sus manos sobre ella y realizar algún tipo de conjuro
curativo. Cuando vio que se despertaba, resopló y se derrumbó junto a ella.
-Bueno... -dijo entre resoplidos- ya,
estamos... aquí...
Leril se incorporó con dificultad.
Inspiró una bocanada de aire y le pareció como si fuera el aire más puro de
todo el universo. No le hacía falta preguntar. Lo notaba. La escasa energía del
laberinto temporal les había ido asfixiando la mente poco a poco, y ahora de
repente se sentía liberada de nuevo. Miró a Daaf esbozando una media sonrisa.
-Recuérdame que no me vuelva a quejar
nunca del presente -dijo, emitiendo una suave carcajada-. Y también que fulmine
a cualquiera que me pida que vuelva a ese infierno insufrible.
Esta vez fue Daaf quien sonrió. El fuerte
carácter de su compañera siempre le había resultado un tanto cómico.
-Dime, ¿cómo me pudiste mantener dentro
todo el tiempo? noté que hacías algo pero no logro entender...
-Telequinesia espectral -la cortó Daaf.
Siempre le emocionaba hablar de magia-. Una de las últimas cosas que estuve
ojeando en la catedral antes de fastidiarle el portal al Ilustre Magna. Si te
digo la verdad no pensaba que me fuera a resultar útil allí detrás... -dijo,
refiriéndose a los momentos pasados.
-La séptima escuela de magia... -comentó
Leril mirando al infinito- Nunca fui capaz de comprender cómo funciona. A mí
con la magia elemental, algo de alquimia, la rúnica y los sellos me llega y de
sobra. Pero tú estás loco. No entiendo cómo no te saltaba la cabeza por los
aires cada vez que te sometías a una nueva asimilación.
Daaf volvió a sonreír, aún tumbado en el
follaje, a la espalda de Leril. Al fin había vuelto. Sin duda el flujo de
energía fresca de nuevo en su cuerpo estaba mejorando su humor por momentos.
Finalmente se incorporó y se puso de pie, haciendo como que ignoraba las pullas
de su compañera, y se sacudió las ramitas y las hojas de la túnica.
-Hay que ponerse en marcha. Seguramente
ya habrán notado que algo ha pasado aquí, vendrá gente dentro de poco y yo tengo
que ir a ver a un conocido. Leril, necesito que me hagas un favor.
Leril se le quedó mirando incrédula.
Jamás en la vida Daaf le había pedido nada.
-Necesito que consigas una vejiga de
cabra y vayas al bosque del sur. Allí crecen unos árboles que echan algún tipo
de aliento siniestro. Recógelo con la vejiga y petrifícala al instante. Me lo
tienes que dar de esa manera, ¿de acuerdo?
Leril permanecía inexpresiva. Daaf
resopló.
-Escucha, ya sé que no te gusta que no te
cuente para qué es todo esto. Pero no tengo tiempo de...
-No, está bien -le interrumpió Leril, con
voz despreocupada-, tengo ganas de viajar. Nos veremos en la taberna de
Mataescamas.
Esta vez fue Daaf quien se quedó en el
sitio.
-... es un árbol seco con vetas negras en
el tronco. Ve... con cuidado. Buen viaje...
Daaf no sabía si fiarse. Nunca había sido
capaz de entender cuándo Leril le hablaba con sinceridad y cuándo estaba siendo
pasivo-agresiva. Si había algo que le molestaba eran las tonterías emocionales
absurdas que tenía ella a veces. Pero como otras veces, decidió dejarlo pasar y
afrontarlo cuando fuese el momento.
-¡En la taberna de Mataescamas, Daaf!
¡Dentro de dos días!
Y ambos compañeros se separaron y empezaron
a caminar en direcciones contrarias, recorriendo el inmenso valle boscoso donde
habían aparecido, ancho y verde, rodeado por grandes montañas, y al final del
cual se erguía, por encima de toda la cordillera, con sus numerosas ventanas,
chapiteles, tejados y pasadizos, la gran ciudad-montaña tallada de Sinax,
capital del reino.
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