Daaf resopló y se revolvió en la
silla. Se estaba impacientando. Aquel viejo con el que se había encontrado no
le daba información útil, daba la impresión de que estaba jugando con él. Y eso
le molestaba.
-Bueno, ¿entonces qué? -le susurró al
anciano.
Este dio otra larga calada a su pipa
y miró alrededor. La taberna albergaba unos pocos desgraciados, que se
encontraban demasiado hundidos en la bebida para darse cuenta de lo que ocurría
en el mundo, y mucho menos de lo que tramaban tres encapuchados en el rincón
más oscuro.
-No eres un chaval prudente, ¿eh?
-soltó una carcajada-. De toda la gente que conozco que intentó este hechizo,
el que mejor acabó está ahora encerrado, loco de atar porque cada vez que
intenta conciliar el sueño siente como si le atravesasen los ojos con hierros
candentes. Y tiene que comer con los pies, porque sus manos le intentan
estrangular cada vez que las mueve -añadió, tras lo cual le mostró sus escasos
dientes torcidos y amarillentos en una sonrisa malévola.
Daaf bajó la mirada. Se había dado
cuenta de que el anciano estaba totalmente paralizado en su horrible gesto, al
igual que el resto de gente en toda la taberna. Los contornos de los objetos
empezaban a verse borrosos.
-Vámonos, Leril -le dijo a su
compañera mientras se levantaba-. Se está empezando a plegar aquí también.
Ponte a empujar las paredes. La salida tiene que estar cerca.
-¿Cuánto tiempo piensas seguir
ocultándote de esta manera? -le preguntó Leril mientras se ponía a toquetear
las paredes de yeso gris.
-Todo el que pueda. Lo único que
quiero es despistar a todo el que me busque mientras lo hagan en sitios
evidentes. Cuando ya no podamos movernos más, volveremos a la torre y con
suerte podré completar el... plan.
Daaf se había callado antes de decir
la última palabra, acordándose de que Leril aún no sabía exactamente lo que
tenía pensado. Sabía que tarde o temprano lo tendría que averiguar, pero de
momento no le parecía prudente.
-¿Qué plan? -a Leril le ponía
nerviosa tanto secretismo-. Aún no me has contado nada, Daaf. Y esto es peligroso.
Si no salimos a tiempo...
-Desapareceremos de la existencia
junto con los recuerdos que tengan los demás de nosotros. Lo sé mejor que tú,
Leril. Y no estoy jugando. Se trata de algo importante... ¡Aquí está!
Mientras palpaba los tablones raídos
de la barra del bar, Daaf había encontrado una sección cuadrada de cerca de un
metro y medio de alto que cedía. Empujó un poco más y se abrió como una pequeña
puerta, hasta que se volvió parte de la pared de un túnel, el cual parecía
estar hecho de la misma madera podrida que la barra de la taberna.
-Vamos, no queda mucho -le apremió
Daaf a Leril. Esta se metió como pudo en la abertura y se puso a gatear por el
túnel, seguida por Daaf. Una vez habían entrado los dos, la abertura se colapsó
y quedó cerrada totalmente. Pasaron unos minutos mientras gateaban en silencio
antes de que Leril volviese a abrir la boca.
-A ver, recuérdamelo otra vez, ¿qué
es este caos de laberinto? ¿seguimos en nuestro plano?
-Sí y no -respondió Daaf después de
dudar un momento-. Estamos recorriendo partes inconexas del mismo, momentos que
se han desprendido del orden temporal y se van destruyendo conforme se aíslan.
Son fragmentos del pasado que se van reciclando para mantener la continuidad de
nuestra realidad.
El túnel se iba ensanchando. Ahora
podían recorrerlo caminando agachados. La madera ya no parecía estar tan
podrida.
-¿Y por qué sólo hemos visto momentos
de tu pasado? ¿Por qué no del mío o de cualquier otro?
-Porque fui yo quien nos dio acceso.
Mi energía mental aún los mantiene unidos a través de la memoria, y por tanto
solo podemos saltar entre aquellos momentos en los que yo haya estado presente.
Sin embargo, no hay ningún orden entre ellos y podríamos encontrarnos con
cualquier cosa. Abre bien los ojos...
Continuaron avanzando por el túnel
hasta que era lo suficientemente grande como para que pudieran andar de pie sin
problemas. La madera había ido dejando paso poco a poco a una pared lisa y
oscura, y tras unos minutos más de caminata llegaron a una bifurcación
iluminada por un color rojizo. Había una puerta ajada reposando contra la
pared, y por los rincones multitud de basura de todo tipo, objetos rotos que
por alguna razón se amontonaban en el interior de aquella fisura
espacio-temporal. El camino de la izquierda se perdía de la vista tras un
recodo lleno de tierra y raíces, mientras que el de la derecha daba paso a un
corredor sumido en la más absoluta negrura, del que se podía sentir una
corriente de aire caliente y pesado.
-Vamos por aquí -dijo Daaf señalando
el camino de la izquierda-. Hay algo de ese otro pasadizo que no me gusta
nada...
Entraron por la izquierda, y al
doblar el recodo vieron que el camino ascendía por una estrecha escalera
circular de altísimos escalones, todo hecho de tierra como si hubiera sido
excavada bajo el campo. Comenzaron el ascenso, usando pies y manos para no
perder el equilibrio. Conforme iban subiendo la tierra se iba haciendo más
húmeda.
-Bueno, ¿y qué me dices de ti? ¿cómo
escapaste tras caerte por el acantilado? -preguntó Daaf de pronto.
-Pues de una manera bastante más
fácil que esta. Realicé un canto de vacío sobre mi propio cuerpo para
ralentizar la caída, y justo al aterrizar me puse una pantalla de invisibilidad
por si acaso. Me fui corriendo hasta el hospicio sin que me siguieran, y allí
me escondí hasta que empezaron a decir que habías saboteado la expedición del
Ilustre Magna. El resto ya lo sabes, me encontré de bruces contigo cerca de la
catedral y luego me arrastraste hasta aquí.
-No tenía otra opción. Aún no sabemos
quién nos atacó ni si tiene alguna relación con Sinax. Si está ocurriendo algo,
nos afecta a los dos.
-¿Y por qué iba a tener el Ilustre
Magna algo contra nosotros? Bueno, me refiero a antes de que decidieras
volverte loco, claro...
-Te sorprendería saber... ah, mira,
ya estamos aquí.
Daaf había alcanzado el final de la
escalera, que se abría en un agujero que daba a un jardín cubierto por las
ramas de un gran árbol. Cuando ambos salieron, el agujero se cerró de la misma
manera que ocurrió anteriormente cuando escaparon de la taberna.
-¿Qué es aquel lugar? -preguntó Leril
señalando un gran edificio de piedra que se veía a lo lejos.
-Es la iglesia donde estudié durante
la guerra, justo antes de venir a Sinax -le contó Daaf mientras se sentaba al
pie del árbol-. Las escaramuzas no llegaban a esta parte del reino, y en verano
podíamos pasear por todo este prado que hay hasta allí. En este momento estaba
estudiando la historia del mago Mundus y algunos de sus apuntes. En nada vendrá
el instructor y charlaremos un rato. Ahí viene...
Vieron cómo se acercaba un hombre
alto, calvo y barbudo, de anchos hombros y cubierto por una toga basta atada
con un cordel. Se acercaba caminando con aire apacible, con las manos a la
espalda y contemplando el paisaje.
-Buen día, Daaf, ¿cómo va tu primera
asimilación? -le preguntó el hombre con una voz grave y engolada.
-Sin problemas, instructor. Este
ambiente es el mejor que podía encontrar para continuar mi estudio -contestó
Daaf de forma automática.
-Ciertamente, parece mentira que haya
un lugar en el que se pueda estar tranquilo estos días ¿eh? -dijo el instructor
riendo de forma amable-. Con todo este desorden que hay ahora mismo en el
reino, resulta difícil saber cómo amanecerá el día de mañana...
-No es como cuando miras a un demonio
a los ojos, que sabes que te arrancará el corazón palpitante y se lo tragará
entero, ¿verdad?
El instructor rió más fuerte. Se
acomodó junto a Daaf y miró hacia la iglesia.
-Eres un aprendiz muy curioso e
inquieto. No hay aspecto de la magia que no te atraiga... Supongo que ya te
habrán soltado el sermón sobre tener cuidado con lo que se aprende y no tratar
de abarcarlo todo.
-Varias veces, y siempre tratando de
asustarme. Y no me gusta. Quise estudiar esto desde pequeño. ¿Por qué habría de
sentir miedo de mi vocación?
Daaf repetía con exactitud todo lo
que había dicho cuando aquel momento ocurrió realmente. Sin embargo, no lo
hacía porque quisiera, sino porque simplemente las palabras salían de su boca
de manera mecánica, movidas por el recuerdo. Leril asistía a la escena en
silencio, sabiendo que sería invisible para ellos hasta que todo se volviese a
paralizar. El instructor tomó aire un momento antes de responder.
-Daaf, la magia es la vida. Y la vida
es algo muy profundo e intrincado. Nunca sabemos qué minúsculo detalle de la
realidad nos va a dejar fuera de juego. Como tú bien has dicho, no es como
cuando miras a un demonio fijamente a los ojos, porque en ese momento puedes
estar seguro de que tu vida ha terminado. No, en el día a día, la magia y la
vida son nuestras grandes desconocidas. Y hemos de profesarles respeto. Porque
por muy seguro que esté uno de sí mismo, de lo que es, de lo que quiere, el que
no lo viva con respeto y devoción suele encontrar un destino incierto. Ten
siempre mucho cuidado con lo que estudias, Daaf, no porque no quiera que
crezcas y aprendas, sino precisamente por lo contrario. Ama y respeta lo que
ejerces, y encontrarás lo que buscas con ello. No hay más camino que ese...
El hombre finalizó su pequeña charla
sin perder la expresión ensoñadora que brillaba en sus ojos, fijos en el
infinito. Daaf y Leril se quedaron también en silencio un momento, observando
despreocupados los campos que se extendían a sus pies, hasta que de pronto Leril
reparó de nuevo en el instructor.
-Se ha quedado quieto... ¡Daaf!
Y como si a ambos los empujara un
resorte, se levantaron de un brinco y se pusieron a buscar como locos una
salida que les permitiese seguir moviéndose a través del pasado de la vida de
Daaf, ocultos a la guardia que en aquel momento los buscaba por todo el
reino.
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