sábado, 9 de julio de 2016

La jugarreta de Daaf. Séptima Parte.

Leril ya había ido ya otras veces al bosque del sur. Lo tenía por un lugar conocido y manejable, y era por esto que se sentía francamente idiota permitiendo que la acompañaran, sobre todo tratándose de los, cuanto menos, curiosos personajes que vivían en la capilla destinada al estudio del bosque. Tanto quien le abrió como el compañero que le presentó después ofrecían un aire francamente descuidado, greñudos, ropajes lacios y holgados, y una sempiterna expresión de ensimismamiento dibujada en sus caras. Hablaban con un acento extraño, evidenciando que su lengua materna no era la misma que la de Leril. Marchaban por delante de ella, caminando  por el frondoso lecho del bosque con total desgarbo, como si aún no hubieran salido de su propio hábitat en la capilla. Y sin embargo, le daban una extraña sensación a la hechicera, como de tener una certeza absoluta sobre adónde se dirigían.
Decididamente incómoda, se dispuso a pasar por encima del silencio de sus guías una vez más desde que hubieron penetrado en la espesura.
-Oíd, sé que queréis ser amables y todo eso, pero os aseguro por decimonovena vez que sé cuidar de mí misma. No es la primera vez que vengo, ¿sabéis? -les comentó resoplando.
-No es amabilidad, -le replicó el individuo que le había abierto la puerta- sino ganas de que no mueras. No es que nos importe -añadió volviéndose para mirarla- pero si dejamos que entre la gente con alegría y salga muerta, o no salga, no nos dejarán seguir estudiando el bosque. Y eso sí nos importa.
Mientras le hablaba, sin dejar de mirarla, movió la mano, como para apartar algo de su camino, y un segundo después Leril recibió un guantazo en la cara.
-Y cuidado con las ramas invisibles -le dijo el compañero en tono de burla.
Leril se estaba cansando de tanta condescendencia. No había dejado de poner los ojos en blanco desde que hubieron entrado.
-No soy tan ignorante como pensáis. Sé que el bosque va cambiando de aspecto de forma aleatoria para despistar a quienes se adentran. Y sé también que tiene varias zonas diferenciables, y que ahora mismo estamos en la Zona de Paso...
El que le había abierto se dio la vuelta de pronto y la cortó en seco.
-Uno, no cambia de forma aleatoria. Existen patrones en el flujo según la zona en la que te encuentres. Dos, hace tiempo que abandonamos la Zona de Paso, estamos caminando por el límite de la Zona de Resuellos, que es el único camino seguro para llegar al corazón del bosque. El frente que se forma aquí entre dos corrientes de energía dispares hace de este lugar en concreto bastante inocuo, por lo que de momento sólo tendrás que preocuparte por las ramas invisibles, pero te recomiendo que permanezcas alerta, no tenemos costumbre de ir avisando cada sitio por el que pasamos, como si fuéramos simples guías turísticos -le espetó de pronto. Su semblante se había tornado serio y autoritario, al igual que el de su compañero.
Leril trató de replicar, pero el compañero la volvió a interrumpir.
-Nos has pedido los árboles de sombra, y te llevamos a los árboles de sombra, pero nada más. Todo lo que te ocurra durante el camino es cosa tuya, nosotros solamente nos aseguramos de que lo tengas fácil para no morir.
-Así que por favor...
-... trata...
-... de no...
-... seguir...
-... distrayendo...
-... nuestra...
-¡¡marcha!!
La última palabra la pronunciaron ambos guías, provocando que Leril diese un respingo. Con el mismo silencio autoritario, se dieron la vuelta a la vez y continuaron el camino.
-¡Vamos! -le ordenó el de la puerta.
Leril reaccionó poco a poco mientras los veía alejarse. Y de repente se sintió desprotegida ante la maleza que la rodeaba. Se apresuró a volver junto a los exploradores, sintiendo una mezcla de aturdimiento y rabia por haberse puesto en ridículo de aquella manera.
La travesía continuó durante las siguientes horas sin más incidentes, con el frufrú de la maleza rozando tobillos y pantorrillas y el susurro del viento en las hojas. Daba la impresión de haber pasado suficiente tiempo como para que hubiera empezado a oscurecer, pero por algún motivo la luz seguía teniendo la intensidad del mediodía. Leril estaba acostumbrada a estas horas anormales, ya que sabía que las fluctuaciones de la energía excesiva que conservaba aquel lugar hacían que la sensación temporal se distorsionara, haciendo que algunas veces pareciese estancarse para luego avanzar a saltos, o incluso retroceder si parecía que el salto había sido muy grande. Por eso no contaba con detenerse para comer o cosas por el estilo, y así cuando tenía hambre se limitaba a sacar alguna vianda que mantenía guardada en su zurrón. En el momento en el que el sol de pronto pareció decidir avanzar por el cielo hacia la izquierda hasta casi ponerse, para después elevarse un poco, se encontraban atravesando una sección especialmente frondosa. De pronto, ambos guías se detuvieron en seco y empezaron a escudriñar a su alrededor, como si trataran de distinguir algo más allá de toda la vegetación que los rodeaba. Y aunque Leril se había propuesto hablar con ellos lo mínimo, no pudo reprimir preguntarles.
-¿Qué ocurre? Ya debemos de encontrarnos cerca, ¿no?
Para su sorpresa, le admitieron la suposición con un movimiento afirmativo de la cabeza.
-En efecto, el corazón del bosque se encuentra cerca -le contestó uno de ellos con voz cautelosa-. Pero por eso ahora mismo debemos tener mucho más cuidado. Vigila muy bien dónde pisas y mantente alerta para cualquier cosa.
Leril, que con Daaf ya estaba prevenida de que los hombres nunca le hablasen claro cuando había peligro, trató de agudizar su percepción al máximo al tiempo que recopilaba todo aquello que sabía del bosque, para adivinar por su cuenta la razón de aquella repentina advertencia. Caminaba con los brazos a media altura y las manos extendidas, arrastrando cada pie y asegurando el irregular terreno antes de dar un paso, y mirando a todos lados, concentrándose como nunca lo había hecho. Podía sentir el peligro flotando en el ambiente, un peligro distinto a cualquier cosa que hubiera visto antes en el bosque, pero no lograba descifrar qué era exactamente. Poco a poco los tres viajeros se fueron juntando. Leril trataba de rozar lo mínimo cada planta y cada árbol al lado de los cuales pasaba. Miró hacia adelante, donde estaba el compañero  que le había hablado, caminando con la misma cautela. Distinguió un reflejo extraño, y de pronto, al comprender qué era, echó todo su cuerpo hacia delante, pinzó sus piernas en un arbusto especialmente grueso y agarró por el brazo al hombre...
Nymeau dirigió su mirada temblorosamente hacia abajo. Se hallaba suspendido en el vacío, únicamente asegurado por la chica que los acompañaba, que estaba tumbada justo al borde del precipicio y lo mantenía agarrado por el hombro, de una manera en la que fácilmente se podría dislocar. Miró hacia su izquierda. Xelà lo miraba con horror mientras una de sus piernas también se balanceaba aún sobre el infinito. El bosque parecía continuar hacia abajo, como un abismo sin fondo en cuya pared hubieran crecido numerosos árboles y arbustos. Leril tiró de él encogiendo las piernas al tiempo que Xelà se tiraba hacia atrás, tratando de alejarse del borde. Una vez los tres se encontraron a salvo en el suelo, miraron hacia adelante. Unos treinta metros más allá, el bosque continuaba de nuevo en horizontal, con un aspecto mucho más salvaje y descuidado que donde estaban, formando en medio una especie de cañón cuyo fondo se perdía en la negrura, así como sus extremos a izquierda y derecha en la lejana niebla.
-Bueno -dijo Leril levantándose-, ahí tenemos el corazón del bosque. Supongo que ahora me diréis cómo cruzar hacia allá, ¿no?
-No -contestó Xelà impasible.
Leril le lanzó una mirada furibunda engarzada en una expresión de profunda indignación. Después de salvarles la vida, no esperaba que fuesen capaces de ser tan desagradecidos, pero se contuvo y recuperó la compostura, decidida a no contestar a aquello.
-Muy bien, pues me las tendré que arreglar, supongo -dijo resuelta, avanzando hacia el borde del acantilado.
-Nosotros no lo sabemos -gruñó Nymeau con dificultad al levantarse-. La frontera con el corazón es cambiante. No es igual cada vez que se intenta cruzar. Te podríamos ayudar a averiguar cómo se cruza, pero no si te pones así...
Leril no quiso admitir más impertinencias. Se dio la vuelta, realizó tres sellos seguidos con las manos y las echó a la tierra, de la que al instante surgieron una miríada de raíces nudosas que se enroscaron en los cuerpos de los dos guías, atrapándolos con fuerza. Todo ocurrió tan rápido que apenas les dio tiempo de sorprenderse por encontrarse atrapados de repente. Leril se empezó a acercar tranquilamente a ellos hasta que estuvo a dos palmos de Nymeau, al cual miró directamente a los ojos mientras le espetaba con voz suave y firme:
-Te acabo de salvar la vida. Si no fuera porque reaccioné de la manera correcta vuestros cadáveres seguirían cayendo y dándose contra los troncos de ese cañón sin parar. Admito que al principio os pude resultar un poco molesta, pero es mi carácter y es el mismo para todo el mundo. Y ahora la línea la habéis pasado vosotros. Y mi línea, como veis, no se puede cruzar tan fácilmente -dijo, mientras apoyaba una mano en las raíces, que como respuesta empezaron a apretar más el cuerpo de Nymeau-. De modo que sería estupendo escuchar una disculpa y después dejar de haceros los capullos. Conozco a un verdadero capullo, y no tenéis ni idea de cómo es. ¿Entonces?
Leril se colocó la mano en la oreja en señal de esperar algún tipo de respuesta, la cual, en principio, estuvo compuesta solamente por forcejeos y respiraciones agitadas. Sin embargo, segundos después Xelà le dijo algo en una lengua extranjera a su compañero, quien sin poder apartar la mirada de Leril, lanzó un penoso "lo siento" con el poco aire que le quedaba en los pulmones. Leril aflojó las raíces de inmediato, y con un sello más las devolvió bajo tierra.
-De acuerdo -dijo con una sonrisa de oreja a oreja-, vamos a sentarnos a pensar -y como si no hubiera ocurrido el menor percance entre ellos y se tratase de una divertida excursión, se sentó en el suelo con las piernas cruzadas y les invitó a acompañarla.
En el rincón más oscuro que pudo encontrar de la taberna más famosa y concurrida de la Grieta, Daaf, cubierto con su habitual túnica con capucha, se limitaba a esperar a su compañera mientras repasaba algunos apuntes que llevaba consigo. Levantó la vista hacia el techo y empezó a relatar en susurros a un inexistente interlocutor.
-Los demonios son criaturas extraplanarias, y por tanto poseen su propio campo de energía, que es distinto al de nuestro plano, y lo usan para emplear su poder. Se trata de criaturas mágicamente independientes, y para permanecer en un campo de energía dispar usan un tipo de magia muy parecido a la de los portales, manteniendo un equilibrio de fuerzas estable entre los distintos tipos de flujo. Una alteración en ese flujo provoca un rechazo inmediato por parte del campo del plano, lo que resulta en la expulsión o exorcización del demonio en sí -bajó la vista y comenzó a elucubrar para sí mismo-. Sin embargo, si se consigue controlar esa alteración y se combina con otro tipo de...
-¡Eh! ¿Vas a pedir algo o te tengo que echar? -gritó el tabernero por encima del gentío.
Daaf resopló de impaciencia.
-Una cerveza.
El tabernero se la sirvió con la sospecha dibujada en el rostro, pero cambió su parecer en cuanto vio las relucientes monedas que dejó caer su cliente sobre la mesa. Éste se dispuso a volver a su repaso cuando la puerta de la taberna se abrió de golpe y se tuvo que interrumpir de nuevo. Miró, cansado de no poder centrarse y se encontró de bruces con  Leril, que le puso delante de las narices un extraño pedrusco redondo.
-Aquí está, pero por favor, empieza a contarme de qué va todo esto porque no he tenido un día fácil y necesito saber en qué me has metido.
Daaf la observó de arriba a abajo. Leril estaba claramente molesta, presentaba rasguños en los brazos y sus ropajes estaban descuidados, sucios y un poco rotos.
-De acuerdo. Pídete algo, bebe conmigo y consigue una habitación para quedarte esta noche. Te lo contaré todo entonces, en privado. 

miércoles, 17 de febrero de 2016

La jugarreta de Daaf. Sexta parte.

La pradera se antojaba tranquila. El suelo, acolinado, lucía un césped verde natural que parecía estar invitando continuamente a cualquiera a tumbarse sobre él, si no fuera por el cielo lleno de nubarrones y el viento, un tanto molesto, que iba mesando el cabello de todo el paisaje.
Por medio de tal coyuntura iba recorriendo un hombre el camino que partía en dos la vista, con la mirada fija en la localidad donde a lo lejos moría la senda. Se encontraba con sus pensamientos dispersos por su marcha cuando, a varios metros enfrente de él, un fenómeno extrañísimo le detuvo y concentró toda su atención. Un minúsculo punto oscuro que acaso podría haber permanecido ahí siempre sin ser detectado, comenzaba a crecer y crecer sin parar. El aldeano se mantuvo completamente inmóvil mientras observaba aquella incomprensión. El punto, que ya era más una bola que un punto, reveló estar hecho de algún tipo de tejido, mientras su tamaño siguió aumentando hasta que bien pudo albergar a una o dos personas dentro de forma holgada. En ese momento su crecimiento se detuvo bruscamente, tras lo cual cayó al suelo perdiendo toda la forma. El pasmado silencio del único espectador continuaba inquebrantable mientras advertía que, efectivamente, el gurruño de tela oscura revelaba contener a alguien, que al momento empezó a quitárselo de encima.
Tras zafarse totalmente de la manta, la hechicera Leril se incorporó y volvió a observar la luz del día. Se dispuso a recoger su extraña prenda cuando se dio cuenta de que tenía compañía. Le lanzó una mirada irónica al asombrado y le dijo con desdén:
-Qué, ¿nunca ha visto a nadie saliendo de un refugio de Punto Infinito?
El señor simplemente respondió a una llamada que parecía estar haciéndose a si mismo desde hacía rato y salió corriendo sin más hacia la aldea. Leril soltó un bufido de hastío.
-Bah, borregos ignorantes... -masculló.
Una vez todo recogido, Leril oteó el paisaje que se abría ante ella. A lo lejos, todo se tornaba montañoso y de color verde oscuro hasta donde alcanzaba la vista. El bosque misterioso que lindaba al sur con todo límite del reino siempre constituía una visión impresionante o incluso escalofriante, según quien lo mirara. En cierto modo, no parecía algo natural. Parecía como si, en algún momento de la historia, alguien hubiera colocado allí aquella ridícula cantidad de árboles. La expresión de Leril cambió como si hubiera visto a un antiguo pariente después de un largo tiempo, tras lo cual se dio la vuelta y siguió el camino que llevaba a Dusundun, el pueblo más meridional del reino.
Una vez atravesó los portones de la muralla que protegía la localidad, Leril comenzó a mirar a su alrededor, claramente a la búsqueda de algo, o alguien. Sus pasos, cautelosos, resonaban en el empedrado color beige que cubría todo el suelo. En las calles se observaba muy poco movimiento, y las escasas personas que confirmaban que no se trataba de un pueblo fantasma podían verse en su mayoría sentadas en los porches de sus casas, observando con cierta indiferencia a la extraña que en aquel momento turbaba el estático paisaje. Tras recorrer unas cuantas calles Leril dio con la plaza principal del pueblo, en cuyo centro se alzaba el que sin duda era el más antiguo de los edificios que allí se encontraban. La piedra con que estaba hecho presentaba evidentes signos de erosión, y podían identificarse cuantiosos indicios de musgo y liquen tanto en las juntas de los ladrillos como en cada una de sus cinco esquinas.
Leril se dirigió directamente a la puerta de madera milenaria y accionó un par de veces el pesado llamador que la coronaba. Este produjo unos golpes graves y resonantes que parecieron estremecer el edificio entero, desde el tejado hasta la base, e incluso más abajo, hacia las entrañas de la tierra. Después, silencio. Leril permaneció frente a la puerta de pie, sin hacer nada más, fundiendo su quietud con la ligera brisa que la acariciaba.
Tras lo que pudieron ser perfectamente dos o tres minutos, la puerta se abrió de repente, revelando a un hombre bajo y delgado, vestido con prendas de tela ligeras y holgadas, y que aparentaba una edad avanzada. Su pelo era escaso, blanco y largo, y miraba a Leril con los ojos entornados, como si no hubiera visto la luz del día en mucho tiempo. Junto con esta imagen salió de la puerta una oleada de olor a rancio y cerrado. Leril cerró los ojos y arrugó ligeramente la nariz. No le gustaban las capillas.
-Sí... -dijo vagamente el hombre.
-He de entrar en el bosque. Si pudiera echar un vistazo a...
-Pasa -la interrumpió. El personaje volvió a adentrarse en la capilla, dejando la puerta abierta para que le siguiera Leril. Esta hizo de tripas corazón y entró también, cerrando con un sonoro golpe.
Mientras tanto, en el otro extremo del reino, Daaf atravesaba con sigilo y cautela el complejo entramado de calles y túneles de Sinax con su destino claro en su mente. Sabía que aún se le buscaba, y de algún modo podía constituir un suicidio adentrarse en el centro neurálgico de todo el organismo que iba tras él. Aun así procuraba ir con sigilo por los lugares más recónditos de toda la estructura urbana. La luz del sol se filtraba por todos los huecos de la roca tallada, y continuaba hacia dentro reflejada en un sistema especial de espejos, lo cual no evitaba que hubiera por todos lados rincones oscuros que invitaban a la discreción. Precisamente se encontraba Daaf atravesando uno de estos lugares, subiendo por una angosta escalera en un túnel. Ésta desembocó en una calle-balcón que se asomaba a un gran desfiladero interno plagado de calles similares, grandes ventanas, puentes y escaleras sinuosas. Daaf se deslizó en silencio, alejado de la barandilla, y tras haber recorrido unos veinte metros bajó rápidamente los escalones del porche de un pequeño local con un letrero gastado. Se quitó la capucha y empujó la puerta.
-Oh vaya, llegó el rapaz -comentó Skerj tras el mostrador -. Por lo que veo la has liado pero bien esta vez ¿eh? El revuelo se comenta por todo el barrio.
-Ahórrate la cháchara -dijo Daaf simplemente mientras cerraba la puerta-. ¿Tienes algo resistente por ahí?
-Rebusca por ahí, por el rincón -le contestó mientras señalaba a su izquierda, por la parte más amplia del local minúsculo.
El erudito se dedicó a observar con curiosidad a Daaf, que se puso a revolver un montón de trastos mientras continuaba el palique:
-Las patrullas están por todo el Distrito de las Faldas. Hay un grandísimo interés en encontrarte, ¿sabes? Claro que eso te dejará espacio para que una vez dentro... ¡el trozo de  equalum!
Daaf extrajo con brusquedad una pesada plancha irregular de algún metal oscuro, y sin avisar la soltó en el aire al mismo tiempo que profería un alarido de rabia y descargaba un puñetazo envuelto en llamas y chispas contra la pieza, que emitió un sonoro gong. Esta, sin embargo, no se desplazó lo más mínimo. Al contrario, vibró durante un instante y luego todo el juego espectacular de luces se convirtió en un reflejo que desapareció en su superficie de color apagado, antes de que cayera pesadamente al suelo.
-¡¡El maldito traidor!! Primero falta a su palabra y luego trata de liquidarme mandando a un espantajo. ¡Sabía que no era un tipo de fiar! Me ofreció una beca en la catedral de aquí, Skerj, me dio opción de seguir asimilando aun después de haber pasado la preparatoria en los Prados de Senala -propinó otro golpe al fragmento oscuro que permanecía en el suelo, que igualmente absorbió toda la energía producida-. ¡Estaba jugando conmigo! Me quería confiado, relajado, en su sitio para poder eliminarme de un plumazo. Me tiene miedo, lo sé. Pero aaah, a Daaf no se le engaña tan fácilmente. Cuando acabe lo que tengo pensado encontraré a ese tipejo que mandó y luego le hundiré. Va siendo hora de limpiar el reino de lacras como él...
Skerj simplemente lo observaba mientras profería improperio tras improperio, la corta melena agitándose alrededor de su cabeza y sus ojos oscuros chispeando de furia.
-Puedes... -le interrumpió- ¿Podrías... dar otro golpe a la cosa esa? Creo que hay alguien en la Grieta que aún no se ha enterado de tus problemas de mierda.
Daaf cortó su iracundo discurso de inmediato. El sabio Skerj solía callar en cualquier situación, pero por eso mismo sus palabras siempre causaban un gran efecto.
-Oh, vaya... -continuó con sarcasmo- Chavalín, sólo tienes dos pruebas inconsistentes de esa acusación tan grave. Te estás precipitando como una bolita de sucum en un círculo maldito. Y vas a acabar igual de maltrecho.
Daaf se acercó con vehemencia a su anfitrión y colocó sus manos en el mostrador.
-El enviado sabía sellos de ángel, Skerj. El único que conoce esos sellos es el Ilustre Magna. No me los quiso enseñar ni a mí.
-¿Y tú qué sabes? -le contestó simplemente Skerj.
Daaf le clavó una mirada furibunda tras la cual acabó alejándose otra vez del mostrador con desdén. Skerj continuó sus contundentes palabras.
-¿Qué pasa, te crees tan importante como para ser el único a quien el Ilustre Magna quiera enseñar un conocimiento vedado? Vaya, vaya, se te ha ido la cabeza, creo yo.
Daaf daba vueltas como un león enjaulado. Abrió la boca dispuesto a protestar de nuevo cuando Skerj le cortó señalando de forma autoritaria una silla ajada que había junto a la puerta.
-Siéntate -le ordenó.
Daaf tardó en obedecer, ofreciendo un semblante desafiante, pero lentamente se acabó sentando. Entonces Skerj se movió por fin del mostrador, revelando su andar característico, y se acercó a Daaf.
-Estás fallando como un anillo encantado de los que venden en el Distrito del Corazón. Concéntrate. Focus, Daaf.
El joven mago cerró los ojos, obligándose a tranquilizarse, mientras Skerj se paseaba delante de él.
-Piensa. Trata de mirar más allá de esa visión estrecha e inútil que has dado al caso. En la magia siempre puede haber más de lo que parece. Es lo mismo con todo, vaya. ¿Crees que hoy día se puede llegar a Ilustre Magna con ideas absurdas de dominio y conservación del poder? Sabes mucha historia, Daaf, trata de contar cuántos líderes corruptos ha tenido el reino a través de las héxadas. Tu acceso de rabia no tiene sentido.
Daaf comenzó a encajar las palabras del sabio poco a poco.
-Entonces, ¿qué sentido tienen el ataque y su repentina apertura del portal? -preguntó, aún un poco inquieto.
-Es indudable que hay alguien que anda tras de ti, simplemente no debes asumir tan rápidamente la respuesta. Trata de considerar otra opción. ¿Qué sentido tendría el movimiento del Ilustre Magna en el caso de no ser él quien te buscaba desde el principio?
-Desde luego que ahora por ello la guardia se me echa encima por todos lados.
Skerj chascó los dedos.
-Vas bien. Ahora empiezas a pensar. ¿Qué ocurre cuando toda la guardia te busca en todo momento?
-Que en realidad... podría recurrir a ella en cualquier momento...
-Bien... -contestó Skerj invitándole a continuar.
Daaf abrió los ojos y se levantó. Empezaba a entenderlo todo.
-Él sabía que en un principio trataría de frustrar su apertura del portal. Me conoció muy bien mientras me enseñaba. Primero me prometió que no haría expediciones, y luego faltó a su promesa a propósito para así tener una excusa que le permitiera tener a toda la guarda detrás de mí. Pero si convocó la apertura hace tres días eso quiere decir...
-Quiere decir que sabía antes que tú que alguien te quiere muerto -Daaf se quedó mirando a Skerj con estupor-. Te está protegiendo en secreto, chaval. ¿Qué te cuesta a ti escapar de la guardia? Pero si tienes algún problema de verdad sólo te tienes que dejar atrapar... Oh, vaya...
-... y tendré una escolta magnífica... -terminó Daaf.
El erudito sonrió con satisfacción mientras volvía a su lugar en el mostrador. Daaf se apoyó en la pared mientras le seguía dando vueltas. Aquello lo cambiaba todo. De pronto ya no se sentía perseguido, podía volver a concentrarse en su plan. Necesitaba completar el hechizo lo antes posible y volver a su torre sin llamar la atención.
-Por cierto -añadió, volviendo junto a Skerj-. Gracias por la Llave del Pasado. Guárdala el doble de bien que antes. No quiero volver a ver este invento del demonio nunca más.
Skerj empezó a reírse a carcajadas mientras alcanzaba un pequeño paquetito de tela que le arrojó Daaf. Tras introducirlo sin más en un cajón del mostrador, se quedó mirando a Daaf de nuevo.
-Te lo dije -le espetó con una gran sonrisa.
-Ya... siempre me lo dijiste...
-¿Necesitas alguna llave normal para volver a tu casa?
-No, gracias. La última aún me aguanta bien... -le respondió Daaf mientras ya se daba la vuelta para irse. Entonces se paró en seco y volvió a mirar al erudito. Éste le alzó las cejas sin abandonar su cara de diversión.
-¡Está bien, dame tres más! -exclamó, poniendo con brusquedad una pequeña bolsita de tela en el mostrador.
Skerj soltó sobre el mismo uno a uno tres grandes alfileres pinchados cada uno en un pequeño corcho.
-No te preocupes...invita la casa... -le dijo Skerj con lentitud. Sus ojos le vacilaban más que nunca.
Daaf resopló y esbozó finalmente una pequeña sonrisa. Recogió todo lo que había frente a él.
-Siempre me ha parecido que tú y el Ilustre Magna sois muy amigos. No lo entiendo... Se supone que él no sabe nada de lo que haces aquí.
-Y tú se supone que no sabes nada de muchas cosas. Se sabe, más que se supone. Deja de intentar abarcarlo todo, hijo. Focus. Oh, vaya...
Y tras aquel último consejo, Daaf se despidió del sabio Skerj con un gesto y salió finalmente del local, que al volver a cerrarse la puerta volvió a su estatismo absoluto. Skerj ya no tamborileó más.
Fuera, Daaf se tomó un momento para observar el barrio de la Grieta. Su siguiente paso era esperar dos días y reencontrarse con Leril en la taberna de Mataescamas. "Bueno", pensó. "Este barrio no es de los más vigilados. Algo podré hacer mientras espero. ¿Cómo le irá a esa pesada?"
Y sin más, emprendió la marcha a lo largo de la calle-balcón.