miércoles, 29 de julio de 2015

La jugarreta de Daaf. Tercera parte.

En el Gran Salón de la catedral de Sinax había un gran revuelo. Un enjambre de asistentes y voluntarios iban de un lado para otro, llevando objetos, realizando preparativos, limpiando o con cara de andar perdido. El bullicio de voces, cacharros puertas y pasos formaba la banda sonora del evento. Y desde la baranda del estrado principal, la persona que representaba la máxima autoridad con respecto a la magia en el reino, el Ilustre Magna, observaba el desarrollo de los preparativos con seriedad y concentración. Cualquier detalle era de principal importancia. Junto a él, sus cuatro consejeros vigilaban con el mismo esmero toda la escena. No podría decirse que los ropajes que vestían tales personalidades fueran demasiado ostentosos, pero aun así, les conferían una poderosa presencia. Las largas capas con capucha de los consejeros, completando la imagen de la ligera armadura de cuero dorado que cubría la túnica del líder mágico, junto a su amuleto colgante sobre su frente, componían una estampa impresionante que espoleaba a cualquiera que parase un momento a contemplar el paisaje.
-Todo parece marchar adecuadamente, señor -murmuró uno de los consejeros.
El gentío empezaba a apartarse hacia las paredes, según la limpieza de la sala se iba cumpliendo, dejando el centro despejado. La mayoría de toda la decoración que normalmente adornaba la sala ya estaba almacenada en otros lugares del edificio, dejando a la sala circular nada más que su color blanco, y los pocos magos que ayudarían con el ritual ya se estaban terminando de preparar. El Ilustre Magna respiraba con satisfacción. Sí, todo parecía marchar adecuadamente.
Sin embargo, mezclado entre la muchedumbre y relativamente a salvo de las atentas miradas del estrado, había un muchacho ataviado con una túnica algo raída, de tez pálida y melena corta y oscura, que portaba uno de los últimos candelabros. Si cualquiera hubiera reparado en su cara, sin duda habría pensado que tramaba algo, pero esto no parecía ser fácil ya que su puntiaguda capucha, tan común entre la gente de la catedral, le ocultaba parcialmente el rostro. En realidad lo que este individuo tenía pensado hacer era poco, pero esperaba conseguir mucho con ello. Se encontraba tratando de acarrear el candelabro entre la gente, cuando, haciendo ver que era un accidente, lo dejó caer pesadamente en el suelo. Extrañamente, el potente gong metálico que emitió se escuchó justamente en la otra punta de la sala, sonido que desvió la mirada del Ilustre Magna durante una fracción de segundo. Este fue el momento que aprovechó el encapuchado para lanzar secretamente un minúsculo grano de sal transparente al centro de la sala. Una vez hecho, volvió a levantar el candelabro, lo sacó de la sala y ya no volvió a aparecer.
Quince minutos después, la limpieza se había completado, y en la sala no quedaban más que las personas que iban a participar en la apertura del portal al Plano de Cristal: varios encapuchados apostados tras las columnas que rodeaban la sala, tres magos con sus túnicas habituales, una figura al fondo, toda ataviada del mismo blanco que brillaba en la estancia, y detrás del Ilustre Magna y sus consejeros se encontraba cerca de una docena de magos y hechiceros, los cuales esperaban con cierto nerviosismo el momento en el que emprenderían un viaje de exploración junto a su jerarca. La tensión podía palparse a través del silencio. De pronto, el Ilustre Magna alzó las manos y ordenó:
-¡Que comience el ritual!
Y como respondiendo a tal proclama, el sujeto vestido de blanco se puso en movimiento y comenzó a acercarse solemnemente al centro de la sala, portando lo que parecía ser una piedra entre sus manos. Esta sin duda había sido creada por algún medio místico, ya que cuando le alcanzaba un rayo de sol proveniente de los altos ventanales, emitía destellos irisados, como si se tratase de un prisma descomponiendo la luz en colores. Una vez alcanzó el centro, el hombre de blanco la dejó con mucho cuidado en el suelo, tras lo cual se sacó de sus anchas mangas un fragmento de espejo de más o menos el mismo tamaño de la piedra, y lo colocó bocabajo sobre la misma. Completado su papel, se alejó con la misma actitud respetuosa.
El siguiente turno fue para el grupo de gente encapuchada que se encontraba a uno y otro lado de la sala. Como si todos ellos formasen un coro, empezaron a emitir un canto grave y profundo, cada uno a una distinta altura, formando una cacofonía inquietante. Esta extraña música aparentemente tuvo algún efecto sobre el espejo, que se puso a ascender en el aire hasta que una nueva voz más aguda resonó en el coro, momento en el que se detuvo a metro y medio del suelo.
En medio de esta situación, con el coro sosteniendo su canto y acaso con ello sosteniendo también el espejo en el aire, el mago que se encontraba al pie de las escaleras que llevaban al estrado se concentró en realizar su parte. Cerró los ojos, dirigió sus manos a la piedra y pronunció algún tipo de conjuro. De sus dedos surgieron unas brillantes lenguas de fuego dorado, que rápidamente fueron disparadas contra la piedra. Esta continuó ardiendo con esas mismas llamas hasta que, quizá alimentada por dicha energía, lanzó un rayo blanco hacia el espejo, haciéndolo tambalearse ligeramente y arrancándole un sonido como de diapasón que acalló inmediatamente los cánticos. Entonces el Ilustre Magna se adelantó un paso y se arremangó. Este realizó complicados sellos con las manos, que hicieron estabilizarse al espejo de nuevo, ahogando de esta manera su sonido de diapasón. En aquel momento, la imagen que podría verse de la piedra y su rayo en el espejo comenzó a proyectarse tras él, como si el mismo reflejo hubiese escapado hacia el mundo real. Ahora parecía que hubiese un gran rayo con el espejo en el centro y sendas piedras idénticas en sus extremos. Lo que nadie advirtió es que el grano de sal que antes fue arrojado también se proyectó, formando un minúsculo punto que resultaba imposible de distinguir. Ajeno a tal circunstancia, el Ilustre Magna dio con la cabeza la señal de continuar.
El mago que había lanzado las llamas aún se encontraba controlando el proceso, y en aquel momento intensificó la energía que había mandado a la piedra, consiguiendo así empujar el espejo hacia arriba y talmente haciendo el rayo mucho más alto de lo que era. Los otros dos piromantes que habían estado aguardando hasta ese momento su intervención se pusieron en posición y añadieron su fuego al rayo, un fuego de tonalidades naranja oscuro y azul. Con esto, la luz del rayo se intensificó súbitamente, cubriendo por igual el espejo y la piedra. El espejo se partió en mil pedazos y se repartió por todo el haz. Todos se encontraban expectantes. Era el momento más crítico. Podía verse al Ilustre Magna, contraído en el último gesto que había realizado con las manos, mirando fijamente el fenómeno que gobernaba su Gran Salón. Hubo unos interminables segundos de espera. Y entonces...
Un gran estruendo, como si estuvieran rasgando una tela inmensa, inundó la estancia. El rayo de luz se ensanchó hasta convertirse en un óvalo, y se siguió ensanchando hasta que a través de él pudo vislumbrarse un extraño pasaje. El Ilustre Magna por fin relajó la postura. Resopló una vez, miró a todos los presentes y alzó las manos de nuevo. El portal se había abierto con éxito.
Todos los presentes aplaudieron y vitorearon. El Ilustre Magna respondió a la ovación con una reverencia, y enseguida se dispuso a bajar las escaleras guiando a sus acólitos a tierras desconocidas. Se detuvo al pie de la escalera y comenzó un breve discurso.
-Este es un gran momento para los de nuestra orden. Hoy, varios de mis mejores alumnos descubrirán conmigo una parte más del codiciado Plano de Cristal. Es en esta hora en la que os pido...
El Ilustre Magna continuó su discurso con seriedad y solemnidad, y mientras todo esto sucedía, el portal, que aún continuaba abriéndose, se encontró con el grano de sal y su reflejo. Esto le provocó una sacudida que interrumpió el discurso e hizo que todos los presentes se sobresaltaran, incluido el Ilustre Magna. Su rostro se contrajo en una mueca de preocupación, y cuando estaba a punto de acabar rápidamente su discurso para partir cuanto antes, un millar de arcos voltaicos recorrieron la abertura del portal, que empezó a contraerse y retorcerse, emitiendo flashes de luz amarillenta hasta que todo, luz, portal, rayos eléctricos y grano de sal, se concentró en un punto y desapareció con un estampido ensordecedor, creando con ello una onda expansiva que tiró a todo el mundo al suelo. Hubo unos segundos de quietud absoluta antes de que se armase un gran alboroto. Todos se encontraban confundidos y consternados. Un ritual perfecto había sido arruinado en el último momento. Y en medio de todo el caos, el Ilustre Magna, tras levantarse con una mirada sombría y colérica en el rostro, se acercó a uno de sus consejeros y le ordenó en un susurro amenazador:
-Traedme a Daaf. Vivo. 

sábado, 25 de julio de 2015

La jugarreta de Daaf. Segunda parte.

La luz del un sol rasante comenzaba a penetrar entre los barrotes de la ventana. Daaf abrió los ojos. Su habitación presentaba el aspecto de haberse sometido a otra intensiva noche de investigación. El escritorio, cerca de los pies de la cama, soportaba el peso de una montaña de libros, anotaciones y restos de comida, con un hueco liberado aparatosamente para dejar espacio a lo último que había estado haciendo. Más allá, en la pared opuesta, una estantería baja con objetos de lo más diverso, desde ingredientes de alquimia, alguna herramienta de aspecto misterioso, hasta plumas y tinteros vacíos. La mesita dedicada a la alquimia menor tenía un caldero que humeaba con los restos de alguna poción. Daaf se levantó, descalzo en el frío suelo de piedra, e ignorando todo su micromundo cruzó la habitación y se asomó a la ventana. Desde lo alto de la torre se podía apreciar la gran explanada verde hasta las primeras casas de la ciudad. Daaf entrecerró los ojos mientras observaba la colina que había cerca de la misma. Aún repasaba mentalmente una y otra vez el poema rúnico que le entregó el anciano Nux la noche anterior allí mismo, junto con algunas muestras de ingredientes extraños y una buena dosis de advertencias, la mayoría a su juicio inútiles y exageradas. Pero no importaba. Ya tenía la pieza que le faltaba. Pronto vería el fruto del trabajo de los últimos ocho meses. Y entonces...
Unos súbitos golpes en la puerta y una aguda voz de mujer lo sacaron de sus cavilaciones.
-¡Daaf! ¿Estás despierto? Abre, ¡tenemos un contrato!
La puerta se abrió sin más introducciones, y tras ella entró Leril como una tromba. Daaf suspiró. Le exasperaba el nervio que siempre tenía aquella chica.
-Vamos, tenemos que ir a la cima del acantilado a preparar un encantamiento de protección. ¡Venga vístete!
Daaf se encontró de bruces con la ropa que Leril le tiró mientras no paraba de dar vueltas por su habitación, curioseando de la manera que más le fastidiaba.
-¿Quién es el cliente? -gruñó Daaf mientras se ajustaba los pantalones.
-Un grupo de parroquianos de media casta. Mañana por la noche quieren hacer no se qué celebración de la luna, y tienen miedo de las bestias. ¡Ja! Por aquella zona no hay más que cangrejos de tierra y culebras. ¡Y les he sacado un montón! Se ve que se traen asuntos entre manos... ¿Qué has estado estudiando esta noche? -Leril reparó en la investigación de la noche anterior y se puso a cotillear- ¿Otra vez con las vinculaciones espirituales? Hace como tres semanas que habías acabado con esto. ¿Qué esperas encontrar?
-Nunca se sabe -dijo Daaf, ya terminando de ponerse las botas. Leril continuaba examinando sus notas.
-¿Y qué intentas con la alquimia? ¿no sabes ya que la energía espiritual nunca necesita procesos alquímicos? Puedes explotar, Daaf, ¿lo sabes? Vas a explotar. Algún día te estallará el caldero en la cara y yo me reiré sin parar...
Y como si ya hubiese ocurrido, Leril se puso a reír sin hacer mucho caso a Daaf, que ya le hacía señas para salir de la habitación.
Era agradable de vez en cuando sentir el frío aire de la mañana, ya que Daaf solía estar durmiendo hasta bien entrado el mediodía, tras toda la noche trabajando y estudiando. Como era costumbre, Leril le puso al día durante el camino sobre los últimos acontecimientos de su entorno, que eran las altas esferas de la ciudad.
-En el consejo se ha armado un buen revuelo -le contó-. Al parecer el pillaje está llegando al Barrio de Piedra y no saben a qué echarle ya la culpa. Ha habido un momento en el que cada uno decía una cosa y no se entendía nada...
-Bueno, hace años que hay pillaje, no creo que no se lo esperaran. Cada vez hay más impuestos en las zonas marginales, y esa gente aguanta poco sin armar revuelo por lo que sea.
-Total, el caso es que al final han decidido poner más guardias en los portones. Se van a quedar sin gente en los cuarteles... -contestó Leril, esbozando una media sonrisa. Siempre le había divertido ver cómo los demás cometían errores que después les pasaban factura.
-Ese atajo de vejestorios, o se traman algo, o alguien los tiene en el bote. No me extrañaría que fuese Tessum, o alguien como él. Se la tenía jurada a uno de los nobles, creo...
-Por cierto, hay noticias del Ilustre Magna -lo interrumpió Leril bruscamente-. Va a organizar una labor de exploración y necesita piromantes para abrir un portal al Plano de Cristal. Tú eras bueno con el fuego, ¿verdad? -Leril miró a su compañero y vio que no estaba-. ¿Daaf?
Daaf se había parado en seco. No podía creer lo que había oído. No en ese momento. Miró con energía a Leril antes de abrir la boca.
-No puede abrir un portal ahora. ¡Es el mes de la pulsación! Las vibraciones harán que la abertura se colapse enseguida.
-Pero él sabe sellos de ángel, Daaf. Puede abrir portales cuando quiera.
-¡No si es para el Plano de Cristal! Además, le hacen falta piromantes y no hay suficientes en el reino. ¡Es imposible!
-Daaf, cálmate. Es el Ilustre Magna. Por algo habrá decidido eso. Y lo que pide son voluntarios. Si no quieres, no le ayudes... anda vamos, tenemos un trabajo, ¿recuerdas?
Daaf se puso en marcha lentamente. Seguía impactado por la noticia. Después de todo lo que llevaba... ¿tenía que ser en ese preciso momento? Debía pensarse bien como podría sortear ese inesperado obstáculo.
El resto del viaje transcurrió en silencio. Cuando llegaron a la cima del acantilado, soltaron sus bolsas y empezaron a analizar el terreno y hablar sobre cómo realizar el encantamiento, sin mencionar de nuevo el tema del Ilustre Magna. Daaf sabía que Leril no entendía demasiado bien su reacción a la noticia, pero le daba igual. Se trataba de algo demasiado importante, y ella le conocía desde hacía siete años. No le molestaría más con el asunto.
-¿Cuánta zona tenemos que proteger? -le preguntó Daaf después de observar el suelo agachado.
-Nada, sólo esta parte de aquí -le contestó Leril señalando el punto más alto-. Son seis o siete los que vienen, y es para una sola noche.
-Vale, entonces... versos simples de protección, con, digamos... ¿tres entradas de flujo?
-Ponle dos, y si vemos que no se sostiene le añadimos la tercera.
-De acuerdo.
Y así, Daaf se separó un poco de su compañera e hizo una marca en el suelo, al mismo tiempo que ella. Sin embargo, antes de empezar su labor, miró a su alrededor un par de veces. Había algo que le inquietaba, pero no conseguía averiguar el qué, de modo que secretamente preparó un hechizo ofensivo en su mano izquierda antes de empezar con lo que había venido a hacer. Él y Leril estuvieron buena parte de la mañana recitando runas de rodillas junto a su marca, que de vez en cuando brillaba junto a los símbolos que aparecían y desaparecían en el aire según los iban pronunciando. Al mediodía hicieron una pausa.
-¿Cómo vas? -quiso saber Leril, sentándose a su lado.
-Ya he terminado casi todas las modulaciones. Ahora cuando volvamos al trabajo comprobamos si se sostiene -dijo Daaf mientras sacaba el almuerzo de su bolsa, el cual se trataba de un gran pedazo de queso y una hogaza de pan.
-¡Ja! -rió Leril al reparar en sus manjares- Sigues siendo tan especial para la comida. Con lo buena que está la que preparan en los refugios de punto infinito... tienes uno al lado de casa, ¿sabes? -y acto seguido sacó su almuerzo, que consistía en una serie de galletas rectangulares que parecían emitir un destello rojizo desde el interior.
-Soy de este plano, y como comida de este plano -le replicó Daaf, mirando con desdén las galletas-. Eso que comes puede provocarte un trasvase espiritual y dejarte repartida por varios planos.
-Y además están deliciosas. Deberías probar una. Es como si te estallaran en la boca -le dijo Leril, feliz, con la boca llena y sin hacer ni caso. Daaf la miró con seriedad y comenzó a comer de lo suyo.
Una vez terminaron la pausa, regresaron a la tarea. Decidieron comprobar antes la estabilidad del encantamiento para ver si debían abrir una nueva entrada.
-Échale un vistazo, yo creo que aguanta -le dijo Leril. Daaf extendió la mano y se concentró en las energías que habían colocado en la zona. Se encontraba tratando de discernir si su magia podría sostenerse, cuando de pronto, un rayo surgió de la nada y golpeó a Leril justo en el pecho. La chica salió volando unos metros y cayó justo al borde del acantilado, por el cual rodó y se precipitó al vacío. Daaf reaccionó de inmediato. Miró al lugar desde donde había provenido el rayo y soltó la carga de impacto que había mantenido hasta entonces. Una gran roca saltó en pedazos y de detrás de la misma apareció una figura que parecía estar cubierta por una manta rugosa. Algo aturdida por el impacto, pero con una agilidad pasmosa, le lanzó otro rayo a Daaf, que consiguió esquivar tirándose al suelo. Viendo su tentativa parcialmente frustrada, la figura misteriosa realizó algunos movimientos con las manos, los cuales Daaf no consiguió reconocer, y al momento pareció fusionarse con el aire hasta que desapareció emitiendo un estruendo. Daaf se mantuvo alerta unos segundos más desde el suelo.
-Maldita sea... ¡Leril! ¡Leril, dónde estás!
Daaf se levantó y se acercó corriendo al borde del acantilado. No pudo distinguir a su compañera. Entonces se arremangó el antebrazo derecho y se lo examinó un momento.
“No hay señal... sigue viva”, pensó con cierto alivio. “Habrá escapado de alguna manera...”. Se apartó del borde y respiró profundamente. El encantamiento estaba incompleto y no podía terminarlo sin Leril, pero ese problema había perdido todo el peso. Ahora debía averiguar el propósito de aquella figura misteriosa, su identidad y la extraña técnica que utilizó para escapar, por lo que se dio la vuelta y se dirigió de nuevo a su torre a toda prisa.

sábado, 18 de julio de 2015

La Jugarreta de Daaf. Primera parte.

El joven resopló y se revolvió en la silla. Se estaba impacientando. Aquel viejo con el que se había encontrado no le daba información útil, daba la impresión de que estaba jugando con él. Y eso le molestaba.
-Bueno, ¿entonces qué? -le susurró Daaf al anciano.
Este dio otra larga calada a su pipa y miró alrededor. La taberna albergaba unos pocos desgraciados, que se encontraban demasiado hundidos en la bebida para darse cuenta de lo que ocurría en el mundo, y mucho menos de lo que tramaban dos encapuchados en el rincón más oscuro.
-No eres un chaval prudente, ¿eh? -soltó una carcajada-. De toda la gente que conozco que intentó este hechizo, el que mejor acabó está ahora encerrado, loco de atar porque cada vez que intenta conciliar el sueño siente como si le atravesasen los ojos con hierros candentes. Y tiene que comer con los pies, porque sus manos le intentan estrangular cada vez que las mueve -añadió, tras lo cual le mostró sus escasos dientes torcidos y amarillentos en una sonrisa malévola.
Daaf bajó la mirada. Se había dado cuenta de que cada vez que mentía, el viejo se rascaba el hombro izquierdo. Le estaba costando no levantarse de golpe y dejar allí a aquel chiflado, pero su ambición era más fuerte, y aquella era una oportunidad de oro.
-Oiga, ya le he dicho que conozco los riesgos de invocar a un demonio, llevo aquí con usted más de media hora y todavía no me ha contado nada. ¿No puede irse menos por las ramas?
Daaf clavó su mirada en la del anciano, como apremiándole a ir al grano. Este se volvió a reír.
-No te crees todo lo que te digo, eso está bien, los buenos magos mantienen su escepticismo, no todo lo que se dice es magia, ni toda la magia es lo que se dice, sí, buen mago... -dijo, mientras se quedaba con la mirada perdida, repitiendo las mismas palabras-, buen mago, sí, buen mago...
Daaf dio un golpe en la mesa. No aguantaba más estupideces.
-Ah, sí -se corrigió el anciano repentinamente-. El hechizo, sí... Ven, escucha con atención...
Se inclinó más en la mesa, invitando a Daaf a hacer lo mismo. Por fin, se dijo.
-Este hechizo es de suma complejidad y se sirve de varios tipos de procesos. En esencia, se trata de un ritual específico con un catalizador principal. Para elaborar el catalizador, necesitarás dominar las artes rúnicas... las dominas, ¿verdad?
Daaf volvió a resoplar. No podía creer lo pesado que era aquel hombre.
-Sí, sí. Continúe.
-Bien. Lo más importante de todo es el catalizador. Se trata de un proceso rúnico de alto nivel, con gran cantidad de ingredientes. Te enseñaré la estructura de la matriz y la lista de los ingredientes...
El viejo sacó dos trozos de tela con garabatos y los puso sobre la mesa.
-Esta es la matriz. Tiene una base circular con cuatro capas. Lo vivo primero, lo muerto después, más allá los componentes elaborados y en el exterior lo inerte. Como ves tiene añadidos satelitales con ingredientes extraños, estos son para cubrir huecos en la fase de ensamblaje. Para los tres círculos interiores has de utilizar la gramática principal, y en el exterior le añades las modificaciones de O-Sahah. Pero cuidado con los añadidos, ya que su posición requiere que te valgas de la gramática sundeliana, aparte de pronunciar las sílabas de rejilla en el modo gutural. Seguramente hay algunos ingredientes que quizá no tengas...
Daaf le echó un vistazo a la lista de ingredientes. La mayoría se encontraban en su despensa o su jardín de alquimia. Jengibre, sebo, cuernos de ciervo, diversos insectos, sal de cristal de montaña, sangre de nymphax alado... Las recetas de los componentes elaborados también las conocía, y lo inerte solo eran piedras y palos. Sin embargo, se dio cuenta de que no tenía casi nada de lo que se mostraba en “ingredientes extraños”, y ni siquiera conocía uno de ellos.
-¿Qué es la “miasma de sombra”? -le preguntó intrigado.
-Se trata del aliento de un árbol que solo crece en el corazón del bosque del sur. Lo reconocerás porque parecerá estar seco, y muestra vetas negras en el tronco. Se recoge con la vejiga de una cabra y lo tienes que petrificar al instante. Se coloca de esa manera en la matriz, y en el proceso la sílaba “nom” lo casca para utilizarlo. No te olvides de apartar los restos de la vejiga petrificada con los sintagmas de expulsión. Están en el vigésimo octavo verso, espera...
Sacó otro trozo de tela, mucho más mugriento que el anterior, con una serie de extraños glifos escritos en ella.
-Vaya, ya se está empezando a pudrir... -Daaf enarcó una ceja, lo cual pareció molestar al viejo-. No me mires así, cada vez que alguien me pide este hechizo tengo que volver a apuntar el texto. Es la propia naturaleza sombría de las runas lo que hace que se deteriore tan rápido. Aprisa, memorízalo...
Daaf se concentró en el conjunto de símbolos que le mostraba el anciano. Había estudiado las runas desde la niñez, y tenía la mente entrenada para asumirlas y memorizarlas con soltura. Estaba tan emocionado por el momento que no se dio cuenta de que empezó a susurrarlas por lo bajo mientras las retenía. Y entonces todo ocurrió muy rápido.
Un gruñido sordo y grave comenzó a retumbar en la estancia, y el borracho más próximo a ellos de pronto cayó al suelo y vomitó una especie de sustancia negra y viscosa, a lo que empezó chillar y a retorcerse de dolor. El anciano retiró rápidamente la tela escrita, le dio un tortazo a Daaf y se levantó para atender al hombre. Le colocó una mano en la cara y otra en el pecho, y apretó. A los pocos segundos, el borracho dejó de retorcerse, se levantó y salió tambaleándose de la taberna. El viejo se dirigió al posadero, que lo miraba con desconfianza.
-El pobre estaba enfermo, demasiado licor de dragón -le contó sonriendo, como quitando importancia al asunto, mientras volvía a su mesa. Miró a Daaf con severidad.
-Realmente eres un chaval muy imprudente. ¿No sabes que no es bueno pronunciar runas sombrías si no estás haciendo el proceso rúnico? Ese hombre de allí va a quedar maldito durante toda su vida.
Daaf no sabía qué decir. El viejo no se había rascado esta vez. Aunque le importaba bien poco lo que le ocurriese a la chusma del Barrio Bajo, la mirada que le había lanzado el anciano esta vez en cierto modo lo había intimidado.
-Y encima esto ya ha quedado inservible -masculló, tirando la tela de los glifos, que ya estaba completamente ennegrecida y comenzaba a deshacerse. En el suelo entarimado de la taberna, comenzó a humear y formó una fea costra que no llamaba mucho la atención en los tablones estropeados por la humedad.
-Escucha, ven a verme mañana a esta misma hora. En la cima de la colina. Será más seguro que el sitio este que se te ocurrió. Jóvenes...
Y volviendo a carcajearse, se levantó y salió del lugar como un fantasma escurridizo. Daaf dio un golpe en la pared. El viejo había vuelto a jugar con él. Seguro que le importaba aún menos lo que les ocurriese a los lugareños, e incluso lo que le ocurriese a él. Al fin y al cabo había accedido a contarle el hechizo...
Daaf se levantó, recogió las otras dos telas, arrojó unas monedas a la barra por la cerveza aguada que no se había bebido y salió también de la taberna. Subiendo por la calle en la oscuridad distinguió una figura tirada en el medio de la calle. Sin duda se trataba del mismo borracho que había sucumbido de nuevo a los efectos de su error. Lo apartó con el pie y se dirigió a su casa.