jueves, 8 de octubre de 2015

La jugarreta de Daaf. Quinta parte.

El sabio Skerj tamborileaba con los dedos en su mesa. Se trataba de un evidente signo de impaciencia, contrastando con su habitual talante impasible. Daba la impresión de estar esperando algo, o a alguien, ya que además mantenía su mirada fija en la puerta enfrente de él. Sin embargo, aparte de los suaves golpecitos contra la madera, ningún otro sonido podía oírse en la tranquila estancia. Skerj sabía que tarde o temprano esa puerta se abriría, y mientras tanto su tamborileo contaba, como si de un singular metrónomo se tratase, el tiempo que transcurría hasta que ocurriese. Tiempo...
Precisamente en el tiempo se encontraban atrapados en ese momento Daaf y Leril, buscando, o eso parecía, una salida a todo el caos que estaban recorriendo. Las paredes del túnel que atravesaban en ese momento se empezaban a agrietar, mientras llevaba rato acompañándolos un chirrido amenazante que en ocasiones parecía sacudirlo todo. Daaf se apresuraba por delante de Leril, que desde que comenzaron los temblores estaba cada vez más asustada.
-¡Daaf, por dios, dime qué demonios ocurre! ¡Antes los túneles no se agrietaban! -le chilló por encima del escándalo.
-Se nos acaba la suerte. No quedan muchos fragmentos lo suficientemente estables como para visitarlos. De hecho creo que el siguiente es el último. ¡Prepárate!
-¡Pero para qué! -le espetó Leril cada vez más histérica.
Daaf volvió la cabeza un momento sin dejar de correr, miró a su compañera con gravedad y simplemente dijo:
-Para todo.
Leril contrajo una mueca de frustración y miedo, al tiempo que se fijaba que llegaban al final del túnel, gobernado por una puerta que le resultaba muy familiar. Daaf la abrió con el hombro casi sin frenar, atravesaron el umbral rápidamente, y ya cuando Leril iba a cerrar Daaf la interrumpió con un empujón.
-Espera.
Desde donde estaba, Leril podía ver el túnel colapsándose a lo lejos. Con suma precisión y rapidez, Daaf extrajo una botellita de una pequeña bolsa entre sus ropajes.
-¿Pero qué haces?
-Se trata de un simple ungüento que brilla al verterlo. Necesito algo para marcar -le contestó Daaf, mientras dibujaba un extraño símbolo en el suelo con el contenido de la botellita. Acto seguido pronunció unas runas, juntó las manos en una palmada y las pegó a las paredes del túnel, de las que saltaron chispas por un momento. Daaf cerró la puerta de un golpe y respiró.
-Bueno, -dijo dándose la vuelta- ahora sólo tenemos que...
El resto de la frase quedó silenciada por un golpe seco en la mandíbula que le derribó inmediatamente. Levantó la mirada. Allí se encontraba Leril, con los ojos a punto de salirse de las órbitas, el pecho subiendo y bajando sin control y una postura de combate, amenazante, sosteniendo sendos cuchillos en las manos.
-Basta -susurró Leril a punto de perder el juicio- ¡dime ahora mismo qué es lo que te propones o te rajo aquí mismo antes de desaparecer de toda la existencia!
Daaf levantó la mano, como para tranquilizar a Leril, pero esta volvió a la carga:
-¡Por qué, después de tenerme un siglo dando vueltas por tu patética vida, colocas un hechizo de explosión retardada! ¡Dime qué motivo hay para que saltemos por los aires ahora! ¡¡Habla!!
Daaf le mantenía la mirada a Leril desde el suelo, sin ceder terreno. Comenzó a explicarse con serenidad, aparentemente ajeno a las intenciones asesinas de su compañera.
-El tiempo es como una ola que nunca rompe, Leril. Viniendo aquí nos hemos bajado de la cresta, y ahora debemos volver. Y el único impulso que hay en esa dirección es el de la energía que regresa una vez los fragmentos se han colapsado. Y este en el que estamos es el último al que podemos acceder, y no es muy estable. Se vendrá abajo de un momento a otro. La bomba es simplemente para ganar impulso antes de que se nos trague. Es la única manera. Nos catapultará a través de la energía del plano hasta la delgada línea del presente. Pero es peligroso. Si nos salimos de aquí podemos acabar perdidos para siempre. Así que, guarda esos cuchillos y empieza a pensar un poco.
Leril miró alrededor, calmando su genio para asimilar toda la información. Se encontraban en la habitación de Daaf, aunque mucho más vacía que de costumbre. El paisaje visible por la ventana parecía emborronado, como si le faltaran partes. Y un temblor que empezó mientras no se daban cuenta comenzaba a cobrar fuerza. Daaf aprovechó para levantarse y agarrar a Leril de los brazos.
-Leril. Guarda, los cuchillos. Por favor.
Leril pareció perder toda agresividad mientras se perdía en la mirada penetrante de Daaf. Y como si esa fuera la señal que había estado esperando, Daaf reaccionó de inmediato echando el cuerpo de Leril y de sí mismo al suelo.
-Busca algo a lo que agarrarte. Y no te sueltes por nada del mundo -le gritó en medio del estruendo creciente.
Leril obedeció sin pensarlo. Realizó un par de sellos con las manos, que hicieron que sus dedos empezaran a brillar como hierros al rojo. Entonces hundió sus manos candentes en el suelo adoquinado, que se fundió al contacto, y acto seguido echó un aliento helado sobre la roca fundida, atrapando sus propias manos dentro. Daaf se le quedó mirando impresionado. De vez en cuando a Leril se le ocurrían genialidades como esa. La imitó, sabiendo que era la manera más rápida de asegurarse al suelo, con el tiempo justo de soportar la última sacudida.
Una gran oleada de calor los barrió desde la puerta, acompañado de un ruido penetrante y percusivo y un fogonazo de mil colores a través de la ventana. Después todo fue caos. La estancia parecía empujarlos en todas direcciones, el estruendo era ensordecedor e incomprensible, y el torbellino de luces e imágenes que sucedía afuera les atravesaba como flechas los párpados cerrados y les punzaba el cerebro. El suelo comenzó a agrietarse, y la grieta avanzó hasta Leril, que salió despedida antes de poder darse cuenta de que había algo por lo que preocuparse. La chica comenzó a dar tumbos sin control por toda la estancia. Daaf lo vio, y cuando se disponía a realizar un hechizo para volverla a atraer se dio cuenta de pronto de que tenía las manos atrapadas en la roca. En aquella situación, en medio de ninguna parte y ningún tiempo, a punto de ser engullido por la nada y con las manos inutilizadas, realmente no tenía muchas opciones para hacer magia. De hecho, únicamente le quedaba un recurso desesperado. Cerró los ojos y trató de concentrarse en encontrar el reflejo del aura que identificaba a su compañera...
La calma vino de manera tan brusca que ambos perdieron el conocimiento. Todo el revuelo insoportable de esfumó en un instante, y Daaf y Leril cayeron rodando sobre una mullida alfombra de arbustos y hojarasca. Daaf empezó a recobrar la consciencia a los pocos minutos. Al ver a su compañera tendida y sin sentido, reunió las fuerzas que pudo para acercarse, imponer sus manos sobre ella y realizar algún tipo de conjuro curativo. Cuando vio que se despertaba, resopló y se derrumbó junto a ella.
-Bueno... -dijo entre resoplidos- ya, estamos... aquí...
Leril se incorporó con dificultad. Inspiró una bocanada de aire y le pareció como si fuera el aire más puro de todo el universo. No le hacía falta preguntar. Lo notaba. La escasa energía del laberinto temporal les había ido asfixiando la mente poco a poco, y ahora de repente se sentía liberada de nuevo. Miró a Daaf esbozando una media sonrisa.
-Recuérdame que no me vuelva a quejar nunca del presente -dijo, emitiendo una suave carcajada-. Y también que fulmine a cualquiera que me pida que vuelva a ese infierno insufrible.
Esta vez fue Daaf quien sonrió. El fuerte carácter de su compañera siempre le había resultado un tanto cómico.
-Dime, ¿cómo me pudiste mantener dentro todo el tiempo? noté que hacías algo pero no logro entender...
-Telequinesia espectral -la cortó Daaf. Siempre le emocionaba hablar de magia-. Una de las últimas cosas que estuve ojeando en la catedral antes de fastidiarle el portal al Ilustre Magna. Si te digo la verdad no pensaba que me fuera a resultar útil allí detrás... -dijo, refiriéndose a los momentos pasados.
-La séptima escuela de magia... -comentó Leril mirando al infinito- Nunca fui capaz de comprender cómo funciona. A mí con la magia elemental, algo de alquimia, la rúnica y los sellos me llega y de sobra. Pero tú estás loco. No entiendo cómo no te saltaba la cabeza por los aires cada vez que te sometías a una nueva asimilación.
Daaf volvió a sonreír, aún tumbado en el follaje, a la espalda de Leril. Al fin había vuelto. Sin duda el flujo de energía fresca de nuevo en su cuerpo estaba mejorando su humor por momentos. Finalmente se incorporó y se puso de pie, haciendo como que ignoraba las pullas de su compañera, y se sacudió las ramitas y las hojas de la túnica.
-Hay que ponerse en marcha. Seguramente ya habrán notado que algo ha pasado aquí, vendrá gente dentro de poco y yo tengo que ir a ver a un conocido. Leril, necesito que me hagas un favor.
Leril se le quedó mirando incrédula. Jamás en la vida Daaf le había pedido nada.
-Necesito que consigas una vejiga de cabra y vayas al bosque del sur. Allí crecen unos árboles que echan algún tipo de aliento siniestro. Recógelo con la vejiga y petrifícala al instante. Me lo tienes que dar de esa manera, ¿de acuerdo?
Leril permanecía inexpresiva. Daaf resopló.
-Escucha, ya sé que no te gusta que no te cuente para qué es todo esto. Pero no tengo tiempo de...
-No, está bien -le interrumpió Leril, con voz despreocupada-, tengo ganas de viajar. Nos veremos en la taberna de Mataescamas.
Esta vez fue Daaf quien se quedó en el sitio.
-... es un árbol seco con vetas negras en el tronco. Ve... con cuidado. Buen viaje...
Daaf no sabía si fiarse. Nunca había sido capaz de entender cuándo Leril le hablaba con sinceridad y cuándo estaba siendo pasivo-agresiva. Si había algo que le molestaba eran las tonterías emocionales absurdas que tenía ella a veces. Pero como otras veces, decidió dejarlo pasar y afrontarlo cuando fuese el momento.
-¡En la taberna de Mataescamas, Daaf! ¡Dentro de dos días!
Y ambos compañeros se separaron y empezaron a caminar en direcciones contrarias, recorriendo el inmenso valle boscoso donde habían aparecido, ancho y verde, rodeado por grandes montañas, y al final del cual se erguía, por encima de toda la cordillera, con sus numerosas ventanas, chapiteles, tejados y pasadizos, la gran ciudad-montaña tallada de Sinax, capital del reino. 

jueves, 13 de agosto de 2015

La jugarreta de Daaf. Cuarta parte.

Daaf resopló y se revolvió en la silla. Se estaba impacientando. Aquel viejo con el que se había encontrado no le daba información útil, daba la impresión de que estaba jugando con él. Y eso le molestaba.
-Bueno, ¿entonces qué? -le susurró al anciano.
Este dio otra larga calada a su pipa y miró alrededor. La taberna albergaba unos pocos desgraciados, que se encontraban demasiado hundidos en la bebida para darse cuenta de lo que ocurría en el mundo, y mucho menos de lo que tramaban tres encapuchados en el rincón más oscuro.
-No eres un chaval prudente, ¿eh? -soltó una carcajada-. De toda la gente que conozco que intentó este hechizo, el que mejor acabó está ahora encerrado, loco de atar porque cada vez que intenta conciliar el sueño siente como si le atravesasen los ojos con hierros candentes. Y tiene que comer con los pies, porque sus manos le intentan estrangular cada vez que las mueve -añadió, tras lo cual le mostró sus escasos dientes torcidos y amarillentos en una sonrisa malévola.
Daaf bajó la mirada. Se había dado cuenta de que el anciano estaba totalmente paralizado en su horrible gesto, al igual que el resto de gente en toda la taberna. Los contornos de los objetos empezaban a verse borrosos.
-Vámonos, Leril -le dijo a su compañera mientras se levantaba-. Se está empezando a plegar aquí también. Ponte a empujar las paredes. La salida tiene que estar cerca.
-¿Cuánto tiempo piensas seguir ocultándote de esta manera? -le preguntó Leril mientras se ponía a toquetear las paredes de yeso gris.
-Todo el que pueda. Lo único que quiero es despistar a todo el que me busque mientras lo hagan en sitios evidentes. Cuando ya no podamos movernos más, volveremos a la torre y con suerte podré completar el... plan.
Daaf se había callado antes de decir la última palabra, acordándose de que Leril aún no sabía exactamente lo que tenía pensado. Sabía que tarde o temprano lo tendría que averiguar, pero de momento no le parecía prudente.
-¿Qué plan? -a Leril le ponía nerviosa tanto secretismo-. Aún no me has contado nada, Daaf. Y esto es peligroso. Si no salimos a tiempo...
-Desapareceremos de la existencia junto con los recuerdos que tengan los demás de nosotros. Lo sé mejor que tú, Leril. Y no estoy jugando. Se trata de algo importante... ¡Aquí está!
Mientras palpaba los tablones raídos de la barra del bar, Daaf había encontrado una sección cuadrada de cerca de un metro y medio de alto que cedía. Empujó un poco más y se abrió como una pequeña puerta, hasta que se volvió parte de la pared de un túnel, el cual parecía estar hecho de la misma madera podrida que la barra de la taberna.
-Vamos, no queda mucho -le apremió Daaf a Leril. Esta se metió como pudo en la abertura y se puso a gatear por el túnel, seguida por Daaf. Una vez habían entrado los dos, la abertura se colapsó y quedó cerrada totalmente. Pasaron unos minutos mientras gateaban en silencio antes de que Leril volviese a abrir la boca.
-A ver, recuérdamelo otra vez, ¿qué es este caos de laberinto? ¿seguimos en nuestro plano?
-Sí y no -respondió Daaf después de dudar un momento-. Estamos recorriendo partes inconexas del mismo, momentos que se han desprendido del orden temporal y se van destruyendo conforme se aíslan. Son fragmentos del pasado que se van reciclando para mantener la continuidad de nuestra realidad.
El túnel se iba ensanchando. Ahora podían recorrerlo caminando agachados. La madera ya no parecía estar tan podrida.
-¿Y por qué sólo hemos visto momentos de tu pasado? ¿Por qué no del mío o de cualquier otro?
-Porque fui yo quien nos dio acceso. Mi energía mental aún los mantiene unidos a través de la memoria, y por tanto solo podemos saltar entre aquellos momentos en los que yo haya estado presente. Sin embargo, no hay ningún orden entre ellos y podríamos encontrarnos con cualquier cosa. Abre bien los ojos...
Continuaron avanzando por el túnel hasta que era lo suficientemente grande como para que pudieran andar de pie sin problemas. La madera había ido dejando paso poco a poco a una pared lisa y oscura, y tras unos minutos más de caminata llegaron a una bifurcación iluminada por un color rojizo. Había una puerta ajada reposando contra la pared, y por los rincones multitud de basura de todo tipo, objetos rotos que por alguna razón se amontonaban en el interior de aquella fisura espacio-temporal. El camino de la izquierda se perdía de la vista tras un recodo lleno de tierra y raíces, mientras que el de la derecha daba paso a un corredor sumido en la más absoluta negrura, del que se podía sentir una corriente de aire caliente y pesado.
-Vamos por aquí -dijo Daaf señalando el camino de la izquierda-. Hay algo de ese otro pasadizo que no me gusta nada...
Entraron por la izquierda, y al doblar el recodo vieron que el camino ascendía por una estrecha escalera circular de altísimos escalones, todo hecho de tierra como si hubiera sido excavada bajo el campo. Comenzaron el ascenso, usando pies y manos para no perder el equilibrio. Conforme iban subiendo la tierra se iba haciendo más húmeda.
-Bueno, ¿y qué me dices de ti? ¿cómo escapaste tras caerte por el acantilado? -preguntó Daaf de pronto.
-Pues de una manera bastante más fácil que esta. Realicé un canto de vacío sobre mi propio cuerpo para ralentizar la caída, y justo al aterrizar me puse una pantalla de invisibilidad por si acaso. Me fui corriendo hasta el hospicio sin que me siguieran, y allí me escondí hasta que empezaron a decir que habías saboteado la expedición del Ilustre Magna. El resto ya lo sabes, me encontré de bruces contigo cerca de la catedral y luego me arrastraste hasta aquí.
-No tenía otra opción. Aún no sabemos quién nos atacó ni si tiene alguna relación con Sinax. Si está ocurriendo algo, nos afecta a los dos.
-¿Y por qué iba a tener el Ilustre Magna algo contra nosotros? Bueno, me refiero a antes de que decidieras volverte loco, claro...
-Te sorprendería saber... ah, mira, ya estamos aquí.
Daaf había alcanzado el final de la escalera, que se abría en un agujero que daba a un jardín cubierto por las ramas de un gran árbol. Cuando ambos salieron, el agujero se cerró de la misma manera que ocurrió anteriormente cuando escaparon de la taberna.
-¿Qué es aquel lugar? -preguntó Leril señalando un gran edificio de piedra que se veía a lo lejos.
-Es la iglesia donde estudié durante la guerra, justo antes de venir a Sinax -le contó Daaf mientras se sentaba al pie del árbol-. Las escaramuzas no llegaban a esta parte del reino, y en verano podíamos pasear por todo este prado que hay hasta allí. En este momento estaba estudiando la historia del mago Mundus y algunos de sus apuntes. En nada vendrá el instructor y charlaremos un rato. Ahí viene...
Vieron cómo se acercaba un hombre alto, calvo y barbudo, de anchos hombros y cubierto por una toga basta atada con un cordel. Se acercaba caminando con aire apacible, con las manos a la espalda y contemplando el paisaje.
-Buen día, Daaf, ¿cómo va tu primera asimilación? -le preguntó el hombre con una voz grave y engolada.
-Sin problemas, instructor. Este ambiente es el mejor que podía encontrar para continuar mi estudio -contestó Daaf de forma automática.
-Ciertamente, parece mentira que haya un lugar en el que se pueda estar tranquilo estos días ¿eh? -dijo el instructor riendo de forma amable-. Con todo este desorden que hay ahora mismo en el reino, resulta difícil saber cómo amanecerá el día de mañana...
-No es como cuando miras a un demonio a los ojos, que sabes que te arrancará el corazón palpitante y se lo tragará entero, ¿verdad?
El instructor rió más fuerte. Se acomodó junto a Daaf y miró hacia la iglesia.
-Eres un aprendiz muy curioso e inquieto. No hay aspecto de la magia que no te atraiga... Supongo que ya te habrán soltado el sermón sobre tener cuidado con lo que se aprende y no tratar de abarcarlo todo.
-Varias veces, y siempre tratando de asustarme. Y no me gusta. Quise estudiar esto desde pequeño. ¿Por qué habría de sentir miedo de mi vocación?
Daaf repetía con exactitud todo lo que había dicho cuando aquel momento ocurrió realmente. Sin embargo, no lo hacía porque quisiera, sino porque simplemente las palabras salían de su boca de manera mecánica, movidas por el recuerdo. Leril asistía a la escena en silencio, sabiendo que sería invisible para ellos hasta que todo se volviese a paralizar. El instructor tomó aire un momento antes de responder.
-Daaf, la magia es la vida. Y la vida es algo muy profundo e intrincado. Nunca sabemos qué minúsculo detalle de la realidad nos va a dejar fuera de juego. Como tú bien has dicho, no es como cuando miras a un demonio fijamente a los ojos, porque en ese momento puedes estar seguro de que tu vida ha terminado. No, en el día a día, la magia y la vida son nuestras grandes desconocidas. Y hemos de profesarles respeto. Porque por muy seguro que esté uno de sí mismo, de lo que es, de lo que quiere, el que no lo viva con respeto y devoción suele encontrar un destino incierto. Ten siempre mucho cuidado con lo que estudias, Daaf, no porque no quiera que crezcas y aprendas, sino precisamente por lo contrario. Ama y respeta lo que ejerces, y encontrarás lo que buscas con ello. No hay más camino que ese...
El hombre finalizó su pequeña charla sin perder la expresión ensoñadora que brillaba en sus ojos, fijos en el infinito. Daaf y Leril se quedaron también en silencio un momento, observando despreocupados los campos que se extendían a sus pies, hasta que de pronto Leril reparó de nuevo en el instructor.
-Se ha quedado quieto... ¡Daaf!
Y como si a ambos los empujara un resorte, se levantaron de un brinco y se pusieron a buscar como locos una salida que les permitiese seguir moviéndose a través del pasado de la vida de Daaf, ocultos a la guardia que en aquel momento los buscaba por todo el reino. 

miércoles, 29 de julio de 2015

La jugarreta de Daaf. Tercera parte.

En el Gran Salón de la catedral de Sinax había un gran revuelo. Un enjambre de asistentes y voluntarios iban de un lado para otro, llevando objetos, realizando preparativos, limpiando o con cara de andar perdido. El bullicio de voces, cacharros puertas y pasos formaba la banda sonora del evento. Y desde la baranda del estrado principal, la persona que representaba la máxima autoridad con respecto a la magia en el reino, el Ilustre Magna, observaba el desarrollo de los preparativos con seriedad y concentración. Cualquier detalle era de principal importancia. Junto a él, sus cuatro consejeros vigilaban con el mismo esmero toda la escena. No podría decirse que los ropajes que vestían tales personalidades fueran demasiado ostentosos, pero aun así, les conferían una poderosa presencia. Las largas capas con capucha de los consejeros, completando la imagen de la ligera armadura de cuero dorado que cubría la túnica del líder mágico, junto a su amuleto colgante sobre su frente, componían una estampa impresionante que espoleaba a cualquiera que parase un momento a contemplar el paisaje.
-Todo parece marchar adecuadamente, señor -murmuró uno de los consejeros.
El gentío empezaba a apartarse hacia las paredes, según la limpieza de la sala se iba cumpliendo, dejando el centro despejado. La mayoría de toda la decoración que normalmente adornaba la sala ya estaba almacenada en otros lugares del edificio, dejando a la sala circular nada más que su color blanco, y los pocos magos que ayudarían con el ritual ya se estaban terminando de preparar. El Ilustre Magna respiraba con satisfacción. Sí, todo parecía marchar adecuadamente.
Sin embargo, mezclado entre la muchedumbre y relativamente a salvo de las atentas miradas del estrado, había un muchacho ataviado con una túnica algo raída, de tez pálida y melena corta y oscura, que portaba uno de los últimos candelabros. Si cualquiera hubiera reparado en su cara, sin duda habría pensado que tramaba algo, pero esto no parecía ser fácil ya que su puntiaguda capucha, tan común entre la gente de la catedral, le ocultaba parcialmente el rostro. En realidad lo que este individuo tenía pensado hacer era poco, pero esperaba conseguir mucho con ello. Se encontraba tratando de acarrear el candelabro entre la gente, cuando, haciendo ver que era un accidente, lo dejó caer pesadamente en el suelo. Extrañamente, el potente gong metálico que emitió se escuchó justamente en la otra punta de la sala, sonido que desvió la mirada del Ilustre Magna durante una fracción de segundo. Este fue el momento que aprovechó el encapuchado para lanzar secretamente un minúsculo grano de sal transparente al centro de la sala. Una vez hecho, volvió a levantar el candelabro, lo sacó de la sala y ya no volvió a aparecer.
Quince minutos después, la limpieza se había completado, y en la sala no quedaban más que las personas que iban a participar en la apertura del portal al Plano de Cristal: varios encapuchados apostados tras las columnas que rodeaban la sala, tres magos con sus túnicas habituales, una figura al fondo, toda ataviada del mismo blanco que brillaba en la estancia, y detrás del Ilustre Magna y sus consejeros se encontraba cerca de una docena de magos y hechiceros, los cuales esperaban con cierto nerviosismo el momento en el que emprenderían un viaje de exploración junto a su jerarca. La tensión podía palparse a través del silencio. De pronto, el Ilustre Magna alzó las manos y ordenó:
-¡Que comience el ritual!
Y como respondiendo a tal proclama, el sujeto vestido de blanco se puso en movimiento y comenzó a acercarse solemnemente al centro de la sala, portando lo que parecía ser una piedra entre sus manos. Esta sin duda había sido creada por algún medio místico, ya que cuando le alcanzaba un rayo de sol proveniente de los altos ventanales, emitía destellos irisados, como si se tratase de un prisma descomponiendo la luz en colores. Una vez alcanzó el centro, el hombre de blanco la dejó con mucho cuidado en el suelo, tras lo cual se sacó de sus anchas mangas un fragmento de espejo de más o menos el mismo tamaño de la piedra, y lo colocó bocabajo sobre la misma. Completado su papel, se alejó con la misma actitud respetuosa.
El siguiente turno fue para el grupo de gente encapuchada que se encontraba a uno y otro lado de la sala. Como si todos ellos formasen un coro, empezaron a emitir un canto grave y profundo, cada uno a una distinta altura, formando una cacofonía inquietante. Esta extraña música aparentemente tuvo algún efecto sobre el espejo, que se puso a ascender en el aire hasta que una nueva voz más aguda resonó en el coro, momento en el que se detuvo a metro y medio del suelo.
En medio de esta situación, con el coro sosteniendo su canto y acaso con ello sosteniendo también el espejo en el aire, el mago que se encontraba al pie de las escaleras que llevaban al estrado se concentró en realizar su parte. Cerró los ojos, dirigió sus manos a la piedra y pronunció algún tipo de conjuro. De sus dedos surgieron unas brillantes lenguas de fuego dorado, que rápidamente fueron disparadas contra la piedra. Esta continuó ardiendo con esas mismas llamas hasta que, quizá alimentada por dicha energía, lanzó un rayo blanco hacia el espejo, haciéndolo tambalearse ligeramente y arrancándole un sonido como de diapasón que acalló inmediatamente los cánticos. Entonces el Ilustre Magna se adelantó un paso y se arremangó. Este realizó complicados sellos con las manos, que hicieron estabilizarse al espejo de nuevo, ahogando de esta manera su sonido de diapasón. En aquel momento, la imagen que podría verse de la piedra y su rayo en el espejo comenzó a proyectarse tras él, como si el mismo reflejo hubiese escapado hacia el mundo real. Ahora parecía que hubiese un gran rayo con el espejo en el centro y sendas piedras idénticas en sus extremos. Lo que nadie advirtió es que el grano de sal que antes fue arrojado también se proyectó, formando un minúsculo punto que resultaba imposible de distinguir. Ajeno a tal circunstancia, el Ilustre Magna dio con la cabeza la señal de continuar.
El mago que había lanzado las llamas aún se encontraba controlando el proceso, y en aquel momento intensificó la energía que había mandado a la piedra, consiguiendo así empujar el espejo hacia arriba y talmente haciendo el rayo mucho más alto de lo que era. Los otros dos piromantes que habían estado aguardando hasta ese momento su intervención se pusieron en posición y añadieron su fuego al rayo, un fuego de tonalidades naranja oscuro y azul. Con esto, la luz del rayo se intensificó súbitamente, cubriendo por igual el espejo y la piedra. El espejo se partió en mil pedazos y se repartió por todo el haz. Todos se encontraban expectantes. Era el momento más crítico. Podía verse al Ilustre Magna, contraído en el último gesto que había realizado con las manos, mirando fijamente el fenómeno que gobernaba su Gran Salón. Hubo unos interminables segundos de espera. Y entonces...
Un gran estruendo, como si estuvieran rasgando una tela inmensa, inundó la estancia. El rayo de luz se ensanchó hasta convertirse en un óvalo, y se siguió ensanchando hasta que a través de él pudo vislumbrarse un extraño pasaje. El Ilustre Magna por fin relajó la postura. Resopló una vez, miró a todos los presentes y alzó las manos de nuevo. El portal se había abierto con éxito.
Todos los presentes aplaudieron y vitorearon. El Ilustre Magna respondió a la ovación con una reverencia, y enseguida se dispuso a bajar las escaleras guiando a sus acólitos a tierras desconocidas. Se detuvo al pie de la escalera y comenzó un breve discurso.
-Este es un gran momento para los de nuestra orden. Hoy, varios de mis mejores alumnos descubrirán conmigo una parte más del codiciado Plano de Cristal. Es en esta hora en la que os pido...
El Ilustre Magna continuó su discurso con seriedad y solemnidad, y mientras todo esto sucedía, el portal, que aún continuaba abriéndose, se encontró con el grano de sal y su reflejo. Esto le provocó una sacudida que interrumpió el discurso e hizo que todos los presentes se sobresaltaran, incluido el Ilustre Magna. Su rostro se contrajo en una mueca de preocupación, y cuando estaba a punto de acabar rápidamente su discurso para partir cuanto antes, un millar de arcos voltaicos recorrieron la abertura del portal, que empezó a contraerse y retorcerse, emitiendo flashes de luz amarillenta hasta que todo, luz, portal, rayos eléctricos y grano de sal, se concentró en un punto y desapareció con un estampido ensordecedor, creando con ello una onda expansiva que tiró a todo el mundo al suelo. Hubo unos segundos de quietud absoluta antes de que se armase un gran alboroto. Todos se encontraban confundidos y consternados. Un ritual perfecto había sido arruinado en el último momento. Y en medio de todo el caos, el Ilustre Magna, tras levantarse con una mirada sombría y colérica en el rostro, se acercó a uno de sus consejeros y le ordenó en un susurro amenazador:
-Traedme a Daaf. Vivo. 

sábado, 25 de julio de 2015

La jugarreta de Daaf. Segunda parte.

La luz del un sol rasante comenzaba a penetrar entre los barrotes de la ventana. Daaf abrió los ojos. Su habitación presentaba el aspecto de haberse sometido a otra intensiva noche de investigación. El escritorio, cerca de los pies de la cama, soportaba el peso de una montaña de libros, anotaciones y restos de comida, con un hueco liberado aparatosamente para dejar espacio a lo último que había estado haciendo. Más allá, en la pared opuesta, una estantería baja con objetos de lo más diverso, desde ingredientes de alquimia, alguna herramienta de aspecto misterioso, hasta plumas y tinteros vacíos. La mesita dedicada a la alquimia menor tenía un caldero que humeaba con los restos de alguna poción. Daaf se levantó, descalzo en el frío suelo de piedra, e ignorando todo su micromundo cruzó la habitación y se asomó a la ventana. Desde lo alto de la torre se podía apreciar la gran explanada verde hasta las primeras casas de la ciudad. Daaf entrecerró los ojos mientras observaba la colina que había cerca de la misma. Aún repasaba mentalmente una y otra vez el poema rúnico que le entregó el anciano Nux la noche anterior allí mismo, junto con algunas muestras de ingredientes extraños y una buena dosis de advertencias, la mayoría a su juicio inútiles y exageradas. Pero no importaba. Ya tenía la pieza que le faltaba. Pronto vería el fruto del trabajo de los últimos ocho meses. Y entonces...
Unos súbitos golpes en la puerta y una aguda voz de mujer lo sacaron de sus cavilaciones.
-¡Daaf! ¿Estás despierto? Abre, ¡tenemos un contrato!
La puerta se abrió sin más introducciones, y tras ella entró Leril como una tromba. Daaf suspiró. Le exasperaba el nervio que siempre tenía aquella chica.
-Vamos, tenemos que ir a la cima del acantilado a preparar un encantamiento de protección. ¡Venga vístete!
Daaf se encontró de bruces con la ropa que Leril le tiró mientras no paraba de dar vueltas por su habitación, curioseando de la manera que más le fastidiaba.
-¿Quién es el cliente? -gruñó Daaf mientras se ajustaba los pantalones.
-Un grupo de parroquianos de media casta. Mañana por la noche quieren hacer no se qué celebración de la luna, y tienen miedo de las bestias. ¡Ja! Por aquella zona no hay más que cangrejos de tierra y culebras. ¡Y les he sacado un montón! Se ve que se traen asuntos entre manos... ¿Qué has estado estudiando esta noche? -Leril reparó en la investigación de la noche anterior y se puso a cotillear- ¿Otra vez con las vinculaciones espirituales? Hace como tres semanas que habías acabado con esto. ¿Qué esperas encontrar?
-Nunca se sabe -dijo Daaf, ya terminando de ponerse las botas. Leril continuaba examinando sus notas.
-¿Y qué intentas con la alquimia? ¿no sabes ya que la energía espiritual nunca necesita procesos alquímicos? Puedes explotar, Daaf, ¿lo sabes? Vas a explotar. Algún día te estallará el caldero en la cara y yo me reiré sin parar...
Y como si ya hubiese ocurrido, Leril se puso a reír sin hacer mucho caso a Daaf, que ya le hacía señas para salir de la habitación.
Era agradable de vez en cuando sentir el frío aire de la mañana, ya que Daaf solía estar durmiendo hasta bien entrado el mediodía, tras toda la noche trabajando y estudiando. Como era costumbre, Leril le puso al día durante el camino sobre los últimos acontecimientos de su entorno, que eran las altas esferas de la ciudad.
-En el consejo se ha armado un buen revuelo -le contó-. Al parecer el pillaje está llegando al Barrio de Piedra y no saben a qué echarle ya la culpa. Ha habido un momento en el que cada uno decía una cosa y no se entendía nada...
-Bueno, hace años que hay pillaje, no creo que no se lo esperaran. Cada vez hay más impuestos en las zonas marginales, y esa gente aguanta poco sin armar revuelo por lo que sea.
-Total, el caso es que al final han decidido poner más guardias en los portones. Se van a quedar sin gente en los cuarteles... -contestó Leril, esbozando una media sonrisa. Siempre le había divertido ver cómo los demás cometían errores que después les pasaban factura.
-Ese atajo de vejestorios, o se traman algo, o alguien los tiene en el bote. No me extrañaría que fuese Tessum, o alguien como él. Se la tenía jurada a uno de los nobles, creo...
-Por cierto, hay noticias del Ilustre Magna -lo interrumpió Leril bruscamente-. Va a organizar una labor de exploración y necesita piromantes para abrir un portal al Plano de Cristal. Tú eras bueno con el fuego, ¿verdad? -Leril miró a su compañero y vio que no estaba-. ¿Daaf?
Daaf se había parado en seco. No podía creer lo que había oído. No en ese momento. Miró con energía a Leril antes de abrir la boca.
-No puede abrir un portal ahora. ¡Es el mes de la pulsación! Las vibraciones harán que la abertura se colapse enseguida.
-Pero él sabe sellos de ángel, Daaf. Puede abrir portales cuando quiera.
-¡No si es para el Plano de Cristal! Además, le hacen falta piromantes y no hay suficientes en el reino. ¡Es imposible!
-Daaf, cálmate. Es el Ilustre Magna. Por algo habrá decidido eso. Y lo que pide son voluntarios. Si no quieres, no le ayudes... anda vamos, tenemos un trabajo, ¿recuerdas?
Daaf se puso en marcha lentamente. Seguía impactado por la noticia. Después de todo lo que llevaba... ¿tenía que ser en ese preciso momento? Debía pensarse bien como podría sortear ese inesperado obstáculo.
El resto del viaje transcurrió en silencio. Cuando llegaron a la cima del acantilado, soltaron sus bolsas y empezaron a analizar el terreno y hablar sobre cómo realizar el encantamiento, sin mencionar de nuevo el tema del Ilustre Magna. Daaf sabía que Leril no entendía demasiado bien su reacción a la noticia, pero le daba igual. Se trataba de algo demasiado importante, y ella le conocía desde hacía siete años. No le molestaría más con el asunto.
-¿Cuánta zona tenemos que proteger? -le preguntó Daaf después de observar el suelo agachado.
-Nada, sólo esta parte de aquí -le contestó Leril señalando el punto más alto-. Son seis o siete los que vienen, y es para una sola noche.
-Vale, entonces... versos simples de protección, con, digamos... ¿tres entradas de flujo?
-Ponle dos, y si vemos que no se sostiene le añadimos la tercera.
-De acuerdo.
Y así, Daaf se separó un poco de su compañera e hizo una marca en el suelo, al mismo tiempo que ella. Sin embargo, antes de empezar su labor, miró a su alrededor un par de veces. Había algo que le inquietaba, pero no conseguía averiguar el qué, de modo que secretamente preparó un hechizo ofensivo en su mano izquierda antes de empezar con lo que había venido a hacer. Él y Leril estuvieron buena parte de la mañana recitando runas de rodillas junto a su marca, que de vez en cuando brillaba junto a los símbolos que aparecían y desaparecían en el aire según los iban pronunciando. Al mediodía hicieron una pausa.
-¿Cómo vas? -quiso saber Leril, sentándose a su lado.
-Ya he terminado casi todas las modulaciones. Ahora cuando volvamos al trabajo comprobamos si se sostiene -dijo Daaf mientras sacaba el almuerzo de su bolsa, el cual se trataba de un gran pedazo de queso y una hogaza de pan.
-¡Ja! -rió Leril al reparar en sus manjares- Sigues siendo tan especial para la comida. Con lo buena que está la que preparan en los refugios de punto infinito... tienes uno al lado de casa, ¿sabes? -y acto seguido sacó su almuerzo, que consistía en una serie de galletas rectangulares que parecían emitir un destello rojizo desde el interior.
-Soy de este plano, y como comida de este plano -le replicó Daaf, mirando con desdén las galletas-. Eso que comes puede provocarte un trasvase espiritual y dejarte repartida por varios planos.
-Y además están deliciosas. Deberías probar una. Es como si te estallaran en la boca -le dijo Leril, feliz, con la boca llena y sin hacer ni caso. Daaf la miró con seriedad y comenzó a comer de lo suyo.
Una vez terminaron la pausa, regresaron a la tarea. Decidieron comprobar antes la estabilidad del encantamiento para ver si debían abrir una nueva entrada.
-Échale un vistazo, yo creo que aguanta -le dijo Leril. Daaf extendió la mano y se concentró en las energías que habían colocado en la zona. Se encontraba tratando de discernir si su magia podría sostenerse, cuando de pronto, un rayo surgió de la nada y golpeó a Leril justo en el pecho. La chica salió volando unos metros y cayó justo al borde del acantilado, por el cual rodó y se precipitó al vacío. Daaf reaccionó de inmediato. Miró al lugar desde donde había provenido el rayo y soltó la carga de impacto que había mantenido hasta entonces. Una gran roca saltó en pedazos y de detrás de la misma apareció una figura que parecía estar cubierta por una manta rugosa. Algo aturdida por el impacto, pero con una agilidad pasmosa, le lanzó otro rayo a Daaf, que consiguió esquivar tirándose al suelo. Viendo su tentativa parcialmente frustrada, la figura misteriosa realizó algunos movimientos con las manos, los cuales Daaf no consiguió reconocer, y al momento pareció fusionarse con el aire hasta que desapareció emitiendo un estruendo. Daaf se mantuvo alerta unos segundos más desde el suelo.
-Maldita sea... ¡Leril! ¡Leril, dónde estás!
Daaf se levantó y se acercó corriendo al borde del acantilado. No pudo distinguir a su compañera. Entonces se arremangó el antebrazo derecho y se lo examinó un momento.
“No hay señal... sigue viva”, pensó con cierto alivio. “Habrá escapado de alguna manera...”. Se apartó del borde y respiró profundamente. El encantamiento estaba incompleto y no podía terminarlo sin Leril, pero ese problema había perdido todo el peso. Ahora debía averiguar el propósito de aquella figura misteriosa, su identidad y la extraña técnica que utilizó para escapar, por lo que se dio la vuelta y se dirigió de nuevo a su torre a toda prisa.