El final de la cueva se empezaba a vislumbrar poco a poco en la
penumbra. Daaf tenía la respiración agitada y los músculos agarrotados por la
carrera y el frío intenso que volvía a acosarle, pero no podía detenerse. En
cuanto alcanzó la pared del fondo se apoyó en ella, jadeando sin control y
resbalándose hacia el suelo. Tratando de no caer del todo, empezó a golpear la
roca con los nudillos, desplazándose para buscar el punto por donde podría
salir. Cada tanto miraba tras él, temiendo que sus perseguidores hubieran
conseguido en poco tiempo salvar la distancia que él había interpuesto para
poder escapar. Por fin tocó una parte que sonaba a hueco, y sin esperar nada
más levantó el bastón metálico que le servía de llave y dio un gran golpe. La
pared, aparentemente sólida, se desplomó revelando un hueco poco más grande que
el quicio de una puerta. Daaf atravesó el hueco corriendo, tras lo que, dando
unas vueltas con el bastón, hizo volar los pedazos de piedra en medio de una
especie de humareda morada, recomponiendo el sello que mantenía oculta la
entrada. Una maraña de ramas oscuras surgió de pronto de la nada y ocultó la
pared. Daaf respiró profundamente, tratando de adecuarse de nuevo a una
temperatura normal, y se fijó en dónde había acabado. Se trataba de un canal
como los que él conocía, de tamaño normal, forma irregular y con el mismo
material oscuro de siempre, y además había salido en un extremo
del mismo, ya que a pocos metros se encontraba la entrada a un nuevo refugio.
-Madre mía, Leril, menudo atajo... -murmuró Daaf
por lo bajo, con una mezcla de tristeza y admiración- Ya me pudiste decir desde
el principio que nos saltábamos todo el camino con él...
Y sin abandonar la prisa con la que había ido
hasta ese momento se dispuso a continuar corriendo hasta el refugio, pero de
pronto se detuvo. Le había parecido notar que la lágrima de fuego de Leril se
calentaba por sí sola, pero cuando se llevó la mano al bolsillo tenía la misma
temperatura que el resto de cosas que llevaba encima: congelada. Pensando que
quizá se lo había imaginado, continuó su carrera.
En ese mismo momento, en el plano real, a poco
menos de veinte metros de la torre que solía ser el hogar de Daaf, se podía
distinguir a la luz rojiza de una luna creciente a dos guardias apostados junto
al camino que conectaba el lugar con la ciudad, sin duda vigilando por si el dueño
del edificio trataba de ocultarse en él. Uno de ellos, con un tatuaje
atravesándole un lado de la cara, se estiró y bostezó antes de seguir una
conversación que aparentemente habían dejado a medias.
-Yo te lo vuelvo a decir, me parece una tontería
que estemos los dos aquí si se trata de vigilar un perímetro circular...
Su compañero, que era completamente calvo, miró
al suelo primero y después a él, como si fuera la enésima vez que repetía
aquella observación.
-¿No eres capaz de fiarte de las dos horas que
hemos pasado colocando un cinturón sensible? ¿O vas a seguir sugiriendo que ha
sido un trabajo para nada?
-No, a ver, yo sólo digo que vigilando cada uno
una mitad del perímetro podríamos reforzar lo que ya conseguimos con el
hechizo... -quiso explicarse el del tatuaje.
-Ésta es la ruta más probable por la que podría
aparecer -le cortó el otro-, por lo que es más lógico tener más ojos aquí que
en otro punto.
-...además que se trata de alguien que se cargó
un portal estabilizado con sellos de ángel delante del mismísimo Ilustre
Magna... -continuó el guardia tatuado, sin escuchar una sola palabra de su
compañero. Éste lo miró con fastidio.
-Bueno, pues a ver si te basta con decirte lo que
te he estado repitiendo cuarenta veces. Son órdenes. Nos callamos y las
cumplimos.
-Si se nos cuela no nos van a preguntar si
hicimos lo que nos pidieron, nos van a echar la bronca igual...
-Eso será si se nos cuela, pero precisamente
estamos siguiendo la técnica más efectiva para evitar eso -replicó el guardia
calvo, ya claramente molesto-. Así que calla y vigila.
-Bueno, ya verás tú... -murmuró aún el del
tatuaje.
Y efectivamente, a espaldas de los guardias,
justo en la base de la torre, un minúsculo punto comenzaba a hacerse más grande
cada vez, oculto tras un gran seto que crecía al lado. Tras unos segundos,
Daaf cayó al suelo envuelto en su capa de viaje, totalmente alterado. Se
deshizo como pudo de la tela que lo atrapaba y se arrastró hasta la pared
oscura de su casa hasta quedarse apoyado, sentado en el suelo, tratando de
recuperar el aliento mientras asumía todas las circunstancias que
había sufrido en apenas media hora. Los guardias, por su parte, no se habían
percatado lo más mínimo de que la persona que buscaban se encontraba
exactamente en el lugar que querían evitar que alcanzase. Daaf los observó
a través del seto, intentando distraer la mente para tranquilizarse. En aquel
momento escapar de los guardias había perdido tanta importancia que la
situación ni siquiera le divertía. Cerró los ojos tratando de concentrarse.
Debía analizar la situación con calma...
Toda la guardia del Reino andaba tras él en aquel
momento, pero lo preocupante era que había alguien más que podía seguirlo allá
donde la guardia no. Le habían atacado en dos ocasiones y ya se habían
llevado a alguien por delante. El peligro era palpable...
Decidió examinarse. Se arremangó las perneras y
se descubrió el pecho, buscando alguna herida o marca extraña. Se descubrió
también ambos brazos, y al mirarse el antebrazo derecho, su expresión se
congeló. Una larga y espantosa cicatriz negruzca se le extendía desde la muñeca
hasta la sangradura, hundiéndose en la carne como si se tratara de un corte muy
mal curado o una marca hecha con un hierro al rojo. Las venas cercanas a
la marca también se le habían ennegrecido, dando al conjunto de su brazo un
aspecto temible y repugnante, como si se tratara de una especie de maldición
virulenta. Daaf se quedó observando aquello fascinado y asustado a la vez,
tratando de hacer memoria de los acontecimientos. Recordaba haber sentido un
escozor terrible en el momento en el que expiró su amiga, pero no le había dado
mayor importancia, ya que sabía que el hechizo que les vinculaba ardía cuando
el otro se encontraba en peligro. Sin embargo, le habían dicho que si su compañera
moría, la marca desaparecería sin más. ¿Qué significaba aquello? Se examinó la
cicatriz más de cerca, tratando de confirmar que no pudiese haber sido causada
por otro motivo. Sin embargo vio que, mirando muy de cerca, podían
distinguirse perfectamente los caracteres de la magia vinculante que
le unía a su amiga. De repente, toda la tristeza y el abatimiento por
un hecho que parecía irremediable se esfumaron y fueron reemplazados por
una enorme sensación de sospecha y desconcierto. Allí ocurría algo raro. Si
Leril estuviese realmente muerta, no debería tener nada en el brazo, y no sólo
lo tenía, sino que además era algo que no había visto en su vida,
fuera y dentro de los libros. Necesitaba guía y consejo. Si existía la más
mínima posibilidad de poder volver a ver a su amiga, no podía dudar en
aprovecharla...
Sin embargo, tenía un plan entre manos y un plazo
muy corto para completarlo. No disponía de tiempo para ir a otras
ciudades ni podía volver a usar los refugios. Todo eso le limitaba las
posibilidades a una sola.
-Nux, maldito vejestorio, otra vez voy a tener
que lidiar con tus desvaríos... -volvió a murmurar. No le hacía ninguna gracia
volver a tratar con ese viejo loco que disfrutaba haciéndole perder el tiempo,
pero no le cabía duda de que sus conocimientos eran ampliamente más extensos
que los suyos, y se trataba del único mago veterano que podía encontrar en
Lascor, una localidad cuya actividad se centraba sobre todo en la pesca y el
comercio marítimo, por lo que la magia no tenía gran presencia allí.
Daaf se incorporó con energías renovadas. Todo el
aturdimiento que había embotado su mente por el shock de ver a su amiga caer
redonda al suelo se había esfumado. Volvía a estar centrado en sus objetivos.
Recordó a Skerj aconsejándole días atrás: “Focus, Daaf”
“Bien dicho”, pensó para sí mismo. Sin ganas de
inventar planes complicados, preparó sendas cargas de impacto en sus manos, se
acercó a los guardias y cuando estos miraron se las soltó a la cara, dejándolos
KO de la misma manera que había hecho otras veces. Atravesó el hechizo de
alarma de los guardias, que emitió un sonido estridente y se esfumó sin mayor
utilidad, y después se llevó a los guardias inconscientes dentro de la torre.
Minutos después entraba en su habitación, jadeando de puro agotamiento, y se
echó en la cama sin quitarse ni las botas. Por claras que tuviese las ideas en
ese momento, se encontraba completamente exhausto tras estar todo el día
escapando. No tardó en quedarse profundamente dormido.
A la mañana siguiente, Daaf tardó poco en
despejarse y dirigirse a la ciudad, y cuando el sol todavía era rasante se
encontraba ya frente a la puerta del anciano Nux, haciendo temblar la pesada madera. Llamaba
insistentemente, sin preocuparse lo más mínimo de que alguien entre el bullicio
matutino de Lascor pudiese reconocerle.
-¡Nux!¡Sé que estás ahí, no intentes jugar
conmigo! -llevaba llamando un rato- ¡Abre, se trata de algo importante,
demonios!
La puerta no daba ningún signo de que fuese a
abrirse. Daaf dejó de armar escándalo y se detuvo a pensar un momento.
-Esta vez he metido la pata de forma seria -dijo
en voz alta, con cierto deje cansino en la voz.
La puerta se abrió, tras la cual se asomó una
cabeza encapuchada de la que sólo se veía una boca decrépita y una larga pero
fina barba balanceándose hasta la altura de la cintura.
-Vaya, los jóvenes tienen problemas con sus actos
imprudentes. ¿Y por eso vienes a importunar a un pobre anciano? No te las
puedes arreglar tú solito, vaya, vaya...
Daaf resopló con resignación.
-Está bien, Nux, te puedes reír de mí, pero al
menos deja que vaya al grano. Hay una vida en juego.
Nux permaneció unos segundos en silencio.
-Pasa -resolvió, abriendo del todo la puerta
mientras volvía al interior-, pero no te quejes si no te encuentras a gusto. Te
has presentado tan repentinamente...
Daaf entró siguiendo al anciano, en lo que se
antojaba una estancia oscura hecha de adoquines de piedra. Cuando cerró la
puerta tras de sí, le dio la impresión de estar en un templo en miniatura. A
pesar del tamaño de la cámara, que se podía comparar al de un salón mediano,
cada sonido se alargaba de forma extraña, como si realmente se encontraran en
una sala enorme. Las dos hileras de pequeñas columnas desde la puerta hasta el
fondo y las cristaleras coloridas terminaban de dar el efecto. Nux se quitó la
capucha y se sentó en una pequeña mesa bajo una de las cristaleras en miniatura
de los laterales, a lo que comenzó a remover papeles.
-A ver, cuéntame tu drama -dijo con sorna-, y
veremos si le podemos poner arreglo.
-Quiero saber qué pasa si te matan estando en la
red de lugares sin lugar -atajó Daaf, que permanecía de pie. Nux mantuvo un par
de segundos de silencio, como asimilando la cuestión planteada.
-Bueno, depende de muchos factores... pero
normalmente cuando matas a una persona, esta acostumbra a morirse
inmediatamente después, Daaf, no sé a dónde pretendes...
-Esta señal no es de muerte -le cortó Daaf con
impaciencia, descubriéndose el antebrazo y acercándose para enseñárselo mejor-.
Me encontraba con Leril en un antiguo atajo entre canales en Midstae, nos
emboscaron y acribillaron, y a ella le atravesaron la garganta de parte a
parte. Entonces me salió esto -volvió a mostrar la marca con brío-, lo cual
significa que de alguna manera todavía no se ha ido. Lo que quiero saber es qué
le ha ocurrido.
Nux se inclinó sobre la marca con suma
curiosidad, examinando con cuidado cada detalle de la misma.
-¿En Midstae, dices...? -dijo, mientras seguía
observando la marca perplejo- ¿Ahí no es donde han hecho un desastre con los
refugios? -añadió, levantando la vista.
-Sí, ahora es una carretera de borregos -Daaf
retiró el brazo y empezó a pasearse-. Leril y yo nos lo intentábamos saltar
cruzando un paso que habían sellado con un hechizo de ocultamiento. Y ahí fue
donde pasó todo.
-Entonces puede ser... A ver, Daaf -Nux se
mostraba muy interesado de pronto en el tema-, vamos a repasar magia espiritual
básica. Dime, ¿qué es el espíritu?
-Un círculo cerrado de energía que nos da
identidad y consciencia -respondió Daaf mientras seguía dando vueltas-,
integrado en el cuerpo para interaccionar con el plano.
-Correcto. Bien, cuando ese cuerpo resulta
demasiado dañado, se vuelve incapaz de soportar dicho flujo y se separa de él.
En ese momento la energía del espíritu se dispersa por todo el plano,
incorporándose su propio campo, de tal forma que ya no puede mantener la noción
de identidad y eso es lo que conocemos como muerte, ¿verdad?
-Sí, eso ya lo sé, ¿vamos a llegar a algún sitio?
-repuso Daaf cada vez más impaciente.
-Tienes que escucharme Daaf, si no escuchas no te
vas a enterar -dijo Nux sonriendo-. Normalmente si mueres en un refugio te
ocurrirá lo mismo, ya que al tratarse de una red interconectada en varios
planos, la dispersión tendría el mismo efecto. Pero si os encontrabais en un
paso sellado...
-De todos modos, abrimos un agujero para
entrar... -contravino Daaf pensativo.
-Es muy probable que volviesen a sellar la
entrada para no dejaros escapar. Se trataba de una emboscada, ¿no? Y aun así,
me has dicho que el paso tenía un hechizo de ocultamiento. Hacía frío, ¿verdad?
-Daaf asintió sin dejar de mirar al infinito- En un medio en constante
supresión de energía, quizá una forma liberada con una estructura de
consciencia como el espíritu de Leril no tuviera tiempo de atravesarlo antes de
encontrar otro recipiente...
Daaf quedó clavado en el suelo y lo miró
impactado. Otro recipiente...
-Por lo general estas cosas nunca pasan -continuó
Nux alegremente-, porque la dispersión es casi inmediata. Pero vuestras
circunstancias eran totalmente excepcionales. Cualquier objeto mágico que
hubiese por allí cerca con capacidad de contener energía podría haber absorbido
todo su espíritu en cuanto abandonara su cuerpo.
Daaf se metió la mano en el bolsillo y sacó la
lágrima de fuego. De repente le parecía el objeto más frágil del universo.
-Anda, ¿esa es tu amiga? -le preguntó Nux como si
se tratase de un experimento divertido.
-¿Hay algún modo de confirmarlo? -dijo Daaf con
la voz temblando.
-Comunícate con ella. Dile algo. Debería ser
capaz de manipular el objeto en el que está metida para contestarte.
Daaf se encaró a la lágrima con avidez y le
empezó a susurrar como quien reza a un dios antiguo.
-Leril, por favor, si estás aquí dentro dame una
señal, la que sea...
Daaf esperaba ver algún tipo de destello asomarse
desde el interior de la esfera de cristal, algún signo de que su amiga
estuviese ahí y le pidiese ayuda débilmente. Sin embargo, lo que hizo fue
soltar un fogonazo repentino que le chamuscó las cejas y grabó una palabra en
el aire. Durante un momento pudo leerse perfectamente:
"INÚTIL"
Nux lanzó un grito de alegría forzado que se
combinó con una carcajada mucho más sincera.
-¡Albricias! ¡Tu amiga está bien, y parece que
conserva su criterio racional! -exclamó el anciano- Alégrate, hombre. Ahora ya
sabemos el por qué de tu marca. Se preparó para arder y consumirse en el
momento en el que Leril se expiró a sí misma, pero al no haberse dispersado y
conservar su estructura de identidad en la lágrima, seguramente el proceso
mágico se interrumpiera, y como es de los pocos que son irreversibles, se te ha
encarnado de esa forma tan fea. Tendréis que borraros la marca y haceros una
nueva cuando ella vuelva a su cuerpo.
Mientras Nux hablaba, Daaf seguía clavado en el
suelo, con la cara quemada y una ausencia repentina en su capacidad de
respuesta. Estaba sintiendo tal oleada de alivio en ese momento que tuvo que
buscar una silla para sentarse, y al no encontrarla, se acabó sentando en el
suelo. Una media sonrisa se le había dibujado en el rostro mientras volvía a
mirar al infinito. Leril estaba viva. De hecho, había estado en su bolsillo
durante todo ese tiempo...
Nux seguía riéndose con ganas al ver la reacción
de Daaf. Parecía que no disfrutaba tanto desde hacía años. Mientras tanto, el
joven mago resopló y se sacó una especie de trapo de color ocre del bolsillo,
con el que se frotó toda la cara. Cuando lo retiró, la tenía como siempre, con
las quemaduras curadas y las cejas en su sitio.
-Bien -dijo Nux juntando las manos. Daaf se
estaba levantando mientras se volvía a guardar el trapo ocre-. Entonces ahora
sólo necesitas el cuerpo de tu amiga y consultar a un clérigo o algún otro mago
especializado en magia espiritual. Y listo Calixto -Daaf volvió a quedarse
congelado-. Porque tienes su cuerpo... ¿verdad?
Al fin Daaf pudo pronunciar palabra.
-Verás... puede que se haya quedado en el paso de
Midstae... -musitó tratando de evitar mirar directamente a Nux. Éste pareció
deleitarse aún más con esa información.
-¿Has podido ser tan inútil...? Ah, claro, por
eso ella... -y volvió a romper en carcajadas. Daaf se estaba empezando a
molestar.
-Pero, ¿y qué esperabas? -protestó Daaf- No se
trataba de la mejor situación para ponerse a pensar implicaciones excepcionales
en la energía espiritual de un medio suprimido. Me pareció más apremiante
escapar de la mejor manera antes de que me fulminaran.
-Y dejaste abandonada a tu amiga -replicó el
anciano exagerando un tono dramático-, a tu compañera del alma, y tan bien que
os llevabais... Qué insensible por tu parte. Me dejas en shock.
Mientras hablaba, Nux se llevó una mano al pecho
y miró hacia arriba, aparentando una profunda indignación.
-¡Vamos a ver -estalló Daaf-, a todas luces
parecía totalmente muerta y a mí me seguían acechando cinco cosas peligrosas!
¿Crees que habría podido escapar cargando con su cuerpo? ¡Ay! -la lágrima de
fuego que estaba sujetando volvió a calentarse repentinamente- ¡Leril, para!
¡Si me quemas así de pronto puedo dejarte caer y que te rompas!
-Me parece que ella sabe muy bien que no la vas a
soltar así te carbonice los dedos -puntualizó Nux astutamente.
-Sí, gracias por la información -replicó Daaf
enfadado mientras volvía a guardar a Leril, esta vez en un bolsillo interior-.
De hecho gracias por toda la información. Ahora tengo que ir a por su cuerpo.
Si me disculpas...
-¡No, espera, piensa un poco más! -quiso
prevenirle Nux incorporándose en su asiento. Pero Daaf ya había atravesado la
puerta de la calle como una tromba. El anciano mago se volvió a recostar sin dejar
de observar la puerta abierta.
-Pax -llamó al aire-. Anda, ve a por él, que al
final se nos lo van a reventar de verdad.
De entre las sombras del fondo de la habitación
surgió una muchacha delgada, con gafas y el pelo ondulado, que sin responder una
palabra obedeció y salió por la puerta.
Daaf se encontraba a medio camino hacia la salida
de la ciudad. Iba andando a paso ligero, con el rostro descubierto y sin
preocuparse lo más mínimo por su captura, que todavía ocuparía a cualquier
guardia con el que se pudiese encontrar. Llamaba tanto la atención en su afán
por apresurarse que algunos transeúntes se le quedaban mirando extrañados, como
si no supiesen si salir corriendo o avisar a alguien. Sin embargo, todo aquello
resultaba totalmente irrelevante para él. Nunca se había sentido tan estúpido
como en aquel momento, obviando un detalle tan crucial... Sabía que era por no
haber tenido suficientes conocimientos, pero se dijo que tampoco podía aprender
a un mayor ritmo que el que seguía, de modo que todo se centraba en subsanar su
error y finalizar su plan...
De repente, alguien le puso la mano en el hombro,
tratando de detenerle. Daaf se dio la vuelta de inmediato, preparado para
vérselas con un guardia tan rápido como pudiera, ya que no tenía tiempo que perder.
Sin embargo, el rayo que ya se arremolinaba en su brazo se desvaneció cuando
vio que se trataba de la aprendiz del viejo.
-Ah, eres tú -comentó Daaf, recomponiéndose como
si no hubiera estado a punto de electrocutarla-. Qué pasa, ¿te ha enviado para
seguir mofándose de mí a distancia?
-Daaf, para, tienes que pensar -le contestó Pax
con un hastío rayano en la desesperación-. No te has molestado considerar a
dónde vas. Dijiste que saliste de allí corriendo porque no querías que te
mataran. ¿Acaso de pronto eso ya no cuenta? ¿No ves que van a estar esperando,
con la ventaja en la mano, a que vuelvas a aparecer para capturarte a ti
también?
-¡Pero si se trata de Leril! Está encerrada en
una lágrima de fuego y lo único que puede hacer es agotarla para comunicarse,
¿no crees que apremia un poco que la vuelva a dejar como estaba?
-Daaf, tienes que calmarte, si viene algún
guardia se te va a complicar todo mucho más. No son los de aquí de siempre, el
Ilustre Magna ha destinado guardias de élite de Sinax en todas las localidades
mágicas del Tercio Norte. ¡Lo inteligente es seguir escondido!
Daaf se la quedó mirando y luego miró a su
alrededor. La calle parecía despejada de guardias. Se echó la capucha por
encima.
-Piensa bien las cosas, por favor -continuó Pax-.
Utiliza trozos pequeños de pergamino para organizarte la situación. Yo lo hago
y me va muy bien con Nux, no se mete tanto conmigo.
Daaf sonrió debajo de la capucha.
-Qué capulla eres...
-No, de verdad. Búscate tu modo, pero no empieces
a hacer algo estúpido a estas alturas. Y ahora ven -Pax agarró de la mano a
Daaf y se lo llevó en dirección contraria a la que había estado siguiendo el
mago-, hay detalles que tienes que saber todavía antes de ir a por el cuerpo de
Leril.
Daaf se limitó a seguirla mientras ponía en orden
sus pensamientos. Su amiga, atrapada en un estado disociado y en ese momento
con pocas posibilidades de recuperarse. Un grupo misterioso tratando de
asesinarle. La guardia detrás de él en cada rincón. La Luna Roja cada vez más
cerca. Casi un año de preparación pendiente de un hilo porque de repente a
alguien le había dado por perseguirle. Tenía que resolver el asunto de Leril lo
antes posible. No podía fallar...
Sí, lo mejor era enterarse bien de cómo devolver
a Leril a su estado original. Daaf se soltó de Pax y la empezó a seguir a poca
distancia, concentrándose esta vez en no llamar mucho la atención.
-¡Vaya, ha vuelto el mozo! -celebró Nux cuando
Daaf volvía a entrar en su casa precedido por Pax- ¿no te ha costado mucho
tirar de las riendas?
-Es un chico razonable -le contravino la chica
mientras cerraba la puerta-, no como tú.
Y sin mediar más palabra, desapareció subiendo
las escaleras que había al fondo de la estancia.
-Vaya, vaya, está rebelde la chiquilla -comentó
el viejo forzando de nuevo la sonrisa-. Pero no te creas que siempre le
consiento...
-Está bien, Nux -le cortó Daaf, sentándose esta
vez enfrente de él-. Dime qué necesito saber para recuperar a Leril. Escucharé
todo lo que digas.
Nux vaciló por primera vez, ante la mirada
insistente y cargada de seguridad que le estaba clavando el muchacho.
-Sí... er... bueno -titubeó mesándose la
raquítica barba-. Tu amiga, sí.
El anciano se arrimó a la mesa e invitó a Daaf a
hacer lo mismo, tal como habían hecho días atrás en una taberna mugrosa cerca
de allí.
-Verás, para empezar, una lágrima de fuego no es
el mejor lugar para albergar un alma -comenzó Nux-. Su estructura interna es
muy simple, ya que está pensada únicamente para albergar y liberar fuego, una
forma de energía de lo más primaria. El espíritu es mucho más complejo que el
fuego. Sin embargo habéis tenido suerte, ya que esa lágrima es buena. Muy
buena, de hecho... -se quedó mirando al pecho de Daaf, donde éste había
guardado el objeto- Pero no aguantará demasiado, ya que está sometida a
demasiadas tensiones: cambios de flujo, corrientes cruzadas, picos de
intensidad... Con el tiempo se acabará quebrando y si se rompe del todo, adiós,
querida amiga...
Daaf seguía mirando atento a Nux, sin cambiar su
expresión lo más mínimo, lo que de nuevo pareció confundir al viejo. Éste
carraspeó antes de seguir.
-Entonces, lo que necesitas es un artefacto
adecuado para contener almas. Conozco a un artesano que tiene su almacén aquí,
en Lascor, y seguro que guarda algún cachivache en el que puedas guardar a tu
amiga de forma más segura. Creo que ahora es temporada de inventario, por lo
que te lo puedes encontrar si vas. Pero ve con ojo, porque está en el Barrio de
las Camelias. Ya sabes qué implica eso.
-El barrio de los nobles... -musitó Daaf
preocupado.
-Eso es, chaval.
-Guardias por todas partes...
-En cada esquina.
-Y de seguro allí están los guardias de élite de
Sinax...
-Bueno, sí -quiso continuar el anciano-, son
muchos problemas, pero los tienes que resolver tú. Y de hecho son el principio,
porque trasplantar a la chiquilla sólo es la solución temporal. Lo que quieres
es devolverle su cuerpo, ¿verdad? -Daaf asintió con la cabeza- Así que tienes
que pensar bien dónde puede estar. Os atacaron unos seres desconocidos con
amplios conocimientos de magia, al parecer. Tienes que contar con que se
hubieran percatado del estado de Leril mucho antes que tú. Sabiendo eso, lo más
seguro es que se hayan hecho con su cuerpo y pretendan usarlo para algún tipo
de trato o trueque, con toda seguridad fraudulento y con la peor parte
tocándote a ti -Nux señaló con su dedo huesudo a Daaf, dándole un toque en la
frente. Éste seguía impasible, escuchando. Nux frunció el ceño-. De modo que
sería bueno que trates de averiguar algo de esa gente, o que al menos vayas a
su encuentro con una estrategia pensada.
-De acuerdo, entonces... -contestó Daaf tratando
de recapitular- Poner a Leril a salvo, pensar una estrategia, recuperar su
cuerpo. Lo tengo. ¿Algo más a considerar?
Daaf continuaba sumamente atento al viejo, el
cual había cambiado su expresión por completo. Ahora permanecía quieto,
sosteniendo la mirada de Daaf con un semblante serio y oscuro.
-Sí -le respondió Nux-. Te acabo de proporcionar
una gran cantidad de información, y no es gratis. Me tienes que pagar.
Éste extendió su mano decrépita con un gesto
enérgico. Daaf se empezaba a dar cuenta de lo que ocurría, de modo que optó por
fingir que titubeaba.
-De acuerdo... tengo por aquí unas cuantas gemas
de sangre... Una bolsita llena. ¿Te basta? -Daaf le enseñó un pequeño hatillo
de tela que emitía un fulgor rojo desde el interior.
-Me temo que todo lo que te he dicho vale algo
más que esas baratijas -le cortó el mago anciano, cada vez más serio.
-Venga, Nux, nunca antes me habías exigido un
precio por darme información -continuó Daaf con despreocupación, mientras
volvía a guardar las gemas-. ¿Te has vuelto codicioso de repente?
-Debería tener la libertad de poner el precio que
quiera cuando quiera, dado que soy yo el que te da esa información. Y ahora
decido que a cambio de lo que te he dicho me tienes que dar a tu amiga. Me la
quedaré hasta que tengas su cuerpo. Después si eso volvemos a negociar.
Daaf se tensó de repente, mientras Nux le
observaba con ojos fríos y calculadores. Aquella reacción por parte del viejo
iba más allá de lo que esperaba, de modo que extremó la precaución.
-Pero hombre, Nux -dijo el joven con la voz
trémula de puro nerviosismo-, ¿no me has dicho que tengo que ponerla en otro
artefacto?
Los dos magos comenzaron a levantarse lentamente.
-Ah, sí, es verdad -comentó Nux, como si no
hubiera reparado en ese detalle-. Entonces vas, consigues el artefacto, y me lo
traes. No te preocupes, ya me encargo yo de ponerla a salvo.
Daaf suspiró y miró al suelo, ya completamente
levantado.
-Sabes que no voy a entregarte a mi amiga, Nux
-dijo, mientras se movía con mucho cuidado hacia la puerta-. ¿Por qué me pides
esto entonces?
-Tú sabrás... -le respondió desafiante el
anciano- Pero si no lo haces, no podrás salir de aquí.
-¿Qué pasa, que como ya no caigo en tus bromas,
ahora tienes que ser tú quien se pique? Un poco infantil, ¿no? ¿Qué diferencia
hay?
-La diferencia -prosiguió Nux, cada vez más
amenazante-, está entre lo que tú puedes hacer con tus poderes, y lo que yo
puedo hacer.
Y de pronto, el anciano se elevó en el aire
rodeado de llamas de un color muy oscuro, la escasa melena que tenía agitándose
tras su cabeza y un brillo malévolo en los ojos, confiriéndole un aspecto
diabólico. Daaf movió las manos para defenderse de cualquier hechizo que
pudiera arrojar el mago contra él, pero antes de que pudiera completar nada...
Una sustancia viscosa surgió del pecho de su
atacante y se lanzó hacia él como una lanza mortal, pero justo antes de que le
atravesase la cabeza el aire pareció cristalizarse alrededor del hechizo,
congelándolo a escasos centímetros de sus ojos. La puerta se abrió de repente y
Daaf, sin pensárselo dos veces se lanzó a través de ella, tras lo cual se
volvió a cerrar con un portazo y se convirtió en parte del muro. Aún resonaban
los bramidos de un Nux colérico al otro lado. Daaf seguía en el suelo, tratando
de recuperarse del susto. Oyó una ventana cerrarse sobre él y miró arriba. Un
trozo de pergamino caía suavemente. Lo atrapó y lo leyó.
Habría sido
mejor que le siguieras el juego.
Pasará algo
de tiempo hasta que deje de intentar matarte si te ve.
No es
alguien fácil.
Te animo a
seguir con tu empresa.
P
Daaf se levantó y miró a su alrededor. De nuevo
había llamado demasiado la atención, y varias personas se habían detenido a
observarle y cuchichear entre ellos. "Esto me pasa por tratar con
chiflados", pensó para sí mismo. "Ahora fijo que aparece algún
guardia con todo este escándalo..."
Miró alrededor, en busca de peligro, se echó la
capucha por encima y se puso a caminar calle abajo. Debía encontrar un nuevo
recipiente para Leril antes de que la lágrima donde estaba atrapada colapsase,
momento que no podía precisar cuándo ocurriría ya que se trataba de un detalle
que el viejo Nux se había saltado. Precisamente la idea de que en cualquier
momento podía perder del todo a su compañera le espoleaba de una forma inusual,
agilizando sus movimientos y agudizando sus sentidos. Su concentración le
permitía detectar dónde se encontraba cada guardia cercano y la mejor manera de
sortearlos, de manera que atravesó la ciudad tomando callejones estrechos y
realizando pequeños conjuros ilusorios para no ser visto. Así continuó sin
ningún incidente, hasta que alcanzó la amplia avenida que separaba el barrio
noble del resto de la ciudad, en cuyo centro se encontraba.
-Está bien, Leril -susurró el mago mientras
observaba tras una esquina-, ahí lo tenemos. Doscientos metros de visibilidad
total antes de tener ninguna valla que saltar...
Efectivamente, Daaf se encontraba vigilando una
vasta planicie adoquinada por la que apenas se divisaba a ningún transeúnte. De
hecho, a nadie parecía interesarle lo que se encontraba más allá del ostentoso
vallado que rodeaba las residencias de lujo donde vivía la nobleza del lugar.
Estaba construido de tal forma que se pudiese identificar con facilidad a
cualquiera que intentara acercarse. Sin embargo, a Daaf, que de hecho había
dedicado la mitad de su vida al sigilo y la nocturnidad, no le costó demasiado
dar con una técnica que le permitiera acercarse de manera segura, incluso
tratándose de una gran superficie vacía a plena luz del sol.
-Vale… no ser visto… no llamar la atención…
-comenzó a repetirse mientras se dirigía a un callejón vacío y estrecho- no ser
visto… no llamar la atención…
Daaf extendió los brazos y juntó las manos al
tiempo que susurró unas runas. De entre sus dedos chisporroteó una luz amarillo
pálido. Después, el mago giró sobre sí mismo y la luz formó un círculo con su
estela.
-Entonces… pantalla de invisibilidad aquí
-chasqueó los dedos justo en un punto del círculo delante de él-, aquí, aquí y
aquí…
Daaf siguió chasqueando los dedos detrás de él y
a ambos lados, de modo que cada vez que lo hacía, una parte del círculo
desaparecía y se extendía un plano rectangular de energía que hacía vibrar el
aire y emborronaba todo lo que se mirase a través de él. Finalmente el mago se
encontraba encerrado entre cuatro pantallas de invisibilidad, que parecía
sostener con los brazos y dedos extendidos.
-Y ahora -siguió comentando en voz baja-, avanzar
con cuidado y sin chocar con nadie.
Daaf comenzó a caminar lentamente, pero aquello
de no chocar con nadie era sin duda más fácil decirlo que hacerlo, puesto que
había bastante gente circulando cercana a los edificios que rodeaban el
Distrito de las Camelias. En más de una ocasión pasó alguien demasiado cerca de
Daaf y éste tuvo que contraer las pantallas de invisibilidad para que no se
esfumaran porque alguien las tocase por accidente. Sin embargo, al final pudo
alejarse del gentío y caminar más tranquilamente.
Cuando llegó a la alta valla del distrito, se
puso a recorrerla hasta llegar a una de las puertas que daban acceso. Susurró
un canto de presión que empujó suavemente la puerta, abriéndola, y la atravesó
rápidamente. Una vez dentro, hizo desaparecer las pantallas de invisibilidad y
continuó deslizándose por los callejones desiertos y plazoletas privadas que
conformaban el sector más acaudalado de la ciudad. La tensión era mucho más
grande allí, donde probablemente se encontraban apostados los temidos guardias
de élite, por lo que en cada vistazo tras la esquina, en cada pie arrastrado y
en cada carrera por un lugar más descubierto la respiración era fuertemente
contenida por el temor a ser descubierto. Además, el hecho de que el lugar
pareciese encontrarse extrañamente deshabitado tampoco resultaba demasiado
tranquilizador. Sin duda se trataba de alguna estratagema para capturar al
mago, pero si lo habían detectado ya o no era difícil de saber.
A estos pensamientos se encontraba Daaf dándole
vueltas cuando de pronto se vio frente a un edificio grisáceo que desentonaba
grotescamente con el estilo que predominaba en el barrio, siendo éste muy
recargado y repleto de detalles y aquél muy sobrio y pobre. Había llegado a donde
quería.
“Sin duda este tipo se lleva bien con más de una
personalidad influyente” pensó Daaf mientras trataba de tranquilizarse y se
acercaba a la puerta metálica. Tocó suavemente con los nudillos y la
entreabrió.
-¿Hola? -llamó tras asomarse- ¿Hay alguien aquí?
El interior del edificio era bastante oscuro y se
encontraba repleto de todo tipo de trastos, colocados en estanterías de madera
y desparramados por el suelo, de tal forma que dejaban un espacio para poder
caminar en medio.
-¿Quién hay ahí? -respondió una voz sobresaltada
tras un mostrador que se encontraba al fondo, desde el que asomó una cabeza-
¿Quién te ha hablado de este sitio?
-Ah, hola -respondió Daaf tratando de sonar lo
más educado posible-. Ya sé que no es lo más adecuado visitar a un artesano
mientras hace inventario, pero se trata de una emergencia, y me preguntaba si
sería posible…
-¿Quién te ha enviado? -insistió el artesano, aún
receloso y escondido en el mostrador.
-Fue el anciano Nux -contestó Daaf de inmediato-.
Yo le expliqué un problema que tenía y él me habló de su almacén. Pensó que
podría ayudarme.
Si el haberle revelado aquel lugar le acarreaba
al viejo alguna consecuencia, a Daaf no le importaba en absoluto delatarlo,
sobre todo después del numerito que le había montado hacía un par de horas.
-Nux, ¿eh…? -dijo el hombre tras el mostrador,
pensativo- Bueno, está bien, no te quedes ahí asomado hijo, pasa, pasa.
Daaf entró finalmente en el almacén cerrando la
puerta tras de sí, mientras el artesano salía de su escondite. Se trataba de un
hombre delgaducho, con la cara alargada y el cabello corto y de un negro
intenso, completamente alborotado.
-Sí, verá, se trata de…
-Las presentaciones, muchacho -le volvió a
interrumpir-, las presentaciones van antes. Tú me dices tu nombre, yo te digo
el mío, y así tenemos un término con el
que referirnos el uno al otro.
-Está bien… -titubeó el joven- Sí, discúlpeme.
Daaf buscó en sus ropajes y sacó la lágrima de
fuego con gran cuidado.
-Me llamo Daaf y ésta es mi compañera Leril -se
presentó, mientras le mostraba la pequeña esfera.
-¡Encantado, Daaf! Yo soy Melkon -respondió el
artesano con entusiasmo-. ¿Tú también eres artesano? No había oído hablar de
ti. Es un curioso nombre el que le has puesto a tu artefacto favorito. Por
cierto, qué buen trabajo…
Melkon se había quedado ensimismado observando la
lágrima. Daaf se empezaba a sentir algo incómodo.
-En realidad -dijo éste mientras se dirigía al
mostrador-, no soy artesano, ni he sido yo el que ha hecho esta lágrima. De
hecho, el que se la haya presentado como mi compañera tiene que ver
directamente con el problema que me trae aquí, verá…
Daaf comenzó a explicarle la complicada situación
de Leril al artesano, que se situó de nuevo tras el mostrador mientras
escuchaba. Éste parecía estar cada vez más y más interesado con cada palabra
que le contaba el muchacho.
-… y por eso necesito un artefacto adecuado para
contener almas -dijo Daaf, finalizando su relato-, junto con la manera adecuada
de pasar a mi amiga de aquí -señaló la lágrima que mantenía en su mano
izquierda- a ahí -terminó, abarcando con un gesto las estanterías que había por
todas partes.
-Pues sí que es algo peliagudo… -comentó Melkon
con el semblante sombrío- El tema del alma es muy delicado. Te saltas el más
mínimo detalle y ¡puf! -alzó las manos ilustrando sus palabras, mientras
empezaba a comprobar las estanterías- se va todo al garete. Como mínimo aparece
la Maldición del Corazón Sesgado, o algo peor. Hace falta muchísima precisión a
la hora de construir cada componente, y por supuesto hacerse con material de la
más excelente calidad... La mayoría de los depósitos espirituales se basan en
formas cristalinas, que ofrecen una rápida absorción, pero no sirven para nada
más, porque sacar la energía intacta de ahí es un auténtico incordio… Pero por
lo que me has contado, me sospecho que buscas una transferencia limpia… Creo
que tengo algo por aquí. Aguarda un momento.
Melkon se terminó de adentrar en las
profundidades de su almacén, dejando a Daaf aparentemente solo.
-Aguanta un poco Leril, ya pronto te sacamos de
aquí -le susurró el mago a la esfera de cristal que aún sostenía.
El almacén se mantenía extrañamente en silencio.
De hecho, desde que entró, a Daaf le había dado la extraña sensación de que
tenía los oídos medio taponados. Quizá por eso, aunque seguramente Melkon no se
habría ido tan lejos rebuscando entre sus trastos, en realidad parecía que
había desaparecido por completo. Por los altos y pequeños ventanucos que se
abrían cerca del techo corría una ligera brisa. Daaf cerró los ojos dispuesto a
disfrutar del airecillo en aquel momento de tranquilidad, pero al aspirar
profundamente abrió de nuevo los ojos
sobresaltado.
-Mira, al final vas a tener suerte -sonó de
pronto la voz de Melkon-. Pensaba que ya lo había distribuido, pero resulta que
me lo olvidé la última vez que vine a envolver pedidos.
El artesano había vuelto a aparecer por donde se
fue, con un paquete cilíndrico entre sus manos. Daaf parpadeó y echó un vistazo
a su alrededor. No podía ser…
-¿Estás bien, hijo? -le preguntó Melkon
extrañado.
-Sí… -respondió Daaf aparentando normalidad- Es
sólo que me llegó un olor raro…
-¡Ah, sí, en los almacenes siempre huele extraño!
-repuso Melkon, con su habitual entusiasmo- Tantos artefactos juntos, cada uno
de una naturaleza distinta... Es normal, hombre, ya te acostumbrarás…
El artesano había sacado dos pequeñas
herramientas de metal de debajo del mostrador mientras hablaba.
-Ahora -dijo, adoptando un tono de advertencia-,
quiero que prestes atención. Se trata de un artilugio único y hay que saber
utilizarlo bien, ¿comprendido?
-Comprendido -respondió Daaf. Estaba ansioso por
sacar a su amiga del peligro.
Melkon comenzó a desenvolver el paquete con las
herramientas que había sacado, hasta descubrir un extraño jarrón hecho de
barro.
-Esto es una Vasija Fantasmal -explicó-. Puede
contener el alma de alguien que tema a la muerte y esté cercano a ella, o bien
puede usarse para mantener a alguien prisionero indefinidamente. Está
construida de tal manera que la persona cuyo alma esté dentro puede hablar y
hacerse oír si así lo desea, pero sólo cuando la tapa -la cogió y se la enseñó
a Daaf- no esté puesta. En el momento en que la pongas no habrá manera de oír a
quien esté dentro, por mucho silencio que se guarde.
-¿Y esa persona podrá oír el exterior con la tapa
puesta? -quiso saber Daaf.
-Sólo -Melkon dio media vuelta a la tapa y la
volvió a colocar sobre la vasija- cuando la pongas del revés. Si no, también
incomunicarás al espíritu que la ocupe.
-¿Existe alguna otra interacción con la persona
cuando está dentro?
-No, esa es la única. Y tampoco necesitarías más,
me parece a mí. Podrás hablar con tu amiga tranquilamente, y ya no existirá el
riesgo de que desaparezca para siempre. ¿Te parece bien?
Daaf fingió que se lo pensaba, a pesar de que lo
tenía clarísimo. Nunca daba una respuesta inmediata cuando se trataba de
comerciar, y tenía una gran experiencia en ello.
-Sí, creo que me vale -accedió al fin-. Sólo me
falta que me digas la forma de meter a Leril ahí, y un precio.
-Ah, sí -saltó el artesano, como si lo hubiese
olvidado-. Bueno, normalmente se requiere de un proceso espiritual muy
complicado, llevado a cabo por algún monje especializado. Es necesario licuar
el alma de quien quieras guardar, verterla en la vasija, sellarla y esperar a
que la energía se reintegre. Pero tu caso será mucho más sencillo… Me has dicho
que está metida en una lágrima de fuego, ¿verdad? -Daaf asintió con
impaciencia- Eso quiere decir que dentro de poco la esfera se quebrará por las
tensiones internas y liberará de nuevo el espíritu de Leril. Con que eso ocurra
dentro de la vasija sellada será suficiente para que se incorpore por completo,
de manera que sólo tendrás que meter la lágrima dentro y esperar. No te
preocupes, la vasija se sella automáticamente cuando detecta que contiene
energía espiritual. Cuando la puedas volver a abrir, tendrás a tu amiga a
salvo. Y en cuanto al precio…
-Sí, mira -se apresuró a responder Daaf-, tengo
aquí una bolsita de gemas de sangre. No sé si te parecerá suficiente…
-¿Bromeas? -exclamó Melkon- ¡Son justo lo que
necesitaba para mi último proyecto! ¿Y piensas darme toda la bolsita?
-Sí, las conseguí hace unos meses mientras hacía
un trabajo en las minas de Steffner, pero en realidad no las necesito. No me
importa dártelas todas, si tanto te hacen falta.
El artesano se echó a reír de pura alegría
mientras Daaf dejaba las gemas en el mostrador y se apresuraba a coger su
recién adquirida vasija.
-¿Sabes? -comentó Melkon mientras observaba a
Daaf introducir con cuidado la lágrima en la vasija- Ven a verme cuando se
parta la lágrima e intentaré repararla. Está tan bien hecha que sería una
lástima dejar que se rompa sin más. Estas gemas cubrirían de sobra una
reparación como esa... Y tranquilo -añadió dándole una palmadita en el hombro a
Daaf, que acababa de sellar la vasija-, que por el aspecto que tenía la lágrima
no parecía estar a punto de romperse. Tienes tiempo, hijo.
Melkon se quedó observando al muchacho con aire
bonachón mientras éste volvía a colocar el envoltorio alrededor de la vasija.
Ésta emitía un ruido sordo por la pequeña esfera de cristal que ahora rodaba en
su interior.
-Muy bien -concluyó Daaf, una vez terminó de
empaquetar su compra-, pues muchas gracias por todo, de verdad. Ha salvado
usted la vida de mi amiga, probablemente.
-De nada, hijo. Ha sido un placer atenderte,
incluso en estas condiciones tan poco usuales -repuso Melkon, acompañando a
Daaf a la puerta-. Espero volver a verte con esa lágrima.
-Sí, creo que le volveré a buscar -comentó Daaf
mientras abría la puerta-. He tenido muy buena sensac…
Daaf se quedó con la palabra en la boca. En el
exterior del almacén había esperándoles no menos de treinta soldados, equipados
con brillantes armaduras de cuerpo entero y cascos dorados que simulaban la
cabeza de un feroz león. Estaban dispuestos en un estrecho semicírculo
alrededor de la puerta, apuntándoles con unas lanzas de punta larga y
brillante.
-¡Quietos!
-Vaya… ten cuidado, hijo -le susurró a Daaf el
artesano, medio oculto por la puerta-. Esas lanzas son más peligrosas de lo que
parecen, son las conocidas como la Catarsis del Trueno. Tienen una amplitud de
caudal enorme, lo que las hace casi imparables, pero también muy difíciles de
manejar. De hecho, sólo se entregan a…
-La guardia de élite -terminó Daaf sin dejar de
mirarles-. Sí, conozco sus herramientas, ya los he vist…
-¡FUEGO!
Un millar de relámpagos surgieron de las lanzas
en dirección al joven mago antes de que pudiese esperárselo. Éste cubrió la
vasija con todo el cuerpo, dispuesto a evitar cualquier daño que pudiesen
infligirle, incluso si lo paralizaban con los rayos. Sin embargo, a los dos
segundos volvió a incorporarse. Los relámpagos formaban una esfera alrededor,
como si algo les impidiera impactar contra el cuerpo del muchacho.
-¡Es natural que un artesano proteja su almacén
de grandes sacudidas de energía! -se hizo oír Melkon por encima del estruendo
eléctrico- ¡Lo siento, hijo! ¡Me obligaron a no decirte nada, pero creo que no
les ha salido como quería! ¡De hecho te va a venir bien que sean relámpagos!
-¡Intensificad el fuego! -se oyó ordenar a un
guardia.
Los relámpagos se redoblaron. En el escudo
invisible que protegía al mago y al artesano empezaron a aparecer brillantes
grietas. Melkon extrajo una pequeña bolita oscura de un bolsillo y se la enseñó
a Daaf.
-¡Prepárate! ¡Y protege bien la vasija, me costó
mucho hacerla! ¡Suerte!
Melkon arrojó la bolita al suelo y cerró la
puerta. Hubo un estampido, y tanto Daaf como los relámpagos fueron absorbidos
en un punto minúsculo, y tras unos segundos de silencio un poderosísimo rayo
surgió del suelo y se perdió en el cielo, llevándose consigo al joven mago y
permitiendo así que volviese a escapar por los pelos.
El viaje en relámpago transcurrió en un instante,
o quizá Daaf había perdido el conocimiento, porque cuando abrió los ojos el
rayo ya se había disipado, y se encontraba ascendiendo suavemente en mitad de
un inmenso espacio vacío de color azul cielo, sin duda aún impulsado por la
inercia, pero ya empezaba a frenarse y en breve comenzaría a caer. Aturdido por
el repentino despertar y la situación tan extraña, Daaf se puso a manotear en
el aire asustado. Se encontraba tan alto que por debajo de él no se distinguía
nada más que azul cielo por todas partes. El muchacho trató de calmarse y
pensar alguna técnica que pudiese salvarle a él y a su compañera de la caída,
mientras no dejaba de frenar.
-Vale, a ver… canto de vacío… -farfulló.
Se dispuso a entonar la técnica que antaño usara
su compañera en una situación similar, pero de pronto se detuvo. Había
terminado de ascender y durante una décima de segundo contempló aquel monótono
paisaje de nubes algodonosas, sintiendo como si estuviese flotando. Y empezó a
caer.
¡CLONC!
Daaf se había preparado para el aullar del viento
en sus oídos y la dificultad para respirar, pero tras dos metros de caída se
dio de bruces inesperadamente. Se levantó con cuidado, dando gracias de haber
aterrizado sobre su costado, y no sobre la vasija que en aquel momento era tan
importante. Se encontraba en algún tipo de plataforma invisible, puesto que el
paisaje no había cambiado.
-¿Qué…? -acertó a mascullar el mago,
completamente desorientado por aquel fenómeno.
-Mira, es un humano.
-¿Qué hará aquí?
Daaf se dio la vuelta de inmediato, pero no vio a
nadie. Sólo una ligera neblina que se encontraba a escasos metros de él.
-No importa. Envíalo de vuelta.
-¡No, esperad!
A Daaf no le dio tiempo a decir nada más antes de
que una luz intensa lo atravesara. Retrocedió unos pasos y chocó con una
superficie dura. Se dio la vuelta y vio que se trataba de su torre. Había
vuelto al suelo.
-Vale… voy a hacer como que esto no ha ocurrido…
-comentó Daaf con cautela. Lo que importaba es que por fin había llegado a su
casa y estaba totalmente a salvo.
El resto del día se lo pasó haciendo preparativos
para esa noche, en la que tenía pensado realizar el penúltimo paso de su plan.
Desenvolvió amorosamente la vasija donde estaba Leril, la dejó en un lugar de
sus propios estantes y empezó a organizar ingredientes y a hacer notas de todo
tipo. También fue unas cuantas veces hasta el claro de la arboleda donde había
inscrito el círculo de su hechizo, transportando sacos de tierra y otras
sustancias irreconocibles, haciendo mediciones y observando aparentemente la
visibilidad del cielo que ofrecían los cedros que crecían allí por todas
partes.
Cuando el cielo empezó a enrojecer con el
crepúsculo, ocurrió algo que Daaf llevaba esperando desde por la mañana. Se
encontraba este repasando por enésima vez uno de los dibujos del círculo para
comprobar que lo había inscrito perfectamente, cuando de repente oyó un ligero
"clic" a su izquierda. Se volvió rápidamente y observó la vasija. No
emitió ningún otro sonido, pero Daaf seguía expectante. Se levantó lentamente,
despejó la mesa y fue a por la vasija. Una vez la puso en la mesa, tocó la tapa
y comprobó que se podía mover otra vez. Respiró hondo y la levantó.
-¿Leril...? -se aventuró a llamar débilmente.
-¡Cuando recupere mi cuerpo voy a ir a partir en
dos a ese canalla! -resonó La hechicera, alto y claro, desde la vasija.
Daaf sonrió profundamente. De hecho, no pudo evitar
que una lágrima de júbilo se le escapara. Su amiga estaba ahí, de nuevo, con su
carácter de siempre, y podía hablar con ella. El muchacho metió la mano
mientras su amiga seguía despotricando contra Nux y extrajo los pedazos de la
lágrima de fuego, que por cierto se había dividido en seis partes limpiamente,
sin fisuras.
-Madre mía, Leril, no me lo puedo creer. Me
alegro tanto... -empezó a decir el joven con la voz tomada, una vez guardó la
lágrima rota.
-Pues no te alegres tanto y ponte a trabajar. ¿No
se supone que tienes el tiempo justo para ensamblar el catalizador? Mira que
como se te vaya todo al traste por ponerte sentimental... Tendrías que haberte
muerto tú, y estar ahora con el culo metido aquí, para que sepas lo que...
Daaf volvió a colocarle la tapa a la vasija, pero
del revés.
-Mira, cuando recuperemos tu cuerpo seguramente
me darás todos los capones que te dé la gana, pero por el momento voy a
aprovechar que te puedo hacer callar cuando quiera.
La vasija permaneció en el más absoluto silencio.
Daaf se maravilló de que realmente funcionase como Melkon le había descrito.
-A ver, te voy a resumir lo que llevo de
momento... -el joven empezó a pasearse mientras enumeraba sus avances- Voy con
adelanto en el hechizo, de hecho ya está todo preparado. Estoy repasando la
inscripción de la matriz desde hace media hora por puro aburrimiento, ya que ha
de hacerse en noche cerrada, y ahora mismo el sol todavía se está poniendo. Los
ingredientes están colocados. La poción está reposando.
Daaf realizó una pequeña pausa, como para dar a
entender lo evidente.
-Así que -continuó mientras se volvía a sentar-,
no hay razón para ponerse a meter prisa. ¿Vale?
El mago dio un golpecito en la vasija y retiró de
nuevo la tapa.
-Eres un capullo -le espetó la vasija.
-Y tú una pesada. Qué le vamos a hacer. Nos queda
bastante rato, así que relájate, tengo que contarte lo que pasó cuando salí del
almacén.
Daaf volvió a colocar a Leril en su sitio en la
estantería y el resto del tiempo lo dedicó a charlar a ratos con ella,
comentando lo que le había ocurrido con la guardia de élite y las misteriosas
voces del cielo, mientras volvía a repasar una y otra vez la forma del círculo
y el complejo poema rúnico que debía pronunciar aquella noche. Esto último lo
hacía mentalmente, ya que no podía escribirlo ni vocalizarlo en alto, como bien
comprobó días atrás. Por fin oscureció del todo y las estrellas titilaron en el
cielo nocturno. En aquel momento, el mago llevaba un rato dormido sobre sus
apuntes, aburrido por la espera y la ausencia de tareas.
-¡Eh! ¡Marmota con patas! ¿Ya podemos tener
prisa?
Daaf se despertó sobresaltado.
-Gracias, Leril -dijo simplemente-. Llegó el
momento. Vuelvo dentro de un rato.
Y sin añadir nada más salió por la puerta.
El aspecto del paisaje nocturno en aquellos días siempre
resultaba un tanto lúgubre, ya que la luna creciente lo teñía todo de un color
sangre que resultaba de todo menos tranquilizador. Y en mitad de las rojizas
tinieblas se acercó Daaf, tapado con una capucha, en silencio, al pequeño claro
en el que tenía su hechizo preparado. Cuatro grandes círculos, junto con una
buena cantidad de otras formas geométricas más pequeñas, estaban inscritos en
el suelo terroso. Justo encima, colocados con suma precisión, se encontraba una
gran variedad de objetos. Desde piedras y palos en el círculo más grande,
pasando por ramas de plantas, tanto frescas como secas, flores y pequeños
insectos muertos, hasta montoncitos de sustancias oscuras y malolientes, rocas
que brillaban con distintas tonalidades, cuencos rellenos con líquidos de todo
tipo y un polvo centelleante espolvoreado por ciertos sitios. Daaf observó toda
la disposición de ingredientes, asintió con satisfacción y se colocó en el
centro del círculo.
En mitad del silencio de la noche, sólo
perturbado por los grillos y alguna lechuza ocasional, el mago alzó los brazos
y empezó a pronunciar las runas sombrías, con una voz grave y antinatural, al
tiempo que se puso a mover su cuerpo al unísono con los ingredientes que, como
respuesta al hechizo, empezaron a moverse. Algunos levitaban, otros se
arrastraban, se combinaban unos con otros... Al poco rato Daaf se encontraba
dentro de una oscura y turbia nube multicolor, realizando su pavorosa danza con
la que iba ordenando a todo lo que le rodeaba cómo moverse y a dónde ir. Las
sustancias mutaban, cambiaban de color, y de vez en cuando lanzaban algún
destello junto con la forma de alguna runa sombría, que a su vez provocaba un
nuevo efecto a su alrededor. La vejiga de cabra que le había entregado Leril
también se encontraba allí, y en su momento se elevó, se resquebrajó y dejó
escapar una vaharada de humo oscuro que enseguida se combinó con un grupo de
flores y piedras que orbitaba en ese momento. Los restos de la vejiga
igualmente se hicieron polvo y se arremolinaron hasta quedar fuera de la nube,
como otros muchos restos que estaba expulsando el hechizo. A medida que
avanzaba el canto grave y sombrío de Daaf, la nube de elementos empezó a
achicarse y disiparse, mientras otras partes se iban condensando cada vez más.
En un momento ya no había elementos reconocibles levitando alrededor del
muchacho, sólo formas oscuras retorciéndose y fusionándose. Después de eso,
cuando únicamente quedaba una sola de aquellas formas oscuras, el canto de Daaf
cambió y empezó a volverse cada vez más vertiginoso, lo que provocó que la
forma empezase a girar sobre sí misma a gran velocidad. El mago estaba exhausto
por la gran cantidad de energía que había empleado y manipulado, y en aquella
última parte, sin duda la más frenética, gotitas de sudor resbalaban por su
frente y pasaban junto a sus ojos inyectados en sangre. Sin embargo, el mago
continuaba pronunciando las runas con absoluta precisión, con lo que la masa
oscura que tenía encima de su cabeza se convirtió en un borrón y empezó a
formar una fuerte corriente de aire con su giro vertiginoso. Los árboles a su
alrededor aullaban y algún arbusto salió volando, arrancado por la fuerza del
viento. De pronto, Daaf terminó su letanía, el viento cesó y la forma que tenía
sobre su cabeza hizo un ligero "plop" antes de desaparecer y dejar al
descubierto una bolita oscura poco más grande que una canica, que descendió
suavemente y se posó sobre la mano extendida del mago. El catalizador había
sido ensamblado con éxito.
El joven mago se tambaleó hasta el árbol más
cercano y se sentó en su base, jadeando y escupiendo sangre. El sortilegio le
había afectado más de lo que pensaba, y en aquel momento no se veía capaz ni
siquiera de tenerse en pie. Decidió quedarse allí hasta recuperar sus fuerzas,
de modo que guardó en un saquito el catalizador que tanto le había costado
hacer (se había dado cuenta de que dañaba la piel por contacto), se recostó
como pudo y cerró los ojos. Cuando los volvió a abrir la luz rojiza se había
ido, y la escasa claridad de un amanecer inminente empezaba a iluminar mejor el
estropicio que había ocurrido horas antes. El suelo donde había estado el
círculo se había calcinado por completo y había basura esparcida alrededor de
todo el claro. Daaf observó toda aquella entropía antes de levantarse y volver
a la torre, pensando que quizá en un futuro encontraría tiempo para limpiarlo.
-Vaya rato más largo, ¿eh? -le inquirió Leril al
mago cuando volvió a entrar en su habitación.
-Ha sido agotador -repuso Daaf, aún con
dificultades al respirar-, mucho más de lo que me avisó Nux. Ni siquiera me podía
levantar cuando acabé. Pero lo tengo.
El mago sacó el saquito y lo colocó en su mesa.
-Entonces, ¿ahora a esperar? -quiso saber Leril.
-Sí, tenemos lo justo para dejarlo reposar.
Quedan dos días...
Durante esos dos días, Daaf se quedó en su
habitación, y se dedicó a realizar más preparativos necesarios. Atendió una
poción brillante que borboteaba en su caldero desde no se sabía cuándo, releyó
sus apuntes sobre demonios y sobre vinculaciones espirituales y también rescató
algunas notas sobre anatomía humana básica. Leril le pidió que mientras tanto
la mantuviera tapada, ya que le había explicado que en aquel estado no podía
dormir, y que lo más parecido que tenía era cuando cerraba del todo la vasija,
momento en el cual dejaba de ser consciente hasta que se volviese a abrir.
-Así al menos descansaré la mente hasta que
recuperemos mi cuerpo -argumentó la chica cuando se lo pidió.
A los dos días, la habitación parecía totalmente
distinta. Debido a la gran cantidad de tiempo libre del que dispuso, Daaf
aprovechó también para limpiar los meses y meses de desorden por los que había
pasado su cuarto, tan concentrado como estaba el mago en su trabajo. Antes de
irse a dormir esa noche, Daaf sacó de un cajón una enorme jeringa con la aguja
tan gruesa como un lápiz, la llenó con la poción que había en su caldero y la
dejó en la mesa. Después, llenó un vaso de agua y lo puso al lado.
-Bien... Vamos allá -se dijo, y se fue a la cama.
Aunque no tardó mucho en dormirse, tuvo un sueño
intranquilo. Sus sueños no se concretaban, sólo escuchaba voces sueltas que
gritaban en ocasiones, mientras imágenes fugaces se le iban cruzando en todas
direcciones. Todo aquel desasosiego culminó con un fogonazo rojo que lo
despertó de un sobresalto. Daaf se dio un momento para recordar quién era y
dónde estaba, y entonces se dio cuenta. Por fin había recibido la esperada
señal mental. Aquél era el final. El mago se sentó en la cama y respiró profundamente.
Tras unos pocos minutos se levantó con tranquilidad y sacó el catalizador de su
saquito. Éste había cambiado ligeramente, su textura era más escamosa y se
había calentado mucho. Daaf lo observó con curiosidad un momento y lo echó en
el vaso de agua. Esperaba que se disolviese lentamente, tiñendo el agua o algo
parecido, pero sin embargo se deshizo rápidamente en una pequeña mancha oscura,
que a su vez se diluyó dejando el líquido tan cristalino como estaba antes. Sin
esperar más, el mago alzó el vaso de agua y lo derramó en el suelo, justo en la
parte que estaba iluminada por la Luna Roja, que en aquel momento brillaba más
que nunca en el cielo. En cuanto hubo hecho esto, Daaf agarró la jeringa. Su
pulso estaba ahora mucho más acelerado, y había empezado a sudar. Entonces vio
que el agua que había derramado estaba humeando, lo que de alguna manera lo
apremió aún más, porque de pronto cerró los ojos y se clavó la gruesa aguja
justo en el corazón. El muchacho retrocedió hasta la pared, pero no paró ahí.
Con la mano izquierda sujetando la jeringa, agarró el émbolo con la derecha y
empezó a bombear la poción de color amarillo limón que había dentro. El chico
no pudo contener un largo grito de agonía mientras sentía como el líquido
espeso iba penetrando en su cuerpo. Sin embargo, no quiso detenerse hasta que
hubo vaciado toda la jeringa, momento en el que se la sacó y la arrojó a un
rincón, saltando ésta en pedazos. Daaf resbaló por la pared y se quedó sentado
en el suelo, junto a su escritorio. Todos sus músculos se le habían agarrotado,
y un dolor intenso se le extendía desde la herida sangrante que se había hecho
con la aguja hasta las puntas de sus extremidades. Sentía su cuerpo cada vez
más débil y dolorido, pero a pesar de todo se puso a observar con mucha atención
lo que ocurría justo delante, donde había derramado el agua.
Para empezar, ya no parecía agua. Se había vuelto
de un color negruzco y había empezado a borbotar como si fuera algún tipo de
melaza muy espesa. Después, el charco creció y se abombó, como una gran costra
que le hubiese salido al suelo. Ésta siguió creciendo, dejando de parecer en
absoluto ningún líquido y revelándose como una especie de membrana oscura, una
membrana que ocultaba algo. Cuando se agrandó hasta ser más alta que una persona
adulta, dejó escapar un sonido horrible desde dentro, como un rugido visceral y
atronador. En ese momento, la cosa que había allí dentro se sacudió un momento
y, de improviso, se deshizo de la membrana y la arrojó por todas partes, con lo
que se deshizo al instante. Una figura humana enorme, con músculos bien
desarrollados y piel rojiza, se encontraba de pie desnuda en la habitación de
Daaf, de espaldas a él. Tenía alas apergaminadas de murciélago que le nacían
bajo la nuca, y cuando se dio media vuelta para echar un vistazo a su alrededor,
desveló unas facciones hoscas con colmillos que sobresalían y ojos rojos
centelleantes, y unos amenazadores cuernos en forma de hoz que le salían de la
frente de tal forma que apuntaban a todo aquello que mirara la criatura. Y en
ese momento, a donde miraba era a Daaf, que seguía acurrucado entre su cama y
su escritorio, sosteniéndole la mirada. Podría pensarse que lo atacaría, pero
quizá por su estado lamentable lo desdeñó con un gesto de asco y se dirigió a
la puerta. Daaf continuaba sin apartar la mirada, y esto pareció incomodar al
demonio, porque de repente se detuvo, se dio media vuelta y volvió a mirar al
muchacho. Este no dejaba de mirarle a los ojos, tratando de reunir las fuerzas
que le quedaban. Entonces el demonio soltó un resoplido de furia y se le
acercó, amenazante. Aun con la criatura a menos de diez centímetros, Daaf
seguía clavándole los ojos, como si no hubiese nada más a lo que mirar. El
demonio hizo una pequeña pausa, como dándole una oportunidad para corregirse,
pero el mago no se movió, de modo que lo agarró del cuello, lo levantó y le
clavó la mano (que más bien parecía una garra) justo en el pecho. Daaf estaba
en las últimas, pero ni por esas, parecía que quisiera morir perdido en la
mirada del demonio. Éste gruñó y sacó la garra de su pecho, con la que le había
arrancado de cuajo el corazón palpitante. Desencajó la mandíbula, abrió la boca
de forma antinatural y se metió el corazón entero, tragándoselo sin ni siquiera
masticar. Después de eso, Daaf parecía haber expirado totalmente, por lo que lo
arrojó sobre la cama y se dispuso a irse, pero de nuevo se detuvo. Su presa, la
que se suponía debía estar ya muerta, estaba sonriendo. El mago se incorporó
con mucha dificultad y continuó observándole con suficiencia, a lo que frunció el
ceño en un gesto de sospecha. Sin embargo, y antes de que pudiera sospechar
nada, su cuerpo empezó a brillar con el mismo color que tenía la poción que se
había inyectado el mago, que empezó a reírse mientras los contornos del demonio
se desdibujaban y emborronaban, y una extraña corriente lo arrastraba con él.
Convertido en un mero reflejo mientras no dejaba de rugir y patalear, el
desdichado demonio no pudo evitar verse absorbido sin remedio hacia el agujero
sangrante que había en el pecho de Daaf, hasta que finalmente todo, junto con
los restos de sangre que habían caído por todos lados, quedó fusionado con su
cuerpo, que como resultado sanó todas sus heridas y volvió al estado en el que
se encontraba antes de todo aquel oscuro ritual, quedando únicamente sus ropas
destrozadas. El muchacho respiró hondo una vez más, y volvió a sonreír.
-Lo conseguí... -susurró con satisfacción- ¡Lo
conseguí! Y ahora...
El mago se levantó y sacó un pequeño trozo de
pergamino que guardaba en un cajón de su escritorio. Éste rezaba:
Paso 1.
Jugársela a un demonio.
Paso 2.
Explorar Tierras No Mágicas.
Paso 3.
Conseguir el Orbe de Omnia Mundus.
Daaf tachó con un lápiz la primera línea y
escribió "recuperar cuerpo de Leril" justo entre ésta y la segunda.
Después volvió a guardar el pergamino, se cambió de ropa y cogió la vasija
donde guardaba a su amiga.
-Leril -la llamó con suavidad tras destaparla-,
ya le he hecho la jugarreta al demonio. Ha salido todo bien, pero por poco no
lo cuento. Ahora, vamos a por tu cuerpo.
-Bien -respondió la chica-. Estoy deseando volver
a ser yo de verdad.
Daaf volvió a tapar la vasija y la colocó con
cuidado en una mochila que tenía preparada junto a la cama. Se la puso, echó un
último vistazo a su habitación y salió por la puerta.